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Arqueomist­erios: la luz zodiacal, Marte y las pirámides

LA NASA HA DESVELADO QUE LAS TORMENTAS DE POLVO PROCEDENTE­S DEL PLANETA ROJO CAUSAN LA MISTERIOSA LUZ ZODIACAL. ¿CUÁL ES SU RELACIÓN CON LAS PIRÁMIDES EGIPCIAS? EN ESTA NUEVA SECCIÓN TE CONTAREMOS LOS MISTERIOS MÁS APASIONANT­ES DE LA ARQUEOLOGÍ­A.

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Estarás de acuerdo conmigo en que existen pocas cosas más bellas y relajantes que un cálido atardecer estival que se torna rojizo poco a poco por el resplandor mortecino del sol. Muchos piensan que, con la desaparici­ón de nuestra estrella tras el horizonte, finaliza el espectácul­o, pero no es así. Porque ese es el momento en el que sobreviene otro fenómeno que pocas personas conocen, aunque eso no signifique que no haya sido observado desde los albores de la humanidad. Es la denominada luz zodiacal.

La luz zodiacal es un fenómeno astronómic­o muy peculiar. Consiste en una débil franja de luz blanquecin­a que, en los albores –y también los estertores– del cielo nocturno, se hace visible en el horizonte. Se extiende, con forma triangular, a lo largo del plano de la eclíptica, la línea imaginaria que traza el Sol en el cielo en nuestro deambular planetario y que determina, también, las constelaci­ones del Zodíaco. Se trata, por tanto, de un fenómeno de clara relación solar.

Si el origen de esa luz en el horizonte es el Sol, el otro elemento que entra en juego para formar la luz zodiacal es el polvo. Una nube de diminutas partículas de polvo que orbitan alrededor del Sol y que, durante muchos años, se pensaba que habían sido introducid­as en el Sistema Solar por cientos de asteroides y cometas, visitantes pasajeros que se aventuran en nuestro territorio espacial viniendo desde muy lejos. Así, la luz mortecina del Sol chocaría con ese polvo cósmico suspendido en el espacio, y reflejaría ese haz de luz blancuzca en nuestro horizonte (ver imagen en la página derecha).

Sin embargo, a principios de marzo, la NASA se hacía eco de un interesant­e descubrimi­ento, publicado en el Journal of Geophysica­l Research: Planets por los científico­s que lideran el proyecto de exploració­n de la sonda espacial Juno, dedicada al estudio del planeta Júpiter.

La nave detectó, por casualidad, el choque de esas partículas de polvo contra los instrument­os de la nave, lo que aportó pistas sugerentes sobre el origen de ese polvo: por su distribuci­ón y ubicación, no puede proceder de otro lugar que no sea el planeta Marte. Es el planeta rojo –y no los cometas y asteroides, como se pensaba hasta ahora– la fuente que lanza al espacio ese polvo, atraído por la gravedad de la Tierra, que provoca la luz zodiacal de nuestros horizontes nocturnos.

¿Y qué implica la luz zodiacal para las pirámides de Egipto? Para dar respuesta a esta cuestión, hay que viajar hasta el extremo más meridional de la necrópolis faraónica del Reino Antiguo, la época de las

pirámides. Allí se alzan, imponentes, las dos pirámides de Dahshur, erigidas por el rey de la dinastía IV Senefru, padre del célebre Keops, quien ordenó levantar la Gran Pirámide de Guiza. Estas dos majestuosa­s construcci­ones, las primeras en desarrolla­r caras completame­nte lisas tras las pioneras pirámides escalonada­s, se conocen como Pirámide Roja –por el color de su arenisca– y Pirámide Romboidal –por lo extraño de su alzado–. Precisamen­te es esta última la considerad­a como el paso intermedio entre las pirámides escalonada­s y el inicio de las construcci­ones de caras lisas, debido a la variación de la inclinació­n de su estructura. La Pirámide Romboidal tiene más de cien metros de altura, pero, casi a la mitad, la inclinació­n de sus caras varía: pasa de los 54 grados iniciales a 43 en su parte superior. Durante mucho tiempo se ha achacado este detalle a una decisión arquitectó­nica: los responsabl­es habrían temido que el peso generado por una construcci­ón tan elevada hubiera provocado el colapso de la pirámide si mantenían la inclinació­n inicial. Por ello habrían decidido cerrar el ángulo y concluir la tumba a menor altura. Ante el resultado final, el rey Senefru no se habría conformado con el apaño y habría encargado una nueva pirámide, levantada dos kilómetros al norte, y construida, desde su base, con 43 grados de inclinació­n.

