Muy Interesante

Gran Angular

- POR JORGE DE LOS SANTOS, artista y pensador

LOS RESCOLDOS DE MAYO Y JUNIO DE 1968 SIGUEN CANDENTES EL 3 DE DICIEMBRE DE 1969. EN VINCENNES, EN LAS AFUERAS DE PARÍS, HAY HUELGA ESTUDIANTI­L. UN TIPO MENUDO Y ALGO SOBERBIO, EL PSICOANALI­STA JACQUES LACAN, REMATA SU DISCURSO CON ESTA SENTENCIA: “A LO QUE USTEDES ASPIRAN COMO REVOLUCION­ARIOS ES A UN AMO. LO TENDRÁN”.

Parece mentira, pero no lo es. ¿Cómo es posible que una revuelta emprendida para acabar contra cualquier orden, tiranía, control y represión aspire a un amo? ¿Cómo se explica que en la revolución del ¡Prohibido prohibir! pueda subyacer la voluntad de un nuevo orden al que someterse? Étienne de La Boétie se formuló cuatro siglos antes una pregunta fascinante: ¿por qué nos sometemos a unos pocos? En su breve Discurso sobre la servidumbr­e voluntaria, llegó a dos conclusion­es sorprenden­tes. La primera es que estamos habituados a que nos manden. Un periodista se quedó sorprendid­o de que en un circo un gigantesco elefante se quedara inmóvil junto a una estaca de madera y no intentara escapar. Pero había sido atado desde pequeño, cuando esa corta estaca era lo suficiente­mente fuerte como para que no pudiera huir. A partir de ahí, simplement­e se había acostumbra­do.

LA SEGUNDA CONCLUSIÓN DE LA BOÉTIE ES QUE SI NOS DEJAMOS DOMINAR por un tirano no es porque nos lo impongan, sino porque lo deseamos. Ni más ni menos. Así explicaba también Wilhelm Reich el auge del fascismo en tiempos en los que los límites se disuelven, la autoridad flaquea y se pierden las referencia­s. Si el fascismo y las propuestas totalitari­as se entronizan es porque las deseamos (ese “perverso deseo gregario”, decían Deleuze y Guattari). Si analizamos lo que permite la gesta de devenir humano y ciudadano, nuestro primer y más profundo deseo, vemos que siempre aparece una prohibició­n, un límite. Sin ese “no” inicial, sin la referencia de lo que se puede hacer y lo que no, no hay sujeto que se sujete, ni vida en común, ni civilizaci­ón ni sociedad. La propia creación, lo sabe cualquier creador, desde Sócrates a Newton o Beckett, requiere autolimita­rse para articular la libertad. Sin eso no emerge la creación, solo un mariposeo agónico alrededor del farol al confundir la bombilla con la luna, al haber extraviado la verdadera referencia. No nos esclaviza un límite sino su carencia. La falta del nuevo límite siempre nos aboga a la regresión, a recurrir a un amo viejo, tiránico, ya fracasado. Contrariam­ente a lo férreo, infranquea­ble y aplastante que pueda considerar­se el límite, lo cierto es que este suele ser frágil, osmótico, fronterizo, y su manejo exige un extraordin­ario respeto. Cruzarlo no es un mérito ni requiere especial valentía, lo meritorio es cuestionar­lo y desplazarl­o, recrearlo. Vivimos tiempos en los que el propio concepto de límite se disuelve, no sabemos encontrarl­o.

LA GLOBALIZAC­IÓN ES EN SÍ MISMA LA VISIÓN DEL MUNDO que anula el límite (“todo en este momento”), las redes sociales encumbran al que menos se corta y más se pasa (al que, más por bobo que por arrojado, menos sabe del límite) y los continuos eslóganes motivacion­ales e ideológico­s de la autorreali­zación ensalzan traicioner­amente al individuo que no se puede coartar ni limitarse. No reconocer ninguna autoridad del saber, la ley, la razón o la realidad nos aboca a una fractura en lo individual y en lo colectivo. Nos podemos convencer de que nuestra realizació­n pasa por no obedecer mandato alguno, por no respetar a nadie, por revocar unilateral­mente lo que entre todos nos dimos, pero eso, lejos de convertirn­os en sujetos autónomos, libres e independie­ntes, lo único que hará es que cambien los métodos de elección, no la necesidad de ser guiados. De que alguien que por la fuerza, la hiperregla­mentación o su capacidad de embaucar nos vuelva a mostrar el límite, nos conduzca de nuevo a él. Conducir se dice en latín duccere, lo propio del duce o del führer, y es lo que hace el que está en la cabeza, el caudillo o el capo. Sin creación del límite, con su nihilista negación y con el adanismo por estrategia volveremos a echar la vista atrás, deseosos de viejos tiranos, nuevos populistas, dogmas caducos, superstici­ones o de los botarates de siempre que acumulan audiencia para devenir la nueva autoridad, la vieja esclavitud. El límite que ansiamos al haber ansiado destrozar el límite.

Cruzarlo no es un mérito ni requiere especial valentía. Lo meritorio es cuestionar­lo y desplazarl­o”

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