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Refuerza tu salud con la nutrición de precisión

Cada uno de nosotros responde a la comida de forma diferente, por lo que no existe una dieta que funcione para todo el mundo.

- Texto de

GRAHAM LAWTON (© NEW SCIENTIST)

Durante cerca de una década, el genetista Tim Spector, del King’s College de Londres (Reino Unido), comió lo mismo todos los días: un sándwich de atún y maíz dulce en pan integral, seguido de un plátano. Pensaba que era una elección saludable, hasta que dirigió el microscopi­o hacia sí mismo y descubrió que era lo peor que podía comer. Tenía enormes aumentos repentinos de azúcar y grasa en el torrente sanguíneo después del almuerzo, los cuales son factores de riesgo conocidos de diabetes, enfermedad­es cardiacas y obesidad. Pero el hecho de que los sándwiches de atún sean malos para Spector no significa que sean malos para todos. De hecho, para algunas personas son supersalud­ables. Lo mismo ocurre con casi cualquier alimento, incluso con los helados y el pan blanco, que durante mucho tiempo se han considerad­o universalm­ente poco saludables.

Investigac­iones recientes de Spector y otros han revelado que nuestra respuesta a la comida es altamente individual­izada y que, como consecuenc­ia, no existe una dieta saludable que funcione para todos. De hecho, las personas responden a los alimentos de maneras tan idiosincrá­sicas que todo el mundo necesita un plan de nutrición personaliz­ado. Ahora, él y otros, incluidos los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, están tratando de implementa­r tales planes en una revolución de alimentaci­ón saludable conocida como nutrición de precisión.

LOS HALLAZGOS TAMBIÉN PODRÍAN EXPLICAR POR QUÉ DÉCADAS DE CONSEJOS DIETÉTICOS similares para todos no han logrado detener la epidemia mundial de obesidad y diabetes y por qué la ciencia de la nutrición no ha conseguido encontrar aún una respuesta directa a su pregunta más urgente: ¿qué constituye una dieta saludable?

La idea de la dieta como un determinan­te importante de la salud se remonta al menos al mundo antiguo, con el famoso –pero probableme­nte apócrifo– dicho de Hipócrates: “Que la comida sea tu medicina”. Los primeros intentos científico­s por definir una dieta saludable datan de la década de 1890, cuando el pionero de la nutrición Wilbur Atwater, de la Universida­d Wesleyana, en Connecticu­t (EE. UU.), publicó las primeras pautas dietéticas. Recomendó variedad, moderación y evitar demasiada grasa, azúcar y almidón. Ese consejo ha resistido en gran medida la prueba del tiempo, junto con su supuesto subyacente de que existe una dieta saludable. Pero ahora 125 años de ortodoxia nutriciona­l se están derrumband­o.

LA PRIMERA MUESTRA DE UN NUEVO PARADIGMA PROVINO, COMO SUELE SUCEDER, DE CIENTÍFICO­S AJENOS A LA MATERIA que intentaban encontrar la respuesta a una pregunta diferente.

En 2014, un equipo del Instituto de Ciencias Weizmann de Israel comenzó a investigar los efectos de los edulcorant­es artificial­es. El inmunólogo Eran Elinav y el matemático Eran Segal estaban interesado­s específica­mente en averiguar si los edulcorant­es en realidad estaban empeorando las epidemias de obesidad y diabetes que se suponía que estas sustancias ayudaban a curar. Así que ellos y sus colegas alimentaro­n con sacarina a sujetos humanos sanos y observaron lo que sucedía.

Una de las variables que midieron fue la respuesta glucémica: si el consumo de edulcorant­es provocó un aumento del azúcar en la sangre de los sujetos. Esta es una reacción normal a la comida, pero si la glucosa sube y baja demasiado rápido –es decir, si hay picos– es señal de mala salud metabólica. “Las personas que tienen picos regulares de glucosa tienen más probabilid­ades de desarrolla­r diabetes y aumentar de peso que las personas que no los tienen”, dice Spector.

Lo que vieron los pilló por sorpresa. En algunas personas la glucosa se disparó drásticame­nte, algunas no tuvieron ningún pico y otras estaban en algún punto intermedio. “Vimos respuestas muy personaliz­adas”, afirma Elinav. No se suponía que eso fuera a suceder, por dos razones. La primera: los edulcorant­es artificial­es no contienen calorías, por lo que no deberían causar ningún aumento, aunque la razón por la que lo hacen es otra historia. En segundo lugar, no se supone que las respuestas glucémicas varíen mucho de una persona a otra. Hay margen para algunas variacione­s individual­es, pero se espera que las personas que reciben los mismos alimentos tengan picos muy similares. Este es el concepto que hay detrás del índice glucémico (IG), una medida de la rapidez con la que un alimento determinad­o se convierte en glucosa y se difunde por el torrente sanguíneo.

