¿Cómo empezó la realidad?
El hecho de que no entendamos del todo qué es la realidad –y es posible que no lo consigamos nunca–, no impide que sigamos preguntándonos de dónde procede. Pero responder a esta pregunta es todo menos fácil. Basta con ver lo que dicen quienes se dedican profesionalmente a ello. Están de acuerdo en muy poco; solo en declarar que es una tarea ímproba. “Nos encontramos en una situación muy difícil –afirma Daniele Oriti, del Instituto Max Planck de Física Gravitacional (Alemania)–. Somos como peces en un estanque tratando de inferir la situación de este”.
La historia que suele contarse sobre el origen de ese hipotético estanque es el big bang. Según este relato, el universo simplemente surgió de la nada, debido a una explosión, hace unos 13 800 millones de años, lo que provocó una expansión que ha continuado sin pausa desde entonces. Es una descripción que encaja bien con todas las pruebas disponibles –como la expansión continua del universo–, pero todavía no ha sido aceptada definitivamente.
Quizá esto no sea ninguna sorpresa, dado el insondable núcleo de la teoría del big bang: cómo la nada puede producir un universo entero. Otro gran escollo es el momento inmediatamente posterior a que la explosión diera lugar a la existencia del cosmos, cuando todo estaría concentrado en un punto de densidad y temperatura infinitas. “No tenemos ninguna teoría que describa el universo a temperaturas y densidades así –indica Anna Ijjas, también del citado instituto alemán–. Esto significa que nuestro conocimiento de esos primeros instantes sigue siendo fundamentalmente incompleto”.
Con mejores teorías podrían llenarse estos huecos, pero también es posible que acabaran demostrando que el espacio y el tiempo no tuvieron un comienzo. Esta es la explicación que prefiere Ijjas, que dice que el origen de nuestro universo coincidió con el fin de otro anterior.
Pensemos en ello como en un reloj de arena, con dos mitades conectadas por un cuello extremadamente estrecho. Según este planteamiento, el universo habría tenido por entonces un radio más de mil millones de veces más pequeño que el de un electrón. Esto es extraordinariamente diminuto, pero infinitamente mayor que la nada requerida para el big bang.
El modelo del reloj de arena se conoce como el gran
rebote, y tiene trascendentales consecuencias para la realidad. Dado que los cálculos teóricos muestran que ese universo precedente tendría que haber sido similar al nuestro, su origen habría tenido que ser asimismo parecido. Esto supone que ese universo también tiene que tener su origen en la desaparición de otro anterior, y así a lo largo de toda la eternidad. “En nuestro modelo, el espacio–tiempo nunca se acaba”, apunta Ijjas. En otras palabras, la realidad siempre ha existido; no hubo un comienzo.
Resulta muy complicado de imaginar. “En cierto modo, podría decirse que es contraintuitivo –admite Ijjas–. Pero la alternativa, que es la total ausencia de realidad antes de que el espacio y el tiempo existieran, es aún más difícil de digerir. De hecho, es infinitamente más difícil”, señala.
Oriti defiende otra posibilidad. En su opinión, el big bang no representa el nacimiento del universo, sino el momento en que asumió su forma actual, con propiedades inteligibles como el espacio y el tiempo. Oriti lo compara con una transición de fase, como el momento en que el vapor se condensa en agua líquida. “Toda la serie de ideas que aplicaría un pez en el agua simplemente no valen para un gas”, afirma.
Antes de esta transición de fase, las nociones de espacio y tiempo carecen de significado, y la realidad se vuelve fundamentalmente indescriptible. Incluso la palabra antes es inexacta, dice Oriti. “La idea de tiempo deja de ser aplicable”, recalca. Es más, dado que, al menos en teoría, todas las transiciones de fase son reversibles, en algún momento del futuro el universo podría regresar a un estado en el que no existiera el tiempo, presumiblemente con nefastas consecuencias para nosotros. Y eso partiendo de que la palabra futuro sea la adecuada para describir tal cosa.
La incapacidad para hablar de la realidad en términos cotidianos resulta enormemente frustrante. “Nosotros nos sentimos frustrados también –admite Oriti–. Lo entiendo, pero es mejor acostumbrarse”. La realidad, por lo visto, se encuentra más allá de las palabras.