Algunos científicos proponen no ahondar más y centrarnos en mejorar los modelos que describen fenómenos físicos observables
Tanto la gravedad cuántica de bucles como la teoría de cuerdas pretenden resolver algunas de las incompatibilidades entre las explicaciones que proporciona la gravedad y las que dan los efectos cuánticos, pero ambas presentan también problemas. La teoría de cuerdas, en particular, puede conducir a algunas interpretaciones de la realidad más bien extravagantes, como la existencia de distintos tipos de multiversos o del denominado principio holográfico, que afirma que el espacio tridimensional es en realidad una especie de proyección sobre una superficie de dos dimensiones.
Otra posibilidad que los físicos teóricos están explorando en los últimos años es el entrelazamiento, un fenómeno cuántico según el cual dos partículas pueden influirse mutuamente incluso cuando están separadas por grandes distancias. Pues bien, recientemente se ha demostrado que el entrelazamiento puede definir la geometría del espacio. Esto es, cuanto más fuerte sea ese entrelazamiento, más deformado estará el espacio.
Para algunos físicos, esto significa que el espacio–tiempo surge de la mecánica cuántica, en cuyo caso habría que considerar la teoría cuántica como la descripción fundamental de la realidad. Dicho de otro modo, debería ser en ella donde encontráramos las respuestas a esas preguntas fundamentales que mencionábamos antes: qué es lo que existe y cómo se comporta.
SIN EMBARGO, SI SE UNIFICARAN CON ÉXITO LA TEORÍA CUÁNTICA Y LA RELATIVIDAD, el resultado seguiría siendo manifiestamente incompleto, a menos que resolviéramos los problemas relacionados con otro elemento obligado de la realidad: el tiempo. En la teoría general de la relatividad, este ocupa un lugar central, pero la mecánica cuántica prácticamente lo ignora. Y ninguna de las dos aproximaciones proporciona una explicación convincente de por qué el tiempo parece avanzar en una dirección.
Es posible que este no sea un ingrediente fundamental de la realidad, sino lo que los físicos llaman un fenómeno emergente. Para hacernos una idea de lo que esto significa, imaginemos que nos calentamos las manos junto al fuego. Las moléculas energéticas del aire rebotan contra la piel y la calientan. Pero no es necesario explicar lo que ocurre en términos de partículas: la subida de temperatura refleja adecuadamente el fenómeno. La temperatura es una forma perfectamente válida de pensar en este aspecto de la realidad siempre que no demos por sentado que se trata de un elemento fundamental en sí misma. Según la física teórica Claudia de Rham, del Imperial College London (Reino Unido), lo mismo puede aplicarse al tiempo.
Quizá el enfoque reduccionista de escudriñar aún más profundamente en busca de nuevas capas fundamentales haya llegado a su límite. Algunos físicos dicen que tenemos que abandonar nuestra fijación con la búsqueda de la “verdadera naturaleza de la realidad”, ya que, al fin y al cabo, es algo elusivo, y concentrarnos en construir un conjunto de modelos que describan los distintos fenómenos físicos que sí observamos. “De hecho, lo que hacemos es eso, elaborar modelos –indica De Rham–. Nuestro modo de interpretar lo que sucede no tiene por qué ser necesariamente lo que pasa en realidad”.
Sin embargo, una cuestión que a menudo no se tiene en cuenta es con cuánta exactitud esos modelos deben tratar de explicar la realidad. Algunos, como la relatividad general, toman ciertos aspectos conocidos de