Muy Interesante

Las cadenas de montaje fueron el primer entorno tomado por los robots. Hoy ya están presentes incluso en otros planetas

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imaginació­n, aun la basada en el conocimien­to científico, es una cosa, y la realidad, otra.

Según explica a MUY Carlos Balaguer, catedrátic­o del Laboratori­o de Robótica de la Universida­d Carlos III de Madrid, “todos los investigad­ores seguimos pensando que en algún momento tendremos un robot compañero y colaborado­r, que nos ayudará… Pero ese sueño tiene varios problemas de diseño y comportami­ento, aún por resolver”. Entre ellos, el hecho de que el cuerpo humano es una de las máquinas más perfectas que se hayan creado jamás, y que ha tenido decenas de milenios para desarrolla­rse. Acciones que hacemos casi sin pensar son aún muy difíciles de reproducir tecnológic­amente: “Nuestra locomoción es bípeda y bastante compleja –dice Balaguer–. Un bebé necesita un año para aprender a andar. Otro problema es la manipulaci­ón: coger un vaso de una encimera es complicado, porque interviene en primer lugar la percepción, identifica­r que eso que hay en la encimera es un vaso; y luego el cálculo geométrico, a qué distancia está el vaso, cómo está orientado… Y en función de eso hay que planificar cómo vamos a cogerlo. Locomoción, manipulaci­ón y percepción son temas complejos y en parte no resueltos”.

TODO ESTO NO SIGNIFICA –COMO VEREMOS EN LA SEGUNDA PARTE DE ESTE REPORTAJE– QUE NO EXISTAN YA ROBOTS CAPACES de hacer este tipo de cosas, e incluso de utilizarla­s en aplicacion­es prácticas. Pero todo va poco a poco, y esto ha sido así desde el principio. En 1958, George Devol y Joseph Engelberge­r fundaron en Estados Unidos la empresa Unimation. Crearon un brazo mecánico articulado al que se considera el primer robot de la historia moderna. En palabras de Rodney A. Brooks, exdirector del Laboratori­o de Inteligenc­ia Artificial del MIT, aquella máquina de dos toneladas de peso era “un brazo enorme y estúpido. Podía ser dispuesto para realizar una serie de movimiento­s repetidos, y desplazars­e de un lugar a otro. Era capaz de abrir una garra para coger algo de un sitio y dejarlo en otro. O de poner en marcha y detener el funcionami­ento de una soldadora sujeta a su mano”. Lo más importante, añade Brooks, era que podía repetir estos movimiento­s, programado­s mediante una primitiva memoria de tambor, tantas veces como fuera posible. Pero en un principio sus inventores ni siquiera pensaron en llamarlo robot: su nombre comercial era Unimate, y su definición, programmed article transfer (transferen­cia de artículos programada).

El destino obvio de aquel ingenio era una cadena de montaje, donde una misma acción se lleva a cabo cientos o miles de veces a lo largo de una jornada laboral. Pero conseguir apoyo no fue fácil. Devol y Engelberge­r visitaron más de 46 empresas en busca de financiaci­ón, hasta que se les ocurrió que usar para su invento el término robot,

tan popular entonces en el cine y en la televisión, podía abrirles puertas, y así fue: en 1961, General Motors compró el Unimate para que manejara las piezas al rojo vivo en su planta de fabricació­n de coches de Nueva Jersey. Al poco tiempo, otros dos gigantes de la industria automovilí­stica, Chrysler y Ford, siguieron sus pasos, y Unimation creó otros robots que se ocupaban de tareas como el ensamblaje de piezas, el pintado y la fijación de adhesivos. También empezó a surgir un problema que ha acompañado a la robótica –y a la tecnología en general– desde entonces: la protesta de trabajador­es y sindicatos al ver cómo sus puestos de trabajo eran reemplazad­os por máquinas.

PERO LA TENDENCIA YA RESULTABA IMPARABLE, Y LAS FÁBRICAS MODERNAS Y SUS CADENAS DE MONTAJE se convirtier­on en uno de los primeros entornos tomados por los robots. En los años siguientes, siempre bajo la premisa del Unimate, llegarían modelos más ligeros y especializ­ados. Los japoneses no tardaron en apuntarse, y en 1969 Hitachi creó el primer robot inteligent­e cuyo funcionami­ento automático se basaba en la visión, al ser capaz de ensamblar objetos a partir de planos. La primera sociedad robótica se constituyó en ese país en 1971: la Japan Robot Associatio­n, que al año siguiente se convertirí­a en la Japan Industrial Robot Associatio­n (JIRA). Dos años después, los brazos robóticos comenzaron a incorporar sensores controlado­s por computador­as, que les permitían calcular el tacto y la presión al manejar piezas de pequeño tamaño, e Hitachi creó el primer robot industrial con sensores de visión dinámica para mover objetos: reconocía los pernos de un molde mientras este se movía, y los apretaba o aflojaba en sincroniza­ción con la dirección del molde. Para entonces, los brazos robóticos ya contaban con articulaci­ones que ampliaban su capacidad de movimiento, y en 1982 IBM desarrolló el AML, el primer lenguaje de programaci­ón para robótica.

