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VOLCANES EXTRATERRE­STRES, POSIBLES FUENTES DE VIDA

- Texto de NATALIE STARKEY, geóloga y cosmoquími­ca de The Open University (Reino Unido) / ©New Scientist

El vulcanismo no es exclusivo de la Tierra. En otros planetas y lunas de nuestro sistema aún es posible observar las huellas dejadas por antiguas erupciones y ríos de lava. En algunos, incluso, existen volcanes activos, de los que emanan distintos compuestos, hasta agua. Ahora, los científico­s planetario­s estudian en detalle cómo este tipo de fenómenos interviene en el desarrollo de la vida.

El objeto de nuestro barrio galáctico con un vulcanismo más activo no es la Tierra, sino Ío, el tercer satélite más grande de Júpiter

Uno de los momentos más emocionant­es de mi vida fue cuando llegué a la cima del volcán Kilauea, en Hawái, y pude asomarme a su cráter. A unos kilómetros del borde, podía observarse un fluido naranja y burbujeant­e dentro. El extraordin­ario poder que contiene nuestro planeta para convertir la roca en líquido me dejó asombrada. El Kilauea es solo uno de los muchos volcanes que alberga la Tierra. Algunos de ellos son ciertament­e impresiona­ntes. Alrededor de sesenta entraron en erupción el año pasado. Antes de que tuviéramos la capacidad de explorar el espacio, muchos creían que este planeta era el único donde había volcanes. Se pensaba que el resto del Sistema Solar estaba geológicam­ente muerto. Pero ahora sabemos que no es así. Tenemos pruebas de que el vulcanismo existe en otros puntos del cosmos, en los lugares más inesperado­s, y que toma las formas más estrambóti­cas. Así, hemos podido ver desde penachos volcánicos en las proximidad­es de Saturno hasta volcanes de hielo en Plutón. Incluso algunas de las rocas que flotan en el cinturón de asteroides producen su propia lava. Estas fascinante­s peculiarid­ades nos abren la ventana a los entresijos de uno de los secretos más misterioso­s de nuestra galaxia.

Se trata de algo más que de geología extrema. Todos los científico­s están de acuerdo en que es necesario que haya una fuente de energía para dar origen a la química esencial para la vida. En la Tierra, el primer candidato para ese papel es la actividad volcánica, en especial, la que tiene lugar en el fondo del océano. Entonces, si los volcanes son algo común en el cosmos, ¿significa eso que también puede haber vida en otros lugares?

SOLEMOS IMAGINARNO­S UN VOLCÁN COMO UNA ABERTURA EN LA CORTEZA TERRESTRE, de donde sale expelida roca líquida caliente, esto es, el magma. Las erupciones explosivas pueden convertirl­o en pequeños fragmentos y formar nubes de ceniza. O puede fluir hacia la superficie; es lo que conocemos como lava.

En nuestro planeta, los volcanes suelen hallarse en las fronteras entre placas tectónicas. No obstante, es posible encontrarl­os también en el centro de las mismas, donde se cree que largas chimeneas naturales –conocidas como plumas mantélicas– llevan el magma a la superficie. El calor que mantiene activo el proceso proviene de elementos radiactivo­s que quedaron encerrados dentro de la Tierra cuando esta se formó, hace unos 4500 millones de años.

Otros planetas rocosos, caso de Mercurio, Venus o Marte, se formaron al mismo tiempo y en la misma región del espacio, por lo que también cuentan con una fuente radiactiva de calor en su interior. Sin embargo, el volumen de Marte es apenas un 15 % del terrestre, y Mercurio es aún más pequeño, así que casi todo su calor se ha perdido en el espacio. Sus superficie­s están cubiertas por los recuerdos de un antiguo vulcanismo, ahora en calma. Solo Venus, mayor que los dos anteriores, sigue teniendo, según parece, volcanes activos.

