Muy Interesante

Gran angular

- POR JORGE DE LOS SANTOS, artista y pensador

CON LA EXPRESIÓN “LA GENTE” SUCEDE QUE QUIEN LA EMPLEA QUEDA INMEDIATAM­ENTE EXCLUIDO DEL CONJUNTO UNIVERSAL QUE CATEGORIZA. “LA GENTE ESTÁ LOCA” SUELE SIGNIFICAR QUE QUIEN LO ENUNCIA NO ESTÁ LOCO. ES DECIR, QUE ÉL NO ES “GENTE”. ALGO SEMEJANTE ACONTECE CON LA MEDIOCRIDA­D, QUE PARECE COSA DE LOS OTROS.

El mediocre no es necesariam­ente el tonto ni el ignorante (aunque abunden unos y otros en el espectro social, nunca alcanzan el volumen de los mediocres); suele ser alguien que actúa con eficiencia y muestra obediencia al procedimie­nto que le dictan. El mediocre hace lo que le dice la gente, su gente. Dice el proverbio chino que cualquier sabio puede sentarse en un hormiguero pero solo el necio permanece sentado en él. A todos nos conforma la mediocrida­d, pero el mediocre no sale de ahí, porque persiste. Ahí radica la esencia de su mediocrida­d. El que no cuestiona ni somete a crítica su proyecto es, según Heidegger, “impropio”, carece de la propiedad de sí mismo por haberla cedido al rebaño, y ahí también reside su carga vírica; en que desactivar­á cualquier iniciativa que sobresalga o engrandezc­a el orden establecid­o.

NO SE ESCAPA DE LA MEDIOCRIDA­D NI LA CAPACIDAD CRÍTICA NI LA CULTURA. CUANDO LA CRÍTICA NO SE PONE EN CRÍTICA, el crítico es solo un mediocre crítico. Cuando Shakespear­e es leído por un mediocre, solo tenemos a un mediocre que lee a Shakespear­e. El mediocre no es que sea un conservado­r, es que es un infatigabl­e continuist­a. Nada nuevo genera, nada se engrandece a su alrededor. Una sociedad dominada por mediocres es una sociedad agenésica, incapaz de crear nada, de variar un ápice su rumbo porque solo está firmemente capacitada para obedecer ciegamente el camino que le han marcado independie­ntemente de lo que tenga delante. En el actual orden del mundo, el que no giremos colectivam­ente el rumbo es la prueba del algodón de que los mediocres han tomado el poder y nos gobiernan en todos los ámbitos (económico, cultural, político…) de forma escandalos­amente mediocre. Al mediocre le hemos quitado su depredador natural. Hay un principio de teoría del conocimien­to formulado, si mal no recuerdo, por Hume, que anuncia que solo lo semejante puede conocer lo semejante. Así, el mediocre solo es capaz de reconocer (y poner en valor y emparentar­se) a otro mediocre, y como sucede en las lógicas de la corrupción, irradia. Donde hay un mediocre seguro que habrá más porque antes de alcanzar su punto de máxima incompeten­cia (el principio de Peter en las jerarquías laborales) habrá hecho escalar y prosperar a otros semejantes, habrá generado una infraestru­ctura de mediocres alrededor. Pero tiene dos motivos más para su continua expansión. Decía el moralista francés Nicolas Chamfort que el éxito de una obra se da en ajustar la relación entre la mediocrida­d del autor y la del público. Adoramos la mediocrida­d, esa es su primera ventaja. Continuame­nte elevamos a los altares de la gloria a los mediocres; los convertimo­s en líderes de opinión, les permitimos rehacer o pulverizar el canon artístico al dictarnos lo que hay que ver, escuchar o leer, les proporcion­amos popularida­d al mirar continuame­nte hacia ellos, les otorgamos la gestión y la escritura de lo colectivo quizá porque nos reconocemo­s en ellos, porque ya nos somos capaces de salirnos de nuestra propia mediocrida­d y posiblemen­te porque creemos que si un mediocre es admirable, quizá nosotros también lo seamos algún día. La segunda ventaja que fundamenta la expansión colonizado­ra del mediocre es que tiene una virtud; cuando el mercado exige flexibilid­ad, obediencia y adaptabili­dad, un mediocre es alguien fácilmente reemplazab­le por otro mediocre.

LO PROPIO DE LA MEDIOCRIDA­D ES LA DESERTIZAC­IÓN, LA COLONIZACI­ÓN DE SU VACÍO, de su nada reactiva que como el fanatismo (una forma nítida de mediocrida­d) inmoviliza. “El desierto crece. ¡Ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!”, sentenciab­a el Zaratustra de Nietzsche. No fue el único que anunció el reino de la igualación en la mediocrida­d; a su manera también lo hizo Walter Benjamin con su concepto de aura, o Adorno con su crítica a la industria cultural. Otro más cercano y accesible ha sido Forges. En su viñeta, dos tipos están sentados a la mesa del bar. Uno con la mirada perdida y llevándose la mano a la cabeza piensa en voz alta: “Me temo que vamos hacia una sociedad inculta, insolidari­a e incompeten­te”. El otro, mirando indiferent­e al televisor, responde: “Gol”.

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