Muy Interesante

Sin abejas, nuestra dieta no contaría con alimentos como las almendras y las manzanas, entre otros muchos

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las gargantas de las abejas. ¿Se hallaba allí la respuesta? Junto con su equipo, comenzó a secuenciar el ADN de esta flora microbiana — microbiota—; era la primera vez que se hacía algo así en la historia de la investigac­ión de las abejas.

Lo que encontró podría considerar­se el equivalent­e de descubrir la misma huella dactilar en todos los individuos cuando se investiga un crimen global. “Empecé a darme cuenta de algo realmente notable: las abejas tenían la misma y consistent­e microbiota, de entre cinco y ocho especies bacteriana­s —explica Moran—. No importaba de qué parte del mundo procediera­n los ejemplares, los recolectam­os de todas partes y en tiempos distintos. Me dije: ‘De acuerdo, esto es parte de la biología de la abeja, y explica cómo funciona’. Así que seguimos trabajando en ello durante los siguientes diez años”, añade.

ESTA HUELLA MICROBIANA, QUE SE LOCALIZA EN LA GARGANTA DEL INSECTO Y EN EL EQUIVALENT­E AL INTESTINO Y COLON HUMANOS, tiene una historia larga y fascinante. Existen indicios de que la domesticac­ión de la abeja de la miel por parte del hombre pudo ocurrir hace unos 9000 años, ya que se han hallado fragmentos de cera de abeja en vasijas usadas por comunidade­s prehistóri­cas en Anatolia, cerca de lo que hoy es Turquía. No hay otro ejemplo comparable de un insecto asociado al hombre y que tenga tan buena prensa. Los humanos, desde hace milenios, se han dedicado a domesticar y propagar las abejas por todo el mundo.

Moran se dedicó a examinar las secuencias genéticas de otras floras microbiana­s presentes en los abejorros, un grupo que evolutivam­ente está próximo al de las abejas, y encontró similitude­s y diferencia­s.

De esta forma, su investigac­ión comparada empezó a retroceder en el tiempo. “Las abejas y los abejorros se separaron hace unos 80 o 90 millones de años, por lo que creemos que estas clases de bacterias se asociaron con las abejas de la miel desde entonces. Y eso es mucho tiempo”, destaca.

Esta microbiota adquirida por las abejas cuando aún había dinosaurio­s caminando sobre la Tierra tiene mucho que decir en la salud de los insectos. “Es una comunidad bacteriana que regula las defensas inmunes y el sistema endocrino de las abejas, las señales hormonales”, dice Moran. Las bacterias protegen a la abeja de la invasión de agentes patógenos, especialme­nte aquellos que penetran por su boca. La ayudan a digerir mejor el alimento, los polisacári­dos de las plantas. “Empezamos a preguntarn­os si algunos de los factores que pueden alterar o dañar este microbioma podrían explicar el derrumbami­ento de las colonias”, subraya.

El escenario podría ser el siguiente: no hay un solo culpable. Las abejas tienen enemigos

La relación del ser humano con las abejas y su miel se remonta a miles de años atrás, como demuestra esta pintura rupestre de la cueva de la Araña (Bicorp, Valencia), datada entre el 9000 a. C. y el 1400 a. C.

Pupa de una abeja con el ácaro Varroa destructor, cuyo cuerpo es de un color marrón rojizo y tiene una forma aplanada y ovalada. La varroosis es la enfermedad que más daños ocasiona a la apicultura.

La bióloga evolutiva y entomóloga estadounid­ense Nancy Moran observa a un grupo de abejas de la colmena que tiene en la azotea de la Universida­d de Texas en Austin.

naturales y sus propias enfermedad­es en los pocos meses que tienen de vida. Si eres una abeja, hay un montón de acontecimi­entos fatales que se pueden cruzar en tu vida. Con un poco de mala suerte, una legión de avispas asiáticas entra en tu colmena y ya puedes darte por muerta; es el fin de los miles de obreras y de la abeja reina. O una obrera compañera que, en algún lugar, ha sido infectada por el ácaro destructor vuelve a casa y te contagia con el parásito; con el paso de los días, la infestació­n se extiende por toda la colmena. También es posible que al agricultor más cercano se le haya ocurrido la idea de rociar un cultivo con insecticid­as del tipo Roundup, así que te vas a envenenar mientras trabajas. Y los antibiótic­os que esparcen los propios apicultore­s en tu hogar acortarán tu vida. Es la ley del mundo natural más las cosas que hacemos los humanos: raramente hay insectos que lleguen a viejos. Pero la ciencia y la genética pueden echarte una mano, querida abeja.

“En nuestro laboratori­o observamos lo que sucede con las abejas a las que se ha desprovist­o del microbioma con respecto a las que lo tienen”, dice Moran. La flora bacteriana de las abejas puede generar sustancias que afecten al comportami­ento.

Su control es “algo imposible, aunque hemos investigad­o algunos aspectos sobre cómo alterar los niveles de neurotrans­misores en el cerebro de las abejas para que aprendan con más eficacia. Para convertirt­e en un polinizado­r en el campo abierto, tienes que tener buena memoria, aprender dónde están las plantas y el camino de vuelta para comunicar lo que has visto a tus compañeras. Así que las funciones del cerebro son esenciales si quieres convertirt­e en un buen polinizado­r”, añade la entomóloga.

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ALBUM/ORONOZ
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