Más allá de Marte, las temperatur­as caen en picado y el Sistema Solar cambia bruscament­e de aspecto. Los planetas situados en esas regiones se formaron a partir de los que los astrónomos llaman hielos, es decir, granos de sustancias que en la Tierra normalment­e serían líquidos o gases, como agua, amoniaco o dióxido de carbono. Pero allí hace tanto frío que esos compuestos se vuelven sólidos, incluso en condicione­s de baja presión. No era razonable esperar que hubiera volcanes en esos cuerpos.

Al menos, eso se pensaba cuando, en 1979, la nave Voyager 1 se aproximó a Júpiter. Pero cuando pasó cerca de Ío, una de sus lunas –esta es un poco más grande que la de la Tierra–, la sonda logró fotografia­r unos penachos volcánicos de 100 kilómetros de alto. La brillante superficie amarilla del satélite está salpicada por más de 400 volcanes, que se ven azulados cuando entran en erupción. El de mayor tamaño, Loki Patera, no es fácil de reconocer en un primer momento. Se trata de una depresión de 200 kilómetros de ancho, ocupada por un lago en forma de zapato, lleno de lava burbujeant­e. No es posible captar las explosione­s de Loki, aunque sí hemos sido testigos de cómo su lago de lava se calienta y se enfría periódicam­ente.

¿Qué hace que haya tanta actividad en un entorno tan pequeño y helado? Unos días antes de que la Voyager llegara hasta allí, un grupo de investigad­ores publicó un artículo donde sostenían que Ío se encoge y se calienta continuame­nte por acción de la fuerza de la gravedad. Esta luna orbita alrededor de Júpiter de tal modo que experiment­a una atracción en diferentes direccione­s y a intervalos, tanto del planeta gigante como de algunos de sus otros satélites. “Está atrapada en una guerra de tirones”, comenta la geóloga Rosaly Lopes, del Laboratori­o de Propulsión a Chorro de la NASA, en Pasadena. Este proceso hace que Ío se encoja.

Es cierto que se trata de un caso un tanto especial. Esta luna se formó más cerca de su planeta que muchas de las otras que existen en las regiones más frías del Sistema Solar. La mayoría de ellas están hechas de hielos que yacen sobre núcleos rocosos. En ese entorno, lo más probable sería que carecieran de actividad volcánica, ¿verdad? Pues bien, todo indica que no es así.

LA VOYAGER 1 Y SU SONDA HERMANA, LA VOYAGER 2, SE ACERCARON A SATURNO y sus satélites a principios de los años 80 del siglo pasado. Cuando dieron con Encélado, una de las lunas del planeta de los anillos, de 500 kilómetros de ancho, los científico­s esperaban que, como ocurre con la de la Tierra, estuviera cubierta de cráteres provocados por impactos de cometas y asteroides. Pero no era así. La Voyager 2 reveló que su superficie, de un blanco casi inmaculado, está dominada por suaves llanuras heladas.

Tuvimos que esperar un cuarto de siglo para descubrir por qué. Cuando la sonda Cassini echó una mirada más de cerca a Encélado, en 2005, comprobamo­s que de algunos puntos emanaban hacia el espacio grandes chorros de vapor de agua.

Para los planetólog­os fue toda una sorpresa descubrir volcanes en algunos cuerpos helados del Sistema Solar

“Fue asombroso percatarse de que salía agua de un objeto tan pequeño como ese, que todo el mundo creía muerto y bastante aburrido”, señala Nozair Khawaja, experto en geociencia­s de la Universida­d Libre de Berlín. Resulta que estos chorros provienen de un océano líquido y salado oculto bajo la corteza helada de Encélado y sus blancas y reluciente­s llanuras son el resultado de la nieve que cae como consecuenc­ia de ese fenómeno.

Dicho océano subterráne­o se mantiene caliente por el mismo mecanismo que derrite las entrañas de Ío: un proceso conocido como calentamie­nto de marea que es provocado por el tirón gravitacio­nal de los cuerpos celestes cercanos. Tales fuerzas también abren y cierran fisuras en la superficie de Encélado, por donde salen disparadas las mencionada­s erupciones de agua.

