A fondo: ‘La amenaza invisible de los microplásticos’ y ‘El sueño de los microbios comeplásticos’
Cada año generamos unos 300 millones de toneladas de polímeros que, al fragmentarse, forman partículas de microplásticos. Están presentes igualmente en ciertos cosméticos y prendas textiles, y su pequeño tamaño los ayuda a penetrar en el organismo. Aunque aún no está claro qué efectos pueden tener en la salud, los científicos alertan de que debido a su toxicidad podrían causar desde daño celular hasta trastornos neuronales.
Están en todas partes: desde el océano Ártico hasta el Gran Cañón del Colorado. Pueden viajar a través del aire y del agua y su proporción cada vez es más preocupante. Esta diminutas partículas de plástico, que miden hasta 5 milímetros de diámetro, no han dejado de aumentar en las últimas cuatro décadas, según recoge un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente. Su presencia en los ecosistemas y en los seres vivos que habitan en ellos acrecienta la preocupación sobre los posibles efectos que pueden tener sobre la salud. Pese a lo que pudiera parecer, no hablamos solo de fragmentos de desechos plásticos que se han ido descomponiendo. También provienen de productos de consumo como pastas de dientes o cremas para la piel. El problema es que, cuando caen por el desagüe, tienden a no filtrarse durante el tratamiento de las aguas residuales y se liberan directamente a océanos, lagos o ríos. Otra fuente son los materiales textiles sintéticos.
Una investigación reciente concluyó que, de una sola prenda, se desprendían en un lavado hasta 1900 fibras microplásticas, y se han hallado algunas de ellas en aguas residuales y en costas cercanas a grandes núcleos de población.
Además, se encuentran en productos industriales como los pellets de resina plástica, una materia prima que se usa para los productos plásticos. Encima, las microperlas de plástico se emplean para muchos elementos, como tintas para impresoras, pinturas en aerosol, moldes y abrasivos. Una proporción de estas partículas termina llegando al medioambiente y, al ser insolubles en el agua y no degradables, persisten durante larguísimos periodos de tiempo.
“CUANDO SE HABLA DE CONTAMINACIÓN POR PLÁSTICO, TODO EL MUNDO PIENSA EN EL TROZO DE BOLSA O DE ENVASE COMO TAL”, señala Ethel Eljarrat, investigadora científica del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del CSIC. “Sin embargo, hay que tener en cuenta que, en su fabricación, normalmente derivada del petróleo, se añaden diversos compuestos químicos, que pueden constituir hasta más del 50 % de su peso”, añade.
Como explica la científica, cada aditivo tiene su función. Por ejemplo, los plastificantes proporcionan flexibilidad o dureza, mientras que los filtros solares se emplean para absorber la luz ultravioleta, y los antibacterianos, para evitar que crezcan microbios en el material.
“Existen más de tres mil compuestos químicos diferentes asociados a los plásticos y, entre ellos, hay más de sesenta caracterizados como sustancias de alto riesgo para la salud, algunas persistentes y bioacumulables”, detalla Eljarrat. Así, aditivos tóxicos comunes con los que convivimos serían los bisfenoles –el A es el más conocido–, los ftalatos, los retardantes de llama o los metales pesados. “Algunos de ellos son disruptores endocrinos”, nos advierte además la científica.
Estos elementos, cuyo uso está regulado a nivel comunitario, imitan el comportamiento de las hormonas y pueden producir mutaciones graves a nivel celular, aunque sean concentraciones muy pequeñas. La investigadora destaca que hay estudios que relacionan ciertos añadidos que lleva el plástico con infertilidad, cáncer, hiperactividad y déficit de atención, enfermedades neurodegenerativas, autismo, problemas cardiovasculares, obesidad o diabetes.
En este contexto, en agosto de 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo un llamamiento a la comunidad científica para saber cuál es el impacto de los microplásticos y pidió una mayor evaluación de estos compuestos en el medioambiente, el aire, los alimentos y la salud humana. Meses antes, este mismo organismo había publicado un análisis de las investigaciones realizadas en todo el mundo hasta la fecha sobre la presencia de dichas partículas en el agua potable.
“NECESITAMOS SABER CON URGENCIA MÁS SOBRE CÓMO NOS AFECTAN LOS MICROPLÁSTICOS, porque están en todas partes, incluso en el agua que bebemos –dijo María Neira, directora del departamento de Salud Pública, Medioambiente y Determinantes Sociales de la Salud de la OMS–. Según la información limitada que tenemos, los microplásticos en el suministro de agua no parecen representar un riesgo para la salud en los niveles actuales. Pero necesitamos saber más”, declaró la experta.
En la actualidad, la crisis sanitaria por el coronavirus SARS-CoV-2 no ha cambiado estas intenciones, como explican a MUY
Gestos tan habituales como abrir una tableta de chocolate o una botella de agua mineral también expulsan microplásticos
fuentes de la OMS. “La pandemia de la covid-19 no ha interrumpido los continuos esfuerzos de la OMS para entender más a fondo el problema. Seguimos colaborando con los científicos para finalizar una evaluación más amplia”, aseguran.
