ASÍ SE PREVIENE Y TRATA EL DOLOR DE ESPALDA
Las restricciones de movilidad impuestas por la pandemia y la implantación del teletrabajo han aumentado si cabe el número de afectados por este mal, que provoca casi una cuarta parte de las consultas en atención primaria. Y, sin embargo, en la mayoría de los casos, ni la causa es grave, ni sirven para eliminarlo fármacos o cirugías. Te contamos cómo afrontar esta fuente de sufrimiento, herencia de la evolución humana y el estilo de vida moderno.
‘‘Aaahhhh”. La primera vez que ocurre te pilla por sorpresa. ¿Fui yo? Luego vuelve a ocurrir, y otra vez. Das un pequeño gemido cada vez que te levantas del sofá. Te sujetas la parte inferior de la columna vertebral y te estiras, preguntándote si deberías ir al médico. Seguro que eres demasiado joven para tener problemas de espalda. Ese suele ser el comienzo para muchos de nosotros. Es una molestia demasiado común, que padece uno de cada cuatro adultos. El 90 % de la población lo sufrirá en sus propias carnes, al menos, una vez en la vida. En 2018, una serie de artículos publicados en la revista médica The Lancet revelaron la magnitud del problema: el dolor de espalda es una de las principales causas de discapacidad en todo el mundo. Solo en Estados Unidos, cuesta 635 000 millones de dólares al año en facturas médicas y pérdida de productividad. En España, es el primer problema de salud crónico, causante del 12,5% de las bajas laborales, y supone unas pérdidas económicas de alrededor 16 000 millones de euros –el 1,7 % del PIB–, según datos del ultimo informe anual del Sistema Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad. Un mal que, además, se ha agravado con las restricciones de movilidad impuestas por la pandemia de covid-19 y el auge del teletrabajo (ver recuadro en las páginas siguientes).
Gran parte de la culpa recae en nuestro estilo de vida, cada vez más atado al escritorio, y en el aumento de la esperanza de vida, que supone más años de desgaste para nuestra columna vertebral. Pero estos factores solo explican en parte cómo hemos llegado hasta aquí y qué hace que algunas personas sean más vulnerables o resistentes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que los problemas de dolor de espalda aumenten constantemente en los próximos años y afecten a más personas en todo el mundo.
LA BUENA NOTICIA ES QUE YA TENEMOS LOS CONOCIMIENTOS NECESARIOS para mejorar las cosas. Y esta nueva información sobre cómo y por qué nuestros cerebros crean la experiencia del dolor apuntan a algunas soluciones sorprendentes.
Para ello, primero debemos viajar siete millones de años atrás, hasta nuestros primeros antepasados. A cambio de caminar erguidos, obtuvimos el dolor de espalda. Al menos, esa es la hipótesis que plantea Kimberly Plomp, de la Universidad de Liverpool (Reino Unido). Para averiguar por qué los humanos padecen más enfermedades de la columna vertebral que los primates no humanos, el equipo de Plomp estudió la forma de las vértebras humanas, de los chimpancés y de los orangutanes. Buscaban unas pequeñas protuberancias denominadas nódulos de Schmorl que pueden aparecer en los tejidos blandos entre las vértebras y que están relacionadas con el dolor de espalda. Las personas que presentaban estos nódulos tenían vértebras de forma más parecida a las de los chimpancés. “Empezamos a caminar sobre dos pies relativamente rápido en términos evolutivos”, dice Plomp. Y añade: “Quizá algunos individuos con vértebras que se hallan más en el extremo ancestral de la variación
Menos del 1 % de los que van al médico por dolor de espalda tienen algún problema grave, como artritis, cáncer y fracturas
humana normal estén menos adaptados a soportar las presiones ejercidas sobre la columna vertebral bípeda”. Esta forma vertebral ancestral nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia porque no afectaba a nuestra capacidad de reproducción, por lo que la selección natural no ha actuado en su contra.
Sin embargo, a pesar de su larga historia evolutiva, solo en las últimas décadas hemos empezado a ver una epidemia de lumbalgia crónica. ¿Qué ha cambiado?