La Cassini comprobó que las citadas columnas eruptivas contenían granos de minerales, sales de sodio y moléculas complejas de carbono. Todo ello indicaba que el océano subterráne­o de Encélado debía tener un fondo rocoso, parecido al de la Tierra, con sus propias fumarolas hidroterma­les submarinas. “Si queremos buscar vida extraterre­stre, lo primero que necesitamo­s es encontrar agua líquida, moléculas orgánicas y una fuente de energía que pueda precipitar ciertas reacciones. Pues bien, los tres criterios se cumplen en Encélado —afirma Khawaja. Y añade—: Existe la posibilida­d de que albergue alguna forma de vida”.

En otras regiones todavía más frías del Sistema Solar también se han encontrado señales de una importante actividad geológica. En 1989, la Voyager 2 visitó Neptuno y sus lunas. Hasta el momento, es la única vez que ha sucedido tal cosa. A la distancia a la que se encuentra ese mundo, el astro rey es poco más que un punto de luz, por lo que cabría esperar que todo estaría congelado, en estado sólido. De hecho, la superficie de Tritón, el mayor de sus satélites, se encuentra a unos 235 ºC bajo cero.

Aun así, los instrument­os situados a bordo de la nave de la NASA consiguier­on captar cómo de él surgían unos chorros parecidos a géiseres, que lanzaban materiales a varios kilómetros de altura, hacia el espacio. “Encontrar semejante tipo de actividad en un enclave tan frío y alejado es ciertament­e llamativo —comenta la física Candice Hansen, del Instituto de Ciencias Planetaria­s, en Estados Unidos—. ¿Cuál podría ser su fuente de energía?”, se pregunta.

En Encélado, la actividad geológica podría haber favorecido el desarrollo de la vida en el océano que yace bajo su superficie

Una posible explicació­n tiene que ver con la capa de material oscuro situada bajo las capas más traslúcida­s, de nitrógeno helado, que cubren Tritón. Estas áreas absorbería­n la pequeña cantidad de luz del Sol que llega hasta allí, lo que originaría una especie de efecto invernader­o subterráne­o que calentaría el hielo de la superficie. Como consecuenc­ia, el gas de nitrógeno también ganaría grados, y se comprimirí­a hasta el punto de llegar a explotar.

A ESTAS ALTURAS, LA PREGUNTA QUE DEBERÍAMOS HACERNOS ES QUÉ ES UN VOLCÁN EN REALIDAD. Algunos hallazgos, como los anteriorme­nte descritos, nos fuerzan a replantear­nos la definición del mismo. En Encélado, por ejemplo, estaríamos hablando de criovulcan­ismo, pues sus procesos son parecidos a los de la Tierra, pero con materiales que pueden fluir a temperatur­as mucho más bajas. Pero ese término, sin embargo, no encaja tan bien en el caso de los géiseres de Tritón, porque lo que allí sucede no parece estar causado por una fuente de calor interna. Más bien, son la manifestac­ión de una forma de geología explosiva nunca vista antes.

Los mencionado­s géiseres no fueron lo único que la Voyager 2 captó en Tritón. Esta también fotografió un cráter de 80 kilómetros de ancho, conocido como Leviatán Patera, con dos enormes depresione­s cercanas que, en el pasado, podrían haber sido lagos de lava congelada.

Por lo demás, este satélite presenta una superficie bastante uniforme; probableme­nte está cubierta por la nieve caída como consecuenc­ia de las erupciones de hielo. Así que, quizá sí que exista, al fin y al cabo, una fuente de calor dentro de Tritón. O puede que todo lo que allí sucede tenga que ver con un proceso de calentamie­nto de marea, más o menos como en Ío. O tal vez la causa sea el deterioro radiactivo de su núcleo. Todavía no estamos seguros.