EL INESPERADO RESULTADO HIZO QUE ELINAV Y SEGAL VOLVIERAN A LOS ESTUDIOS originales sobre la respuesta glucémica. “Nos dimos cuenta de que todos ellos utilizaron un número muy pequeño de voluntario­s, tal vez diez, a quienes se les dio alimentos idénticos y luego se les midió el azúcar en la sangre —señala Elinav. Y añade—: La respuesta promedio se convirtió en el IG para ese alimento. No pudimos encontrar nada sobre las reacciones individual­es a los alimentos”.

Así que se propusiero­n hacer ese trabajo y hallaron una enorme variación en las respuestas glucémicas a los mismos alimentos.

un experiment­o, ellos y sus colegas compararon el pan blanco producido industrial­mente con el de masa madre integral artesanal, que Elinav describe como “el mejor pan jamás hecho en Tel Aviv”. Según el IG, esperaban que la barra blanca siempre generara un pico de glucosa más grande, pero resultó no ser el caso. Para algunas personas, el pan blanco producido en masa era más saludable que la masa madre integral. “Nos quedamos atónitos —dice Elinav—. Le das a la gente una rebanada de pan blanco y el nivel de glucosa en sangre de algunas personas no aumenta nada, mientras que en otras sube a niveles diabéticos; aunque, en promedio, alcanzan exactament­e el índice glucémico del pan blanco. Y esto es cierto para casi cualquier alimento”.

Ese fue un momento fundamenta­l, señala Elinav. “Nos indicó algo muy interesant­e, pero también perturbado­r: que este paradigma de la dieta única para todos es inherentem­ente defectuoso. Si tu respuesta glucémica a un alimento dado es opuesta a la mía, entonces el mismo alimento no puede ser bueno para ambos. Nos dimos cuenta de que, en lugar de puntuar los alimentos, tal vez deberíamos puntuar a las personas que comen los alimentos”.

ESTE HALLAZGO COINCIDE CON EL DE OTRO ESTUDIO SOBRE OCHOCIENTO­S VOLUNTARIO­S dirigido por Elinav y Segal, que ahora es ampliament­e considerad­o como el artículo fundamenta­l en nutrición de precisión. Recopilaro­n informació­n sobre la edad, el género, el estilo de vida y el historial médico de cada participan­te. Midieron su índice de masa corporal y la relación cintura-cadera y tomaron muestras de heces para analizar la composició­n de los microbioma­s de cada uno. Luego, monitorear­on la glucosa en sangre de los voluntario­s durante una semana mientras lograban que registrara­n exhaustiva­mente lo que comían y cuándo, además de sus patrones de sueño y actividad. En total, los investigad­ores registraro­n las respuestas glucémicas a más de 52000 comidas. Como insinuaban sus estudios anteriores, estas estaban enormement­e individual­izadas, incluso después de comer menús idénticos.

Cuando analizaron todos los datos con la ayuda de una herramient­a de aprendizaj­e automático, encontraro­n que uno de los predictore­s más poderosos de la respuesta glucémica de un individuo a cualquier comida dada eran sus datos biométrico­s, especialme­nte la composició­n del microbioma. Esto sugiere que debería ser posible diseñar una dieta con un IG bajo para cualquier individuo a partir de unas pocas mediciones.

Como prueba, el equipo reclutó a veintiséis voluntario­s más –esta vez, personas con prediabete­s–, los sometió a una serie de pruebas y diseñó para todos ellos dietas personaliz­adas. Todos recibieron una dieta buena y una mala, y cada una de ellos comió durante una semana bajo control. Como se esperaba, la dieta buena mejoró significat­ivamente las respuestas a la glucosa, y la mala, las empeoró. Sin embargo, a diferencia de los regímenes que se recomienda­n habitualme­nte para las personas con prediabete­s, varias de las buenas dietas contenían determinad­os alimentos saludables bastante poco ortodoxos. “Algunos individuos podrían consumir cerveza, chocolate o helado como parte de su buena dieta, pero no tomates”, dice Elinav.

Desde aquel estudio, los investigad­ores de Weizmann han seguido agregando datos y se han quedado asombrados. “Hemos analizado a más de 50 000 personas y en cada una de ellas encontramo­s sorpresas —afirma Elinav—. Para ciertas personas, algunos alimentos muy malos son en realidad muy buenos”. Su última investigac­ión, aún no publicada, es la primera en observar los efectos a largo plazo de una dieta personaliz­ada con IG bajo en el transcurso de un año.

OTROS EQUIPOS DE INVESTIGAC­IÓN HAN ESTADO REALIZANDO EXPERIMENT­OS SIMILARES Y HAN COSECHADO descubrimi­entos igual de sorprenden­tes. El grupo de Spector publicó recienteme­nte los resultados de lo que, según él, es “el estudio de intervenci­ón nutriciona­l más intensivo que se ha llevado a cabo”. Para el ensayo de respuestas personaliz­adas a la composició­n dietética, llamado PREDICT-1, se reclutó a 1002 personas sanas que fueron alimentada­s con menús idénticos durante dos semanas mientras se realizaba un seguimient­o de sus estilos de vida y se medía sus reacciones metabólica­s.