Hay pruebas de que el aumento de la cultura de oficina influye. Varios estudios han encontrado una relación entre el hecho de pasar más tiempo sentado en el trabajo y el incremento de los casos de molestias lumbares. Estar frente a la pantalla del ordenador ejerce presión sobre los músculos, ligamentos y discos que sostienen la columna vertebral y puede desactivar los músculos que favorecen una buena postura.
POR SUPUESTO, EL PROBLEMA TAMBIÉN PUEDE ESTAR CAUSADO POR ACCIDENTES, LESIONES DEPORTIVAS O UN TRASTORNO CONGÉNITO, pero son los factores relacionados con el estilo de vida, como la obesidad y el tabaquismo, los que constituyen el verdadero riesgo, afirma Rachelle Buchbinder, de la Universidad Monash, en Victoria (Australia), una de las autoras de la citada serie en The Lancet.
Fumar podría aumentar el riesgo de padecer lumbalgia, porque se asocia a la obstrucción de las arterias, lo que puede dañar los vasos sanguíneos que irrigan la columna vertebral. Y esto puede provocar la degeneración de los músculos y los huesos. Por su parte, el sobrepeso amplifica la tensión mecánica sobre la espalda y disminuye la movilidad, lo que predispone a que los afectados sufran un deterioro de los discos intervertebrales. Además, la obesidad puede incrementar la producción de sustancias químicas inflamatorias asociadas al dolor.
Por desgracia, identificar cuál de estos factores tiene la culpa de tu calvario es increíblemente difícil. Según un estudio realizado en Norteamérica, casi una cuarta parte de las consultas de atención primaria para adultos son por este motivo. Buchbinder indica que menos del 1 % de las personas que acuden a la consulta tiene algún problema grave, como una infección, una artritis inflamatoria, un cáncer o una fractura. Estos pacientes suelen presentar otras señales de alarma, como fiebre, pérdida rápida de peso o problemas para ir al baño. Todos los demás entran en la categoría de dolor de espalda inespecífico, que suele mejorar en cuestión de días o semanas.
Sin embargo, muchos facultativos recurren a las resonancias magnéticas en la creencia de que proporcionarán un diagnóstico preciso y, por tanto, una recuperación más rápida. El problema es que “a los cincuenta años, muchos de nosotros tendremos anomalías en la columna vertebral: degeneración de los discos, abultamientos, un poco de artritis en las articulaciones...”, dice Buchbinder. En su opinión, es difícil detectar en la exploración clínica cuál es la causa exacta de la molestia.
Hacerse una exploración no solo puede ser una pérdida de tiempo y dinero, advierte Buchbinder, sino que puede empeorar las cosas. Una vez que se empiece a buscar las
anomalías, se encontrarán. Cuando eso ocurre, es más probable que los médicos prescriban analgésicos, inyecciones de esteroides o cirugía, que pueden ser innecesarios, ineficaces y, a veces, perjudiciales.
En 2003, Jeffrey Jarvik, de la Universidad de Washington, en Seattle (EE. UU.), y su equipo asignaron al azar a 380 personas con dolor lumbar para que se sometieran a una radiografía, que puede identificar cosas como fracturas, o a una resonancia magnética, que se utiliza para observar los tejidos blandos. Un año más tarde, no hubo diferencias en sus resultados de salud, pero los que se sometieron a la resonancia tenían más probabilidades de ser operados, exponiéndose al riesgo de infección y otras complicaciones. “El potencial de daño se ha demostrado en muchos estudios”, recalca Buchbinder.
EN PAÍSES COMO EL REINO UNIDO, DONDE SE DESACONSEJA A LOS MÉDICOS OFRECER UNA INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA PARA EL DOLOR DE ESPALDA, es frecuente que se receten inyecciones de esteroides antiinflamatorios, aunque se ha demostrado que no son más eficaces que un placebo. Por contra, pueden provocar un aumento del apetito, cambios de humor y dificultades para dormir.