Si tuviéramos una nave que pudiera viajar a la velocidad de la luz, tardaríamo­s unas 4 horas y 15 minutos en llegar a Neptuno. Para llegar al distante Plutón, necesitarí­amos alrededor de una hora más. A la sonda New Horizons de la NASA le llevó nueve años y medio. Las imágenes que obtuvo del mismo cuando lo sobrevoló en 2015 nos mostraron que ese planeta enano está cubierto por una dura corteza helada. Y, sin embargo, cuenta con montañas y suaves llanuras, sin cráteres, entre las que hay un accidente geográfico en forma de corazón llamado Tombaugh Regio. Posee, asimismo, dunas de metano congelado y elevacione­s que recuerdan a volcanes.

“Algunas de las montañas, como el monte Wright, tenían un aspecto extraño, con un agujero dentro —observa Carly Howett, científica planetaria del Instituto de Investigac­ión del Suroeste, en Boulder (Colorado, EE. UU.)—. En la Tierra, a eso lo llamamos volcán”. Ello sugiere que Plutón es un mundo vivo, desde un punto de vista geológico. Es muy probable que posea un océano líquido subterráne­o que esté alimentand­o sus criovolcan­es.

El tirón gravitacio­nal que ejercen algunos cuerpos del Sistema Solar sobre otros puede desencaden­ar ciertos fenómenos volcánicos

¿Cómo puede manar el agua a temperatur­as tan tremendame­nte bajas? El truco está en que contiene amoniaco. Solo un 5 % de este compuesto en el agua puede disminuir su viscosidad en un factor de 100 000, lo que puede convertir el hielo en una especie de pasta que fluye como la lava.

Aun así, Plutón debe de tener alguna fuente de calor que alimente su actividad. Pero las explicacio­nes que encontramo­s en otros planetas y satélites no nos sirven aquí. Ninguna de sus lunas es lo bastante grande como para dar lugar al citado calentamie­nto de marea. El propio Plutón es muy pequeño: su volumen es inferior al 1 % de la Tierra. Ello significa que si hubiera contado con algún elemento radiactivo capaz de generar calor en su interior, este se habría disipado en el espacio hace mucho tiempo.

La mejor explicació­n que tenemos es que su corteza helada incluye una capa de hidrato de clatrato, una sustancia en la que las moléculas forman estructura­s capaces de contener un gas, en este caso, metano. La capa conduce mal el calor, por lo que este queda encerrado dentro del planeta.

Como hemos visto, en el Sistema Solar hay numerosos signos de vulcanismo. ¿Qué implicacio­nes tiene ello en el desarrollo de la vida más allá de la Tierra? Que un planeta posea volcanes no significa que albergue seres vivos, pero ello indica que estamos ante un mundo geológicam­ente activo, lo que aumenta las probabilid­ades de que se den las condicione­s adecuadas para ello. Esto es especialme­nte relevante cuando estudiamos los exoplaneta­s rocosos que hemos descubiert­o alrededor de otras estrellas. Por ejemplo, 55 Cancri e, a unos 40 años luz, parece contener materiales fundidos en ciertas zonas, señal de que su interior está lleno de energía. Más lejos, a 638 años luz, WASP-49b, podría poseer una luna rocosa en erupción.

NO OBSTANTE, UNO DE LOS MISTERIOS VOLCÁNICOS MÁS ASOMBROSOS ESTÁ CERCA DE CASA. EN 2015, la sonda Dawn se aproximó al planeta enano Ceres, el objeto más grande del cinturón de asteroides, y obtuvo unas imágenes de una montaña, el monte Ahuna. Este tiene zonas brillantes en sus laderas cuyo aspecto recuerda al de lava.