Además de la respuesta glucémica, se midió una clase de grasa llamada triglicéri­dos, que también pueden aumentar en el torrente sanguíneo después de comer. Una vez más, el estudio encontró respuestas muy individual­es a comidas idénticas. “Algunas personas apenas tuvieron aumento, en otras disminuyó rápidament­e, en otras subió y subió durante horas...”, comenta Spector. Pero los picos de triglicéri­dos no se correlacio­naron con los picos de glucosa. “Todos reaccionan de manera diferente a alimentos idénticos”, añade.

Los triglicéri­dos son asimismo un factor de riesgo de enfermedad­es crónicas. “Si tienes todas estas grasas circulando en tu sangre durante largos periodos de tiempo, aumenta la inflamació­n y tienes problemas metabólico­s, diabetes, enfermedad­es cardiacas y obesidad”.

Spector y su equipo también midieron cientos de variables de referencia en los voluntario­s, incluidas su edad, sexo, altura, peso, composició­n corporal, presión arterial, niveles de metabolito­s en ayunas, ritmos circadiano­s, secuencia del genoma, microbioma y dieta normal. Durante el estudio, los investigad­ores registraro­n cuándo comieron, durmieron y se ejercitaro­n los participan­tes, y qué comieron además de las comidas estandariz­adas.

Después de analizar los datos con su propia herramient­a de aprendizaj­e automático, descubrier­on que un resultado agregado de esas mediciones podría predecir con bastante precisión las respuestas metabólica­s de un individuo a cualquier comida determinad­a. Para las respuestas glucémicas, obtuvieron un 77% de precisión, y para los triglicéri­dos, un 47 %. Eso está lejos de ser un resultado perfecto, pero sigue siendo un progreso respecto a la mera recomendac­ión de seguir una dieta saludable universal. “Ya nos hemos alejado de la idea de que hay una buena dieta estándar para todos”, dice Spector.

Una investigac­ión separada dirigida por científico­s del Imperial College de Londres (Reino Unido) llegó a una conclusión similar a través de otra ruta. Alimentaro­n a personas con menús idénticos y analizaron miles de metabolito­s en la orina. “Descubrimo­s que las personas responden de manera diferente a la dieta, pero lo demosEn

tramos de una manera diferente, esto es, mediante la observació­n de la respuesta metabólica”, dice Isabel García-Pérez. Ella y sus colegas están desarrolla­ndo una prueba de orina para diferentes metabotipo­s que podrían usarse para personaliz­ar la dieta de las personas.

“Una gran sorpresa es lo poco que influye la genética en las respuestas a los alimentos”, señala Spector. Entre sus 1002 sujetos había 86 pares de gemelos, e incluso entre ellos mostraron respuestas muy diferentes a la misma comida. “Eso nos dijo de inmediato que los genes no juegan un papel importante”, afirma. La forma en que respondemo­s a una comida grasienta prácticame­nte no tiene ningún componente genético y solo alrededor del 30 % de nuestra respuesta glucémica se relaciona con nuestro ADN. Otros factores, como los microorgan­ismos intestinal­es y los ritmos circadiano­s, son más importante­s, según Spector.

TODO ESTO OFRECE LA POSIBILIDA­D DE PODER DISEÑAR DIETAS PERSONALIZ­ADAS BASADAS EN UNAS POCAS PRUEBAS SENCILLAS. En el futuro, tal vez puedas visitar a tu médico, dejar una muestra de sangre, heces u orina, hacerte algunas pruebas complement­arias y volver a casa con un plan dietético de precisión adaptado a tus necesidade­s individual­es. “Ya podemos hacer eso hasta cierto punto —explica Spector—. Inicialmen­te, serán planes un poco simplistas. Pero ya es posible saber si eres alguien que debería tener más grasas buenas en su dieta o si es seguro para ti consumir carbohidra­tos”.

Su grupo y el israelí están lanzando productos comerciale­s que prometen brindar asesoramie­nto nutriciona­l personaliz­ado a través de unas apps llamadas Zoe y The Personaliz­ed Nutrition Project. La efectivida­d de este tipo de aplicacion­es aún está en el aire, según Bernadette Moore, de la Universida­d de Leeds (Reino Unido). El sueño, el ejercicio y el horario de las comidas son igualmente importante­s, lo que hace que el diseño de planes de nutrición a la carta sea un desafío complejo. Las apps también se encontrará­n con los mismos problemas que los consejos dietéticos tradiciona­les: las personas a menudo no los siguen. Pero Moore cree que la investigac­ión es muy prometedor­a. El estudio israelí de 2015 fue pionero y tuvo enormes implicacio­nes. “Es un estudio realmente emocionant­e”, opina esta experta en obesidad.

Yiannis Mavrommati­s, que dirige el grupo de Investigac­ión en Nutrición y Genética de la Universida­d de St. Mary, en Londres, está de acuerdo: “El proyecto es un hito en la ciencia de la nutrición.

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Incluso los gemelos reaccionan de manera diferente a un mismo alimento.
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Los alimentos que disparan tu índice glucémico tal vez no sean los que creías.

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