Además, la organización también está trabajando en otra cuestión relacionada, como es la contaminación plástica fruto del mayor uso de equipos de protección individual y mascarillas.
TODOS LOS EXPERTOS CONSULTADOS COINCIDEN EN QUE HACEN FALTA MÁS INVESTIGACIONES PARA DETERMINAR CÓMO INFLUYEN los microplásticos en el organismo. Remco Westerink, neurotoxicólogo en el Instituto para las Ciencias de la Evaluación de Riesgos de la Universidad de Utrecht (Países Bajos), ha participado en una revisión de estudios en la que analiza de qué forma los micro y nanoplásticos –aún más pequeños, que miden de 1 a 100 nanómetros–, tras ser absorbidos por organismos acuáticos y mamíferos, pueden acabar aterrizando en el cerebro.
Los trabajos analizados se centraban en evaluar los efectos neurotóxicos de estos compuestos en diferentes especies y también in vitro. Los datos muestran que pueden inducir estrés oxidativo, lo que repercutiría en daño celular y una mayor vulnerabilidad para desarrollar trastornos neuronales. Además, la investigación concluye que esta exposición también podría influir en cambios en el comportamiento.
Aunque Westerink destaca que la mayoría de estos estudios se han realizado en especies acuáticas como mejillones o peces, no en personas. “Las pruebas de laboratorio demostraron que algunos micro y nanoplásticos pueden llegar al cerebro. No obstante, se desconoce casi todo sobre los posibles impactos en la salud humana. ¿Estos plásticos se depositarán en el cerebro sin causar ningún problema? ¿O realmente peligran las neuronas? Si es así, ¿qué gravedad tendrá este daño celular?”, se pregunta.
Aunque las conclusiones de algunos estudios en diferentes especies mostraron efectos cerebrales adversos, cada análisis medía un tipo de plástico distinto, de un tamaño determinado y con un tiempo y nivel de exposición diferente, lo que dificulta poder comparar y extrapolar los resultados, según el neurotoxicólogo.
“El encéfalo humano es mucho más complejo que el de las especies acuáticas estudiadas. Sin embargo, muchos de los procesos celulares básicos son comparables entre especies, por lo que es lógico suponer que, si el nivel de exposición es comparable, el cerebro de las personas también se verá afectado –mantiene Westerink–. Posiblemente, incluso, el nuestro sea más vulnerable, ya que es más complejo y sofisticado”, aduce.
POR SI FUERA POCO, LOS COMPUESTOS QUE CONFORMAN ESTAS MICROPARTÍCULAS tienen la capacidad de absorber sustancias químicas, toxinas y agentes patógenos del medioambiente. Las partículas podrían liberar estos elementos una vez que penetren en el cuerpo –e incluso en el cerebro, al atravesar la barrera hematoencefálica–, y actuar como una espe
cie de caballo de Troya en nuestras células, compara el científico.
A nivel celular, faltan estudios que aclaren su papel en la conversión de las células sanas a tumorales. Una reciente investigación ha estudiado “la naturaleza peligrosa” y el riesgo de cáncer de los microplásticos que se originan a partir de los desechos electrónicos. “Durante su periodo de permanencia en el medioambiente, los microplásticos se fragmentan para reducir su tamaño a un nivel nano. A medida que se van haciendo más pequeños, el efecto de vectorización de los productos químicos cancerígenos aumenta de tres a cinco veces”, afirma Reddithota J. Krupadam, investigador del Instituto Nacional de Investigación de Ingeniería Ambiental (India) y uno de los autores del estudio.
EL CIENTÍFICO RECUERDA LOS RIESGOS DE LOS ADITIVOS PLÁSTICOS –COMO FTALATOS, NONILFENOLES O RETARDADORES DE LLAMA BROMADOS– para el desarrollo de cáncer. “Los microplásticos se consideran vectores de sustancias químicas cancerígenas”, recalca. Además, como hemos comentado, estos tienen la capacidad de absorber otras sustancias, que pueden ser cancerígenas, como los HAP –hidrocarburos aromáticos policíclicos, que se forman durante la combustión de carbón, petróleo o tabaco–.
¿Y qué ocurre en nuestro organismo? Los expertos insisten en que estamos en un área de investigación incipiente y que faltan estudios que analicen los niveles de exposición humana y la dosis que podrían provocar resultados adversos.
Gracias a algunos trabajos realizados con anterioridad, se sabe que, aunque las células inmunitarias reconocen las partículas de plástico en nuestro organismo, “no son capaces de descomponerlas”, tal y como sostiene Heather Leslie, investigadora y experta en residuos marinos del Departamento de Salud y Medioambiente de la Universidad Libre de Ámsterdam (Países Bajos).
