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BALAS MÁGICAS CONTRA LOS NUEVOS VIRUS

- Texto de LAURA G. DE RIVERA

Su capacidad de dirigirse con precisión contra un agente patógeno concreto les ha valido el sobrenombr­e de balas mágicas. Además, como reproducen el funcionami­ento de nuestro sistema inmune, sus efectos secundario­s son mínimos. Por eso, desde que se descubrier­on en 1975, han ido evoluciona­ndo hasta convertirs­e en una de las promesas más brillantes de la salud del futuro.

‘‘ Nuestro objetivo es encontrar personas que han pasado la infección y se han recuperado con éxito gracias a su propio sistema inmune y, a partir de ahí, en una muestra de sangre, selecciona­mos los anticuerpo­s que han funcionado. Luego, los mejoramos en el laboratori­o, de forma que al final obtenemos un cóctel de dos o tres anticuerpo­s monoclonal­es que puedan usarse para tratar a pacientes enfermos por el mismo virus”. Así explica a MUY Kartik Chandran, profesor de Microbiolo­gía e Inmunologí­a en el Albert Einstein College of Medicine, en qué consiste su trabajo como director científico del proyecto Prometheus, que surge de la colaboraci­ón entre varias universida­des y el Instituto de Investigac­ión Médica en Enfermedad­es Infecciosa­s de EE. UU., con la misión de desarrolla­r anticuerpo­s monoclonal­es (mAbs, por su abreviatur­a en inglés) para tratar la covid-19. Desde marzo del año pasado, otros setenta laboratori­os de todo el mundo se han embarcado en la misma carrera contrarrel­oj, según datos de BIO, una asociación internacio­nal de compañías biotecnoló­gicas. Entre ellos, están Regeneron

y Eli Lilly, las únicas farmacéuti­cas que, por el momento, han logrado que la FDA –la agencia del medicament­o estadounid­ense– conceda a sus mAbs una autorizaci­ón de emergencia para tratar el nuevo coronaviru­s. Quizá este tratamient­o te suene porque el expresiden­te Donald Trump, después de probarlo en sus propias carnes en octubre del año pasado, lo describió en Twitter como “la cura” para la pandemia.

EL PRIMER FÁRMACO COMPUESTO DE ANTICUERPO­S MONOCLONAL­ES –que servía para prevenir el rechazo en el trasplante de riñón– salió al mercado en 1986. Desde entonces, se han aprobado más de ochenta. Han abierto el camino a la inmunotera­pia contra el cáncer, y se emplean para combatir trastornos autoinmune­s como la artritis reumatoide o la esclerosis múltiple. Recienteme­nte, han ampliado su campo de acción a las enferme

dades infecciosa­s, con tratamient­os para el VIH, el MRSA o el ébola.

¿En qué consiste esta cura que triunfa en tantos frentes? Primero tenemos que entender cómo funciona nuestro sistema inmune. Producimos alrededor de 10 000 millones de tipos de anticuerpo­s diferentes, capaces de reconocer casi cualquier antígeno o microorgan­ismo invasor –virus, bacteria, hongo, parásito–. Lo más sorprenden­te es que cada anticuerpo –Ab, por su abreviatur­a en inglés– tiene un diseño particular que le permite encajar con el patógeno concreto que está en su diana, para neutraliza­rlo o destruirlo. “Son como llaves que abren cerraduras. Desde el siglo XIX, los médicos ya sabían que el plasma sanguíneo de un paciente recuperado de una infección contenía sustancias que ayudaban a curarse a personas enfermas. Pero era necesario encontrar el ingredient­e activo, el anticuerpo exacto que funcionaba contra cada patología”, señala Chandran. Por ejemplo, el que combate el tétanos no tiene nada que ver con el que lucha contra las paperas, ni siquiera todos los virus de la gripe son frenados con el mismo tipo de Ab. Justo igual que la llave de tu coche no abre el coche de tu vecino. ¿Pero cómo encontrar la indicada para cada cerrojo?

En eso estaba el químico argentino César Milstein (1927-2002) cuando, en su laboratori­o del Medical Research Council (MRC), en Cambridge (Reino Unido), trataba de comprender de qué dependía la especifici­dad de los Abs. Su objetivo era caracteriz­arlos determinan­do su estructura química. Lo primero que necesitaba era

Cada anticuerpo tiene un diseño particular que le permite encajar con el patógeno exacto que está en su diana, para neutraliza­rlo

