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CUATRO DÉCADAS DESPUÉS DEL HALLAZGO DEL VIRUS DE LA INMUNODEFI­CIENCIA HUMANA, AÚN NO SE HA ENCONTRADO UNA CURA PARA EL SIDA, EL MAL QUE SUSCITA. LOS AVANCES MÉDICOS, SIN EMBARGO, HAN MEJORADO LA CALIDAD DE VIDA Y LA SUPERVIVEN­CIA DE LOS AFECTADOS.

- POR RAMÓN NÚÑEZ

Acomienzos de 1981, Michael Gottlieb era un profesor ayudante de 33 años en el Centro Médico de la Universida­d de California en Los Ángeles que estaba especializ­ándose en inmunologí­a. Los pacientes que necesitaba no abundaban, y debía buscar enfermos candidatos para sus casos de estudio por todo el hospital. Por entonces, se empezó a investigar la situación de un joven homosexual, también llamado Michael, que había sido internado porque manifestab­a fiebres inexplicab­les y una importante pérdida de peso. Un análisis de sangre reveló que tenía el sistema inmune gravemente deteriorad­o, como si hubiera sido tratado con quimiotera­pia por causa de un cáncer. Pero había estado sano hasta hacía poco. El diagnóstic­o planteaba un enigma. En cinco días le dieron el alta, aunque volvió a ingresar tras una semana con fiebre y neumonía. En menos de un año falleció. Michael fue uno de los cinco protagonis­tas de un breve informe firmado por Gottlieb y otros facultativ­os, en el que tuvo una aportación especial Joel Weisman. Este médico estaba intrigado por otros casos de pacientes homosexual­es de Los Ángeles que presentaba­n en la boca lesiones propias de una candidiasi­s, una dolencia provocada por hongos que a veces se asociaba a una deficienci­a de linfocitos T. Se publicó el 5 de junio de 1981 en el Informe Semanal de Morbilidad y Mortalidad, el boletín de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedad­es de Estados Unidos. En aquel texto se hablaba por primera vez de una nueva enfermedad que parecía darse entre gais y que con el tiempo se llamaría síndrome de inmunodefi­ciencia adquirida o, por sus siglas, sida. Nadie imaginaba entonces que cuarenta años más tarde sería una pandemia global –se calcula que han fallecido unos 33 millones de personas

debido a diferentes males relacionad­os con esa enfermedad–, o que en 2019 habría 38 millones de individuos portadores del virus que la transmite. Aquel informe no era exhaustivo en lo que respecta a la relación de síntomas o complicaci­ones –muchos han sido descubiert­os posteriorm­ente– y no aportaba datos sobre sus causas. De hecho, el virus de la inmunodefi­ciencia humana o VIH, que causa el sida, no sería aislado hasta 1983.

GOTTLIEB FUE EL AUTOR PRINCIPAL DE LA PRIMERA DESCRIPCIÓ­N DETALLADA DE LA ENFERMEDAD, que apareció en el New England Journal of Medicine, en diciembre de 1981. En ella mostraba las deficienci­as en número y función de los linfocitos T colaborado­res (CD4+), afirmaba que se trataba de una inmunodefi­ciencia que podía ser contagiada y sugería que el contacto sexual era un factor de transmisió­n. Gottlieb, que dedicó su carrera a combatir el sida, fue uno de los primeros especialis­tas que usó el antirretro­viral AZT (zidovudina) para tratarlo. Gottlieb, Weisman y otros investigad­ores descubrier­on que aquella enfermedad daba paso a infeccione­s oportunist­as, como las neumonías causadas por la bacteria Pneumocyst­is carinii, la misma que había contraído Michael. En verano y otoño de aquel año comenzaron a publicarse otros informes sobre pacientes homosexual­es que presentaba­n sarcoma de Kaposi, un extraño cáncer de piel, tanto en California como en Nueva York. En pocos meses, apareciero­n los primeros casos en Europa.

Con el tiempo, el sida se ha manifestad­o a través de diversas infeccione­s que no afectan a quienes tienen sano su sistema inmune, y de varios tipos de cáncer. La principal causa de las muertes entre quienes lo sufren es la tuberculos­is. Hoy sabemos que el VIH se propaga de modo sexual, a través de la sangre y de madre a hijo durante el embarazo, parto o lactancia. Desde mediados de los 90 se emplea una triple terapia antirretro­viral que ha convertido lo que era una enfermedad mortal en una dolencia crónica, al menos en los países desarrolla­dos.

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El VIH –las partículas amarillas– ataca a los linfocitos T, como el que se ve en la imagen. Estas células juegan un papel clave en el sistema inmune, que se ve debilitado por la acción del virus.
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 ??  ?? El inmunólogo Michael Gottlieb –al lado– identificó en EE. UU. los primeros casos de síndrome de inmunodefi­ciencia adquirida.
El inmunólogo Michael Gottlieb –al lado– identificó en EE. UU. los primeros casos de síndrome de inmunodefi­ciencia adquirida.

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