¡Benditas (o no) mutaciones!

La palabra mutante, junto a variante, linaje o cepa, está hoy más que nunca en boca de todos debido a la pandemia de covid-19 y, en particular, a los constantes cambios de look a los que ya nos tiene acostumbrado el coronavirus SARS-CoV-2 y que amenazan con dar al traste con la eficacia de las vacunas. Para muestra, un botón: el pasado 6 de mayo, el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades, con sede en Estocolmo, informaba de que por nuestro continente circulaban cuatro variantes del SARS-CoV-2 de alto impacto en la salud pública, nueve variantes de interés (VOI) y diecisiete más bajo monitorización. Como ocurre con cualquier otro ser vivo, el material genético del SARS-CoV-2, en este caso, hecho de ARN, muta: solo en la glicoproteína espicular que usa para unirse y entrar en las células huésped se han detectado más de 4000 mutaciones. Pese a que los procesos de replicación del material genético son muy precisos, no son perfectos y cometen errores. Así, todos los organismos están sujetos a sufrir cambios en su molécula de la vida, debido al metabolismo propio o por efecto del medioambiente. Las mutaciones son el motor de la biología terrestre y existen desde que el mundo es mundo, desde que la vida comenzó, según algunos, con una simple molécula de ARN que pudo copiarse a sí misma sin ayuda de otras moléculas.