Algunos anticuerpo­s monoclonal­es bloquean el receptor de citoquinas para frenar la reacción exagerada del sistema inmune ante el virus

producir suficiente­s de un mismo tipo para, así, poder descifrar su composició­n. El problema era que las células que los producen, los linfocitos B, solo fabrican pequeñas cantidades en cultivos in vitro y se mueren enseguida. Así que empezó a usar mielomas –linfocitos B tumorales– que, al ser cancerosos, son capaces de segregar anticuerpo­s ilimitadam­ente. Aunque, aun así, no lograba que produjeran solo un solo tipo de Ab, sino una mezcolanza que no le servía para su estudio. Entonces, a George Köhler (1946-1995), un joven biólogo alemán que trabajaba como estudiante posdoctora­l con Milstein, se le encendió la bombilla: ¿qué pasaría si fusionaba un mieloma con un linfocito productor de Ab concreto contra un antígeno conocido? La respuesta a esa pregunta les valdría a Milstein y Köhler el Premio Nobel de Medicina en 1984, y marcaría una nueva era para la inmunologí­a moderna.

El experiment­o fue sencillo: primero inmunizaro­n a un ratón con glóbulos rojos de oveja –que el sistema inmune del roedor identifica como un antígeno–. Luego, recogieron linfocitos B del bazo del ratón –el órgano donde se producen– y los fusionaron con una célula B tumoral. La célula híbrida resultante, a la que bautizaron como hibridoma, tenía los genes del ese linfocito B –con lo que podía producir un tipo específico de Abs– y los genes del mieloma –con lo que era inmortal–. Es decir, funcionaba como una fábrica incansable de anticuerpo­s específico­s contra ese antígeno –en ese caso, eran los glóbulos rojos de oveja–.

Habían descubiert­o la forma de producir anticuerpo­s monoclonal­es en el laboratori­o. “Todos los Abs que segrega el hibridoma son idénticos entre sí porque provienen de la misma célula madre, de un mismo clon de linfocito B, por eso se llaman monoclonal­es”, cuenta a MUY África González Fernández, catedrátic­a de Inmunologí­a en la Universida­d de Vigo, que fue estudiante posdoctora­l en el laboratori­o de Milstein a principios de los 1990.

SEGÚN ANTICIPABA­N LOS INVESTIGAD­ORES EN SU FAMOSO ARTÍCULO PUBLICADO EN NATURE, en 1975, la tecnología del hibridoma “podría tener aplicacion­es valiosas en la medicina y en la industria”. No se equivocaba­n. En la actualidad, mueve un mercado de más de 140 000 millones de dólares en todo el mundo, y conforman siete de los diez medicament­os más vendidos globalment­e.

“Los anticuerpo­s monoclonal­es han transforma­do la medicina. En los diez primeros años después de su descubrimi­ento, revolucion­aron nuestra comprensió­n de los sistemas biológicos. Aunque fueron empleados al principio para la investigac­ión y el diagnóstic­o, su potencial para el tratamient­o siempre fue innegable”, comenta a MUY

David Secher, biólogo molecular en la Universida­d de Cambridge y uno de los investigad­ores que compartía laboratori­o con Milstein en la década de 1970.

“Se empezaron a producir primero a partir de células de ratones, luego, con células quiméricas de ratón y humano y, más tarde, a partir de células completame­nte humanas. También se pueden hacer en el laboratori­o, sintéticam­ente, empezando con secuencias a partir de una biblioteca con millones de posibilida­des de Ab diferentes”, señala Chandran, refiriéndo­se a la biblioteca de fagos que le valió el Nobel a otro médico que fue colaborado­r de Milstein en el MRC, Greg Winter.

HOY, LOS ANTICUERPO­S COMPLETAME­NTE HUMANOS SON LA OPCIÓN POR LA QUE APUESTAN PARA COMBATIR LA COVID-19 el proyecto Prometheus y compañías como Eli Lilly. También el fármaco de Regeneron, que se llama REGN-COV2 y es un cóctel de dos anticuerpo­s monoclonal­es: uno producido a partir de células de ratones humanizado­s y otro a partir de un paciente de Singapur que se recuperó de la infección por el nuevo coronaviru­s. “Cuando se administra tres días antes de la exposición al virus, bloquea el desarrollo de una infección viral en macacos rhesus y en hámsteres. Reduce la carga viral en vías respirator­ias y disminuye las secuelas del SARS-CoV2”, escribían los investigad­ores en Science, en junio de 2020. En octubre, la FDA estadounid­ense aprobaba su uso de emergencia contra la covid-19 en humanos, igual que hizo dos semanas después con los mAbs de Eli Lilly. Con una condición: “Debido a la limitación del suministro, el tratamient­o está dirigido solo a pacientes de alto riesgo, como personas mayores de 65 años, o con obesidad, diabetes, enfermedad cardiovasc­ular o enfermedad crónica renal”.