Según la experta, este polímero es resistente al ataque de nuestras enzimas –proteínas que aceleran reacciones químicas celulares–. Las partículas de plástico más grandes se eliminan a través de las heces y, posiblemente, la orina, pero “otras pueden ser lo suficientemente pequeñas como para penetrar en el torrente sanguíneo y los tejidos, donde podrían atascarse y provocar inflamación”.
Aparte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), otras instituciones, como el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), con sede en Viena (Austria), se han puesto manos a la obra ante este problema y están utilizando técnicas nucleares e isotópicas para averiguar cómo repercuten los microplásticos en la fauna marina.
UN ESTUDIO CONCLUYÓ QUE ESTABAN AFECTANDO A LAS FUNCIONES BIOLÓGICAS DE LOS PECES, como su comportamiento y sus funciones neurológicas, y también a su metabolismo y a la diversidad del microbioma intestinal, según explica el oceanógrafo Peter Swarzenski, director de los Laboratorios de Medioambiente y jefe del Laboratorio de Radioecología del OIEA.
“El consumo de alimentos de origen ma
Las células inmunitarias reconocen las partículas de plástico en nuestro organismo, pero no son capaces de descomponerlas
rino puede ser un vector potencial de microplásticos para los humanos –destaca Swarzenski–. Sin embargo, los métodos estandarizados para identificación de plásticos de tamaño micro aún se encuentran en fase de desarrollo por parte de la comunidad científica mundial”, alega. Asimismo, añade que, hoy por hoy, desconocemos las concentraciones exactas y la distribución del tamaño de las partículas en los océanos, así como sus impactos en los organismos vivos.
Dejando a un lado el agua, diferentes investigaciones han encontrado microplásticos en el aire. Una de ellas, publicada en la revista Science, reveló que a los parques nacionales y al resto de áreas protegidas del sur y del centro-oeste de Estados Unidos llegaban más de mil toneladas de estos compuestos al año, arrastrados por el viento o en la lluvia. La mayoría eran microfibras sintéticas que se usan para confeccionar ropa.
“OBSERVAMOS MICROPLÁSTICOS EN EL AIRE QUE SE ENCUENTRAN DENTRO DEL RANGO RESPIRABLE Y ES BIEN SABIDO QUE LOS AEROSOLES PUEDEN tener impactos negativos en la salud”, cuenta Janice Brahney, investigadora del departamento de Ciencias de Cuencas Hidrográficas de la Universidad Estatal de Utah que lideró este experimento.
Sin ir tan lejos, otra investigación reveló que, con gestos tan habituales como abrir una tableta de chocolate o una botella de plástico, también se expulsan microplásticos. En estas acciones diarias, se pueden generar de 0,46 a 250 partículas por centímetro cuadrado. ¿Llegan al aire? “Sí, aunque solo una pequeña cantidad”, matiza Cheng Fang, investigador del Centro Global para la Descontaminación Ambiental de la Universidad de Newcastle (Australia) y autor principal del trabajo.
Como vemos, los plásticos están en todas partes. El grupo de investigación liderado por Roberto Rosal, de la Universidad de Alcalá, y Francisca Fernández Piñas, de la Universidad Autónoma de Madrid, los ha encontrado en todos los lugares en los que han recogido muestras, incluidas las aguas dulces del Ártico.
Ambos científicos alertan sobre otro de sus efectos nocivos: a lo largo de su ciclo de vida –desde que tiene lugar su producción hasta que terminan por degradarse– generan, entre otras sustancias, metano, etileno o dióxido de carbono, gases que contribuyen al efecto invernadero.
Para ponerle freno a la situación y evitar que sigan extendiéndose a lo largo y ancho del planeta, “la principal medida debe ser reducir radicalmente los plásticos de un solo uso, que acabarán convirtiéndose en microplásticos una vez que alcancen los ecosistemas”, subraya Miguel González-Pleiter, experto en fisiología vegetal que forma parte del grupo de investigación de Rosal y Fernández Piñas.
Al mismo tiempo, junto a la reducción del consumo, los expertos consultados subrayan que se apueste por la investigación, centrada en el desarrollo de nuevos polímeros y aditivos químicos menos contaminantes y, en paralelo, por la gestión correcta de los residuos actuales. “Es necesario tomar medidas con urgencia, ya que cada año que pasa se producen 300 millones de toneladas, lo que significa 300 millones de nuevos desechos plásticos que vamos a tener que gestionar en un momento u otro”, alerta Eljarrat.
A NIVEL LEGISLATIVO, SE ESTÁN DANDO PASOS, COMO LA PROHIBICIÓN DE ALGUNOS plásticos de un solo uso –platos, cubiertos, pajitas y bastoncillos– en la Unión Europea a partir de este año. Además, los Estados miembros tendrán que recuperar el 90 % de las botellas de plástico en 2029. Antes, para 2025, el 25% del plástico de las botellas deberá ser reciclado. Mientras tanto, pasando completamente desapercibidos, los microplásticos seguirán extendiéndose por todos los ecosistemas. Una primavera silenciosa en la que, como en el libro de Rachel Carson, el tiempo juega en nuestra contra.