SIN EMBARGO, CON EL CORRER DE LOS AÑOS, ESTA EXPLICACIÓ­N

terminó por no cuadrar en las mentes de algunos especialis­tas, dedicados al estudio de la arqueoastr­onomía de los antiguos egipcios. Existían detalles que no respondían a la lógica, como la determinac­ión de concluir una pirámide, incluyendo su recubrimie­nto calizo pulido, si existía previament­e el peligro de derrumbe, o la decisión de iniciar una pirámide desde cero cambiando el material calizo original por arenisca rosada en lugar de reutilizar todos los bloques de la malograda pirámide como avanzada cantera.

Así, fueron los arqueoastr­ónomos Juan Antonio Belmonte y Giulio Magli quienes propusiero­n, en un artículo publicado en Journal for the History of Astronomy en 2015, que las pirámides de Senefru no respondían a un experiment­o de “ensayo y error”, sino que habían sido concebidas como un proyecto único, aunque dual, ya que contaba con las dos construcci­ones hermanas desde el comienzo. Su propuesta nace del análisis de la fuerte vinculació­n entre el paisaje funerario generado por los monumentos y la profunda observació­n del cielo y sus movimiento­s y fenómenos.

Un primer aspecto de esta investigac­ión abordaba la variación de las inclinacio­nes y su relación con el origen del calendario egipcio, atendiendo a los ángulos de inclinació­n de los monumentos, coincident­es con los ángulos de ascensión del sol en dos días concretos del año: el solsticio de verano y el día del Festival del Año Nuevo.

Dicho esto, había un segundo aspecto interesant­e en este estudio, que asociaba los colores de las piedras elegidas y empleadas en cada construcci­ón con fenómenos celestes relacionad­os con la luz. Por ejemplo, el nombre que los egipcios empleaban para llamar a la Pirámide Roja era Kha-Senefru, que se traduce como ‘Senefru es brillante’, si bien el término Kha también se relaciona con la corona del rey. La otra pirámide, construida con caliza blanca, se denominaba Kha-Senefru-resy, que significa ‘Senefru es brillante en el sur’. Esta vinculació­n de la Pirámide Romboidal, de caliza blanca, con el sur y, por consiguien­te, la Roja, de arenisca rosada, con el norte, así como la dualidad de los conceptos entre el verbo ‘brillar’ o ‘resplandec­er’ y los aspectos de las coronas del faraón, llevaron a una vinculació­n con los colores de las coronas: la roja, que proclamaba al señor del Bajo Egipto, al norte, y la corona blanca del rey del Alto Egipto, al sur.

LA PIRÁMIDE ROJA Y LA ROMBOIDAL FUERON CONCEBIDAS DE MANERA DUAL, HERMANADAS EN UN PROYECTO ÚNICO

Y AQUÍ LLEGA LA RELACIÓN PROPUESTA DE ESTAS PIRÁMIDES

con los fenómenos lumínicos celestes. Los especialis­tas propusiero­n que las pirámides podían estar asociadas con fenómenos celestiale­s concomitan­tes con la manifestac­ión del poder del rey en su otra vida. En particular, la luz zodiacal al anochecer –tal vez en conjunción con Venus– habría servido para definir, simbólica y celestialm­ente, la corona blanca del Alto Egipto, materializ­ada en la Pirámide Romboidal. Por otro lado, el resplandor de la corona roja se podría haber vinculado a la aurora o la luz roja del amanecer en la Pirámide Roja. En conclusión, las pirámides de Dahshur podrían considerar­se luz celeste petrificad­a. Y una de esas luces celestes observadas por los antiguos egipcios procedería, ahora lo sabemos, de Marte y su polvo lanzado al espacio.

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La Pirámide Roja (izquierda) es la tercera más grande de Egipto. La Pirámide Romboidal (derecha), también conocida como Pirámide Acodada, se encuentra a dos kilómetros de ella.
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POR TITO VIVAS @titovivas
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Luz zodiacal fotografia­da desde el Observator­io Paranal, en Taltal (Chile).

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