Además, muchos especialistas, sobre todo en Estados Unidos, recetan analgésicos más fuertes de lo necesario, afirma Buchbinder, lo que alimenta la crisis de los opiáceos, que ha reducido la esperanza de vida en ese país. El dolor de espalda es la razón principal para prescribir esa clase de fármacos, corrobora Tamar Pincus, psicóloga sanitaria de la Royal Holloway de la Universidad de Londres (Reino Unido), a pesar de que varios estudios aseguran que tratamientos más seguros, como los antiinflamatorios no esteroideos, pueden ofrecer un alivio similar.
Por otra parte, no todos los dolores de espalda son malos. La molestia inicial que nos produce una lesión nos alerta de un problema y nos protege de daños mayores. Este mecanismo puede ser fundamental para nuestra supervivencia. Eso sí, el dolor crónico que
Fumar aumenta el riesgo de padecer lumbalgia: se asocia con obstrucción de las arterias y degeneración muscular y ósea
dura semanas, meses o años después de que una lesión se haya curado no sirve para nada y puede perjudicar seriamente nuestra salud.
La mayoría de la gente asume que el sufrimiento tiene siempre una causa física: un músculo lesionado o un disco aplastado, quizá. Sin embargo, en muchas ocasiones, no hay una explicación mecánica identificable. Por eso, muchos especialistas se centran en cómo y por qué percibimos el dolor. Para ello, es fundamental entender que es el cerebro donde se genera. Aunque tenemos células en el cuerpo que envían mensajes al sistema nervioso para alertarnos de estímulos potencialmente dañinos, como el calor y la presión de un objeto afilado contra la piel, no es necesario estimular estas células para sentir dolor, ni su actividad está siempre directamente relacionada con la experiencia de malestar.
El trabajo de Irene Tracey, neurocientífica clínica de la Universidad de Oxford (Reino Unido), fue fundamental para descubrir estos matices. En la década de los 90, su equipo demostró que la anticipación del daño hacía que las redes neuronales se iluminaran con actividad y que diferentes aspectos de nuestra experiencia –la intensidad del dolor o la ansiedad provocada por él– están controlados por circuitos cerebrales distintos.
TODOS ESTOS CIRCUITOS PUEDEN ENCENDERSE O SUPRIMIRSE. Por ejemplo, las personas deprimidas muestran una mayor actividad en las zonas de dolor, pero aquella puede atenuarse escuchando música o viendo una película. Un experimento demostró, incluso, que la fe religiosa puede tener propiedades analgésicas en el encéfalo. Cuando a los católicos devotos se les mostraron imágenes de la Virgen María mientras se les provocaba un dolor agudo, calificaron su dolor más bajo que los ateos a los que se les mostró la misma imagen. Al enseñar a ambos grupos un cuadro no religioso, su calificación del dolor no difería. Los escáneres sugerían que la iconografía religiosa activaba en el grupo católico una zona del cerebro llamada corteza prefrontal ventrolateral derecha, que inhibe los circuitos nociceptivos.
En el caso la lumbalgia crónica, entender cómo la mente puede manipular la experiencia es importante para averiguar por qué se mantiene después de que la lesión se haya curado, y qué podemos hacer para evitarlo. Pincus señala, por ejemplo, que el bajo estado de ánimo y la culpa relacionada con el dolor aumentan el riesgo de que este se vuelva crónico. “Las personas empiezan a sentirse culpables por dejar de realizar actividades que hacían antes”, dice. “Entonces, les preocupa que se les juzgue por ello, así que no aceptan las actividades en primer lugar”.
Después de varios ataques de dolor de espalda, las gente empieza a procesar el mundo de forma diferente, señala Pincus. Su dolor se integra en su autoesquema: las
El bajo estado de ánimo y la culpa relacionada con el dolor aumentan el riesgo de que este se haga crónico
cosas que asocian con ellos mismos. Si se les muestra una imagen de una escalera, por ejemplo, su primer pensamiento es “no puedo subirla”.
“Después de un tiempo, ves y sientes las cosas recubiertas de dolor”, continúa Pincus. “Ya no necesitas la lesión para sentirlo. Y puede que experimentes una molestia más intensa, simplemente porque lo esperas”.