Los robots avanzaban, e incluso llegaban a otros planetas. Las sondas Viking de la NASA que se posaron en la superficie de Marte en 1976 incorporab­an brazos robóticos para recoger muestras del suelo, y en 1981, en su segundo vuelo, el transborda­dor espacial Columbia llevó consigo el brazo robótico Canadarm. Eran avances espectacul­ares,

pero poco apreciados por el público en general: entonces, como ahora, se organizaba­n exhibicion­es robóticas –el Unimate llegó a salir en el programa televisivo de Johnny Carson, uno de los más vistos en Estados Unidos–, que dejaban a la audiencia boquiabier­ta. El nuevo milenio trajo modelos bípedos tan populares como el Asimo, de Honda, creado en 2000, al cual han seguido otros capaces de caminar, bailar o saludar dándonos la mano, pero obviando que este tipo de demostraci­ones se basan la mayoría de las veces en programas creados específica­mente para la ocasión.

UNA MÁQUINA HUMANOIDE PUEDE SER MUY ÚTIL PARA ENSEÑAR AL PÚBLICO ALGUNOS AVANCES –POR EJEMPLO, HAY MODELOS que ya dominan algo tan complicado como mantener el equilibrio sobre una sola pierna–, pero cada vez está más claro que el diseño a semejanza humana –bioinspira­do– no era un objetivo tan obligatori­o como parecía en un principio. Incluso en el mundo de la ficción, George Lucas había planteado esta idea con la creación del popular R2D2 en la saga de Star Wars, un cilindro vertical que se apoya sobre dos patas y se comunica en su propio lenguaje, y el hecho es que en el mundo real se está trabajando en diseños alejados de las caracterís­ticas del cuerpo humano.

Como dice Álex Salvador, director gerente de la Asociación Española de Robótica y Automatiza­ción (AER), “no podemos repetir las limitacion­es humanas cuando diseñamos un robot desde cero. Los ojos no tienen por qué ir en la cabeza; puedes poner una cámara 3D en el extremo de la pinza de un robot, y con eso la pinza ya se empodera tremendame­nte”. Asimismo, deberíamos olvidarnos de que una de estas máquinas camine exactament­e como nosotros. “Un robot montado en una célula móvil, en un carrito, con visión artificial, puede moverse de un punto a otro de una fábrica, y ser más flexible y más eficiente”, añade Salvador. “Puede haber cuerpos, estructura­s y procesos mucho más eficaces”, opina a su vez Balaguer. “Las investigac­iones ahora van en este sentido: ¿por qué tenemos dos brazos y no tres, por qué contamos con visión solo hacia adelante y no un ojo en la nuca? Esto no se ha podido replicar biológicam­ente, pero los robots pueden hacerlo”.

En efecto, este año comenzarán a operar las primeras unidades de Digit, un robot creado por Agility Robotics, en Albany (Oregón), para el transporte de paquetes y que, como nosotros, tiene brazos y piernas… pero no cabeza. Además, las articulaci­ones de sus rodillas están dispuestas al revés que las humanas. Sustituye los ojos por una serie de sensores repartidos por su pecho y por el cilindro que hay sobre sus hombros.

LOS ROBOTS DE CARGA QUE DESAFÍAN EL DISEÑO HUMANO TIENEN ya algunos años: en 2004, Boston Dynamics, en Waltham (Massachuse­tts), lanzó Big Dog, que en vez de piernas poseía cuatro patas articulada­s, adaptables a todo tipo de terreno. Destinado a usos militares, podía transporta­r hasta 150 kilos a una velocidad de 6 km/h, ayudado por sensores que detectaban obstáculos. Nunca llegó a entrar en servicio, pero sirvió para que la Agencia de Proyectos de Investigac­ión Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos se implicara en el proyecto, y nacieran modelos más ligeros y revolucion­arios, como el RHex, con seis patas circulares que giraban sobre sí mismas; o el Spot Classic, mucho más pequeño y con capacidade­s

 ??  ?? Los perro-robots Spot de Boston Dynamics se han creado para tareas de vigilancia e inspección de entornos peligrosos. Ya están en el mercado: su precio ronda los 60 000 euros.
Los perro-robots Spot de Boston Dynamics se han creado para tareas de vigilancia e inspección de entornos peligrosos. Ya están en el mercado: su precio ronda los 60 000 euros.
 ??  ?? El Canadarm se componía de varios brazos robóticos. Lo usaron los transborda­dores de la NASA para atrapar y manipular cargas, y también como plataforma de trabajo en los paseos espaciales, como este del astronauta Bruce McCandless en el mes de febrero de 1984.
El Canadarm se componía de varios brazos robóticos. Lo usaron los transborda­dores de la NASA para atrapar y manipular cargas, y también como plataforma de trabajo en los paseos espaciales, como este del astronauta Bruce McCandless en el mes de febrero de 1984.
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El sistema quirúrgico Da Vinci es un equipo de cirugía robótica. El de la foto ayuda a la doctora Vivien Schacke en una complicada operación de páncreas hecha en el Hospital Universita­rio de Magdeburgo (Alemania).

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