PARA LOS ANIMALES, LA MUDA ES MUCHO MÁS QUE UN ‘CAMBIO DE LOOK’
Hace 535 millones de años, unos minúsculos gusanos que vivían en el lecho marino en lo que hoy es el norte de China ya habían desarrollado la capacidad de mudar periódicamente la cutícula que los recubría. Se trata del caso más antiguo conocido de este fenómeno, también denominado ecdisis, que les permitía crecer y desarrollarse. Hoy, puede observarse igualmente en los crustáceos, insectos, miriápodos y arácnidos, que logran desprenderse de su exoesqueleto tras pasar por un proceso controlado por distintos mecanismos hormonales. De hecho, la citada muda también se da, de diferente modo, entre los reptiles –estos se desprenden de la capa córnea de su epidermis–, los mamíferos –cambian el pelaje en ciertos momentos del año o de su vida o, en el caso de los humanos, continuamente (las células de nuestra piel se renuevan prácticamente cada mes)– y las aves, que se desprenden de las viejas plumas mientras producen otras nuevas.
FUNDAMENTAL PARA EL VUELO. Precisamente, en estas últimas, esta facultad podría estar relacionada con su capacidad para volar. Según explica el biólogo Ryan S. Terrill, de la Universidad Estatal de Luisiana, en la revista The American Naturalist, aquellos grupos de aves en los que a lo largo de su historia evolutiva los individuos pierden a la vez todas las plumas de vuelo en ambas alas –y no de forma gradual, que es lo más común– parecen más predispuestos a quedarse en tierra. Es lo que sucede, por ejemplo, con el zampullín del Titicaca.