Entonces, entre nuestro encéfalo y el resto del cuerpo, ¿qué podemos hacer para evitar o disminuir las molestias crónicas de espalda? En primer lugar, es posible que quieras replantearte usar esa faja lumbar, las plantillas de los zapatos y cualquier otro producto ergonómico, ya que casi no hay pruebas de que sean eficaces.
Una vez que te las hayas han quitado de en medio, es hora de levantarte y ponerte en marcha. A pesar de que médicos de todo el mundo siguen prescribiendo el reposo en cama, es una de las peores cosas que se pueden hacer. Cuando unos jóvenes voluntarios sanos pasaron ocho semanas en horizontal, su músculo multífido lumbar, que mantiene las vértebras inferiores en su sitio, se había desgastado y quedado inactivo. Es más, algunos de los músculos de los voluntarios no se habían recuperado seis meses después.
“MUCHOS PACIENTES CON DOLOR LUMBAR TIENEN MUCHO MIEDO A MOVERSE”, dice Luana Colloca, especialista en dolor de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Maryland (EE. UU.). Sin embargo, la actividad física es fundamental. Un estudio publicado en junio reveló que los ejercicios diseñados para fortalecer esa zona alivian el dolor, y que el simple hecho de caminar con regularidad también ayuda. Otra recomendación pasa por hacer pequeños cambios en la forma de trabajar. Las personas con dolor de espalda crónico que utilizaron un puesto de trabajo de pie durante tres meses observaron una disminución significativa de la molestia al final del estudio.
Si, a pesar de todo, esta afección es algo que te atormenta, piensa en el poder de la mente. Por ejemplo, la propia Pincus experimenta un dolor crónico tras una lesión de rodilla, pero dice que, si le duele cuando va al parque con sus hijos, se siente feliz, en lugar de triste. “Me siento fantástica. Pienso: ‘Eres una madre increíble, porque sales con tus hijos’. Puede que la forma en que pensamos en
nuestro dolor no afecte a su intensidad, pero sí a la capacidad de ese dolor para infiltrarse en nuestra rutina diaria, lo que crea el ciclo negativo que puede destruir nuestras vidas”.
Por otra parte, los médicos también tienen que poner su granito de arena a la hora de escuchar y empatizar con el paciente, tal y como resalta Pincus. Un estudio estadounidense demostró que las personas cuya experiencia de sufrimiento es desestimada experimentan una merma de sus capacidades cognitivas y memorísticas. “Hasta que no se valida el dolor, los recursos del cerebro están completamente absorbidos por la forma de comunicarlo”, apunta Pincus.
En definitiva, la conclusión a la que han llegado las investigaciones recientes es que la mejor forma de prevenir la discapacidad a largo plazo derivada del dolor de espalda es prescindir de los fármacos y promover una combinación de actividad física y reeducación mental, según aconsejan Buchbinder y sus colegas. Hay motivos para esperar que ese plan funcione. Por ejemplo, en el estado australiano de Victoria, las solicitudes de indemnización de los trabajadores por dolor de espalda se triplicaron a principios de los años 90. En 1997, se lanzó una campaña estatal de salud pública que animaba a la gente a evitar el reposo en cama y las exploraciones innecesarias. Asimismo, se dieron consejos sobre cómo pensar en el dolor y el impacto en su vida. Cuando terminó la iniciativa, el número de solicitudes de indemnización por dolor de espalda se redujo considerablemente, en comparación con un estado cercano, que no experimentó ningún cambio.
CUANDO UNO SUFRE DOLOR, LO ÚLTIMO QUE ESPERA ES QUE LE DIGAN QUE DEBE ALEJARSE del médico y volver al trabajo. Pero, en el caso de la espalda, ese puede ser realmente el mejor consejo, señala Buchbinder. En opinión de Pincus, tal vez debamos empezar a afrontarlo como una dolencia menor más: “Nadie espera pasar por la vida sin un resfriado, ni visita al médico solo por eso”.
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