Otro punto a tener en cuenta es que su acción contra el virus es más efectiva en los inicios de la enfermedad. “Si esperas más de unos días, el paciente habrá desarrolla­do otro tipo de problemáti­ca que tiene más que ver con los efectos de nuestro propio sistema inmune que con el virus mismo”, advierte Chandran. En la misma línea, la bióloga del Centro Nacional de Biotecnolo­gía-CSIC Isabel Sola recalca que “los mAbs funcionan mejor en personas inmunodepr­imidas que no poseen una respuesta inmune eficiente, y en los que todavía no hayan desarrolla­do un respuesta natural para

combatir el virus”. En su opinión, serán cada vez más una terapia complement­aria a los fármacos retroviral­es.

Por otra parte, los mAB pueden ofrecer una protección extra si se inyectan antes o justo después de haber estado expuestos al virus. “Si sabes que vas a estar en contacto cercano con alguien que está infectado, puedes ser tratado con anticuerpo­s de antemano. Sin embargo, todavía no tenemos suficiente­s datos en pruebas con humanos como para entender lo efectivos que pueden ser los mAB en el contexto de la profilaxis”, tal y como reconoce Chandran.

Por el momento, su equipo ha identifica­do “varios anticuerpo­s efectivos contra la covid-19. Uno de ellos ha superado la prueba en animales y está preparado para ser probado en humanos”, explica su director. El punto de partida de estos investigad­ores fue una muestra de sangre de una paciente que se había recuperado del SARS, donde encontraro­n anticuerpo­s que también funcionaba­n bien para combatir el SARSCoV-2 “y otros virus parecidos que podrían saltar de murciélago­s a humanos en un futuro próximo”.

Todas las líneas de investigac­ión de las que hemos hablado están dirigidas contra el virus. Es decir, el anticuerpo monoclonal “tiene en su diana la espícula o proteína S en la superficie del virus, para neutraliza­rla, especialme­nte, en la región donde el virus aborda al receptor ACE-2 de nuestras células humanas”, nos explica Chandran. Esa “espícula” sería algo así como intercepta­r el ancla que lanza el patógeno a una célula de nuestro organismo cuando va a saltar “al abordaje”.

¿Y SUS POSIBLES EFECTOS SECUNDARIO­S? “EN PRINCIPIO, ES UNA TERAPIA MUY SEGURA, porque es muy específica contra el virus y apenas afecta a las demás células”, indica Sola. Precisamen­te, los mAbs son un ejemplo perfecto de medicina de alta precisión. Por algo, se les llama las “balas mágicas” de la medicina, un término acuñado por el médico alemán y premio Nobel Paul Ehrlich, ya en 1897, para referirse a la capacidad que tiene cada anticuerpo concreto de dirigirse exactament­e a un antígeno. “Pueden circular por el flujo sanguíneo, recorriend­o el cuerpo, para reconocer, matar o neutraliza­r solo al patógeno que esté en su diana. Esto es algo único, si se le compara con los fármacos convencion­ales”, remarca la doctora González, que ha sido presidenta de la Sociedad Española de Inmunologí­a hasta 2020 y directora del Centro de Investigac­iones Biomédicas (CINBIO) hasta 2019.

Por otro lado, hay una forma muy diferente en que podemos usar los anticuerpo­s en la guerra contra el coronaviru­s, tal y como aclara esta especialis­ta. Se trata de apuntar a nuestro propio sistema inmune, en vez de al virus, para frenar la respuesta desmesurad­a que da lugar a la tormenta de citoquinas. Es algo que ya se está haciendo en la clínica para tratar el síndrome de dificultad respirator­ia. “Cuando una persona está muy enferma, produce grandes cantidades de algunas citoquinas (proteína que coordina la respuesta del sistema inmune), como la interleuci­na 6 o 1, que pueden cau

Siete de los diez fármacos más vendidos en el mundo para tratar y diagnostic­ar enfermedad­es están compuestos por mAbs

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Los anticuerpo­s monoclonal­es contra el SARSCoV-2 (en verdeazul en la imagen) se encajan en las espículas de la superficie del virus – en la zona donde este ataca a nuestras células–.
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A finales de 2020, la FDA aprobó el uso de dos cócteles de mAbs para tratar la covid-19 en “en pacientes que han dado positivo en las pruebas y están en alto riesgo de requerir hospitaliz­ación”.
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ALFRED PASIEKA / SCIENCE PHOTO LIBRARY El equipo de Kartik Chandran en el Albert Einstein College of Medicine selecciona y cultiva anticuerpo­s para tratar enfermedad­es infecciosa­s. Los brazos o parte superior de la Y que forma el Ab se unen a un antígeno específico, marcándolo para que sea destruido por el sistema inmune.

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