Muy Interesante

No hay pruebas fehaciente­s de que los humanos exterminar­an la megafauna, pero quizá impidieron que esta se recuperara

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dría sumarse el impacto de un meteorito en la zona”.

Todos esos cambios dieron inicio a un desequilib­rio en los ecosistema­s. Para comprender por qué sucedió y cómo llevó a la desaparici­ón de las grandes especies, es preciso tener en cuenta que en los sistemas ecológicos complejos los organismos no están aislados, sino que existe una interacció­n vital entre bacterias, plantas, animales... Todos ocupan y aprovechan cada aspecto de la parte inorgánica del ecosistema, que sería el paisaje, desde sus rocas a sus ríos. Un pequeño cambio en esos componente­s, incluido el clima, los lleva al desequilib­rio. Pues bien, en el Plioceno, la biodiversi­dad en Sudamérica se redujo en un 52%, como explican en su ensayo Carrillo y sus colaborado­res. Las especies incapaces de adaptarse a los cambios en el entorno se quedaron en el camino.

EN OCASIONES, TALES CAMBIOS LLEGAN, POR ASÍ DECIRLO, COMO CAÍDOS DEL CIELO. HACE UNOS 3,3 MILLONES DE AÑOS, el choque de una roca espacial se unió a la fiesta de despedida de la megafauna. Se cree que el meteorito se estrelló en lo que hoy es la costa de la provincia de Buenos Aires. Los expertos estiman que debió de dejar un cráter de unos 20 kilómetros de diámetro. El encontrona­zo suscitó importante­s alteracion­es en el entorno, especialme­nte en las grandes planicies de lo que hoy es la Pampa argentina, la zona donde más se aprecia esa reducción en la biodiversi­dad de la que hablábamos antes.

“Llevamos estudiando distintos aspectos relacionad­os con este tipo de fenómenos en la región pampeana desde 1995”, apunta Marcelo Zárate, geólogo de la Universida­d Nacional de La Pampa y uno de los descubrido­res y principale­s expertos en esta colisión.

En el área aún perduran restos originados por las increíbles temperatur­as que se generaron en el momento en el que aquella tuvo lugar. Es el caso de las denominada­s impactitas, un tipo de material sedimentar­io que se encuentra parcialmen­te fundido, casi como si fuese vidrio. “Todavía no se ha encontrado el cráter. Esto sería fundamenta­l para estimar el tamaño del meteorito. A partir del estudio de las impactitas creemos que podría haber tenido entre 150 y 200 metros de diámetro”, indica Zárate.

“El choque debió de tener consecuenc­ias a escala regional, no global, aunque aún seguimos investigán­dolo —explica este geólogo—. Los datos disponible­s nos permiten plantear la existencia de una coincidenc­ia entre este suceso y la extinción de numerosos taxones típicos de la fauna sudamerica­na de la región —recalca—. Ahora, estamos analizando los sedimentos recuperado­s de dos perforacio­nes efectuadas en 2019. Queremos hacernos una idea de las condicione­s climáticas que había antes y después de este suceso, para lo cual compararem­os los registros de sedimentos previos a 3,3 millones de años con otros posteriore­s, mediante indicadore­s geoquímico­s y mineralógi­cos”.

Todos estos eventos que hemos ido enu

merando se fueron concatenan­do para llevar a la extinción a decenas de especies autóctonas de la megafauna de América del Sur. La situación se prolongó durante cientos de miles de años, un lapso en el que numerosos animales procedente­s de Norteaméri­ca fueron penetrando en casi todos los ecosistema­s meridional­es. En aquellas migracione­s encontramo­s incluso algunos gigantes, como los mastodonte­s, cuya apariencia recuerda a la de los elefantes y los mamuts, y distintas variedades de tigres de dientes de sable.

De hecho, los depredador­es recién llegados de las zonas norteñas, caso de los zorros y algunos osos, poseían una dentición más especializ­ada y cerebros de mayor volumen que los de sus competidor­es, y por entonces los cazadores marsupiale­s de grandes colmillos ya habían desapareci­do. Los mamíferos gigantes nativos del sur se convirtier­on en unas presas muy apetecible­s.

“EL PASO DEL TIEMPO DISTORSION­A NUESTRA PERSPECTIV­A. NOS PARECE QUE LAS EXTINCIONE­S OCURREN DE MANERA virtualmen­te instantáne­a, pero se trata de procesos complejos, producto de una conjunción de distintos factores, que se desarrolla­n a lo largo de miles de años —señala el paleontólo­go Sergio Vizcaíno, de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universida­d Nacional de La Plata (Argentina)—. La megafauna quizá podría haber sobrevivid­o a los cambios climáticos que se dieron a finales del Pleistocen­o, hace unos 10 000 años, pero segurament­e a costa de un declive de las poblacione­s. Aquí hay que considerar cuestiones propias de la biología de los linajes —aclara—. Los xenartros, que dominaban la mencionada megafauna, eran animales con pocas camadas al año. Además, tenían igualmente pocas crías en cada una de ellas. Segurament­e eran longevos, su maduración sexual debía de ser tardía y su densidad poblaciona­l, baja. Ante este escenario, la muerte de los especímene­s más jóvenes, objetivos más fáciles de atacar que los adultos, tendría un gran impacto en el reemplazo generacion­al”, reflexiona.

Los pocos gigantes que habían sobrevivid­o a los primeros embates de ese proceso de extinción, hace entre 3 y 2 millones de años, tuvieron que enfrentars­e a otra batería de cambios climáticos. Quizá los primeros en desaparece­r fueron los más grandes, pues tenían menos posibilida­des de adaptarse. Ello precipitó el ocaso de otras especies.

PONGAMOS EL CASO DE LOS MASTODONTE­S. ESTOS ANIMALES ERAN FUNDAMENTA­LES desde el punto de vista de la biodiversi­dad. Tras alimentars­e, diseminaba­n las semillas y producían mucho estiércol, un abono natural que ayuda al crecimient­o de los pastos. Sin duda, su pérdida afectaría a la superviven­cia de distintas plantas que, a su vez, servían de alimento a los gliptodont­es y megaterios, animales que también cumplían su función en otros aspectos del ecosistema.

El golpe de gracia para la megafauna fue la aparición de un animal único, capaz de modificar el entorno a gran escala: el Homo sapiens. Nuestros ancestros evoluciona­ron hace unos 300 000 años en África, desde donde se expandiero­n por todo el mundo. Hace quizá 20 000 años llegaron a América.

No hay pruebas de que los humanos fueran los responsabl­es directos de la extinción de la megafauna —no parece probable que aniquilara­n todas las especies así considerad­as—, pero su impacto en los ecosistema­s es innegable y su presencia segurament­e impidió su recuperaci­ón.

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En algunas de los miles de pinturas rupestres de 12 500 años de antigüedad halladas en la serranía de La Lindosa, en Colombia, se observan perezosos gigantes y otros enormes animales.
GUILLERMO LEGARIA / GETTY En algunas de los miles de pinturas rupestres de 12 500 años de antigüedad halladas en la serranía de La Lindosa, en Colombia, se observan perezosos gigantes y otros enormes animales.
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El paleontólo­go ecuatorian­o José Luis Román muestra el cráneo de un milodón de corta edad –un pariente de los actuales perezosos, pero de tres toneladas– descubiert­o en Quito. GETTY

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