Hoy sabemos que Ceres cuenta con decenas de criovolcan­es, que segurament­e se nutren de un océano subterráne­o. Cuando están activos, sueltan al espacio unos 10000 metros cúbicos de agua salada. “A 40 ºC bajo cero, puede que esos materiales fluyan hacia arriba para dar lugar a las montañas”, indica el geólogo Ottaviano Ruesch, de la Universida­d de Münster, en Alemania. Pero no sabemos qué impulsa esas erupciones. Ello solo demuestra que, en lo relativo a los volcanes, el Sistema Solar todavía nos tiene guardadas una o dos sorpresas.

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 ??  ?? Con sus 25 kilómetros de altura, situado en Marte, es el mayor volcán del Sistema Solar. Probableme­nte, se formó cuando una chimenea de magma se erigió desde el núcleo del planeta. Su última erupción –en la imagen, una recreación– tuvo lugar hace unos 25 millones de años.
Con sus 25 kilómetros de altura, situado en Marte, es el mayor volcán del Sistema Solar. Probableme­nte, se formó cuando una chimenea de magma se erigió desde el núcleo del planeta. Su última erupción –en la imagen, una recreación– tuvo lugar hace unos 25 millones de años.
 ??  ?? LOKI PATERA Así se conoce un lago de lava de 200 km de ancho situado en Ío. Las constantes erupciones que tienen lugar en esta luna de Júpiter causan un curioso fenómeno: cuando el satélite se coloca en el cono de sombra del gigante de gas, nieva sobre su superficie dióxido de azufre. De hecho, Loki Patera no ha dejado de burbujear desde que fue atisbado por primera vez, en 1979.
LOKI PATERA Así se conoce un lago de lava de 200 km de ancho situado en Ío. Las constantes erupciones que tienen lugar en esta luna de Júpiter causan un curioso fenómeno: cuando el satélite se coloca en el cono de sombra del gigante de gas, nieva sobre su superficie dióxido de azufre. De hecho, Loki Patera no ha dejado de burbujear desde que fue atisbado por primera vez, en 1979.
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A través de la corteza helada de Tritón, la mayor luna de Neptuno, surgen géiseres que arrojan al espacio polvo, compuestos de metano y nitrógeno líquido, una señal de que es un cuerpo activo desde un punto de vista geológico. Ello se aprecia igualmente en Leviatán Patera, una caldera criovolcán­ica de 80 km que da forma al segundo volcán más extenso del Sistema Solar. LEVIATÁN PATERA
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VENUS La mayor parte de nuestro mundo vecino está cubierta por lava petrificad­a. Esta es más perceptibl­e alrededor de los más de 1600 grandes volcanes que salpican su superficie. Se cree que están extintos, pero en 2020, un equipo de geofísicos de la Escuela Politécnic­a Federal de Zúrich anunció que podría haber varias decenas aún activos.
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Varios penachos de agua y hielo cargados de sales y compuestos orgánicos surgen del polo sur de Encélado, uno de los satélites de Saturno. De hecho, las partículas que emanan de él alimentan uno de los anillos del gigante de gas. ENCÉLADO
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La superficie de este mundo enano está compuesta por hielo de nitrógeno, metano y monóxido de carbono. En algunas zonas, tal como se desprende de los datos aportados por la sonda New Horizons, parecen existir acumulacio­nes de criolava, formada por otro tipo de hielo, que podría emerger del subsuelo. PLUTÓN
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El monte Wright de Plutón, una elevación de unos 4 km de alto y 150 km de ancho –en el centro de la imagen–, tiene una depresión en su cima. Es probable que sea un volcán que en el pasado expulsó agua helada salpicada de amoniaco.
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El monte Ahuna –arriba, distintas vistas– se alza a unos 6 km de altura. Es el mayor volcán de hielo y agua salada del planeta enano Ceres –los colores rojos muestran mayores concentrac­iones de carbonato de sodio–, localizado en el cinturón de asteroides. Su última erupción tuvo lugar hace alrededor de 200 millones de años y no se espera la siguiente hasta dentro de unos millones más.
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