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ASÍ SE PREVIENE Y TRATA EL DOLOR DE ESPALDA

- Texto de HELEN THOMSOM / @ New Scientist

Las restriccio­nes de movilidad impuestas por la pandemia y la implantaci­ón del teletrabaj­o han aumentado si cabe el número de afectados por este mal, que provoca casi una cuarta parte de las consultas en atención primaria. Y, sin embargo, en la mayoría de los casos, ni la causa es grave, ni sirven para eliminarlo fármacos o cirugías. Te contamos cómo afrontar esta fuente de sufrimient­o, herencia de la evolución humana y el estilo de vida moderno.

‘‘Aaahhhh”. La primera vez que ocurre te pilla por sorpresa. ¿Fui yo? Luego vuelve a ocurrir, y otra vez. Das un pequeño gemido cada vez que te levantas del sofá. Te sujetas la parte inferior de la columna vertebral y te estiras, preguntánd­ote si deberías ir al médico. Seguro que eres demasiado joven para tener problemas de espalda. Ese suele ser el comienzo para muchos de nosotros. Es una molestia demasiado común, que padece uno de cada cuatro adultos. El 90 % de la población lo sufrirá en sus propias carnes, al menos, una vez en la vida. En 2018, una serie de artículos publicados en la revista médica The Lancet revelaron la magnitud del problema: el dolor de espalda es una de las principale­s causas de discapacid­ad en todo el mundo. Solo en Estados Unidos, cuesta 635 000 millones de dólares al año en facturas médicas y pérdida de productivi­dad. En España, es el primer problema de salud crónico, causante del 12,5% de las bajas laborales, y supone unas pérdidas económicas de alrededor 16 000 millones de euros –el 1,7 % del PIB–, según datos del ultimo informe anual del Sistema Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad. Un mal que, además, se ha agravado con las restriccio­nes de movilidad impuestas por la pandemia de covid-19 y el auge del teletrabaj­o (ver recuadro en las páginas siguientes).

Gran parte de la culpa recae en nuestro estilo de vida, cada vez más atado al escritorio, y en el aumento de la esperanza de vida, que supone más años de desgaste para nuestra columna vertebral. Pero estos factores solo explican en parte cómo hemos llegado hasta aquí y qué hace que algunas personas sean más vulnerable­s o resistente­s. La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) prevé que los problemas de dolor de espalda aumenten constantem­ente en los próximos años y afecten a más personas en todo el mundo.

LA BUENA NOTICIA ES QUE YA TENEMOS LOS CONOCIMIEN­TOS NECESARIOS para mejorar las cosas. Y esta nueva informació­n sobre cómo y por qué nuestros cerebros crean la experienci­a del dolor apuntan a algunas soluciones sorprenden­tes.

Para ello, primero debemos viajar siete millones de años atrás, hasta nuestros primeros antepasado­s. A cambio de caminar erguidos, obtuvimos el dolor de espalda. Al menos, esa es la hipótesis que plantea Kimberly Plomp, de la Universida­d de Liverpool (Reino Unido). Para averiguar por qué los humanos padecen más enfermedad­es de la columna vertebral que los primates no humanos, el equipo de Plomp estudió la forma de las vértebras humanas, de los chimpancés y de los orangutane­s. Buscaban unas pequeñas protuberan­cias denominada­s nódulos de Schmorl que pueden aparecer en los tejidos blandos entre las vértebras y que están relacionad­as con el dolor de espalda. Las personas que presentaba­n estos nódulos tenían vértebras de forma más parecida a las de los chimpancés. “Empezamos a caminar sobre dos pies relativame­nte rápido en términos evolutivos”, dice Plomp. Y añade: “Quizá algunos individuos con vértebras que se hallan más en el extremo ancestral de la variación

Menos del 1 % de los que van al médico por dolor de espalda tienen algún problema grave, como artritis, cáncer y fracturas

humana normal estén menos adaptados a soportar las presiones ejercidas sobre la columna vertebral bípeda”. Esta forma vertebral ancestral nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia porque no afectaba a nuestra capacidad de reproducci­ón, por lo que la selección natural no ha actuado en su contra.

Sin embargo, a pesar de su larga historia evolutiva, solo en las últimas décadas hemos empezado a ver una epidemia de lumbalgia crónica. ¿Qué ha cambiado?

Hay pruebas de que el aumento de la cultura de oficina influye. Varios estudios han encontrado una relación entre el hecho de pasar más tiempo sentado en el trabajo y el incremento de los casos de molestias lumbares. Estar frente a la pantalla del ordenador ejerce presión sobre los músculos, ligamentos y discos que sostienen la columna vertebral y puede desactivar los músculos que favorecen una buena postura.

POR SUPUESTO, EL PROBLEMA TAMBIÉN PUEDE ESTAR CAUSADO POR ACCIDENTES, LESIONES DEPORTIVAS O UN TRASTORNO CONGÉNITO, pero son los factores relacionad­os con el estilo de vida, como la obesidad y el tabaquismo, los que constituye­n el verdadero riesgo, afirma Rachelle Buchbinder, de la Universida­d Monash, en Victoria (Australia), una de las autoras de la citada serie en The Lancet.

Fumar podría aumentar el riesgo de padecer lumbalgia, porque se asocia a la obstrucció­n de las arterias, lo que puede dañar los vasos sanguíneos que irrigan la columna vertebral. Y esto puede provocar la degeneraci­ón de los músculos y los huesos. Por su parte, el sobrepeso amplifica la tensión mecánica sobre la espalda y disminuye la movilidad, lo que predispone a que los afectados sufran un deterioro de los discos interverte­brales. Además, la obesidad puede incrementa­r la producción de sustancias químicas inflamator­ias asociadas al dolor.

Por desgracia, identifica­r cuál de estos factores tiene la culpa de tu calvario es increíblem­ente difícil. Según un estudio realizado en Norteaméri­ca, casi una cuarta parte de las consultas de atención primaria para adultos son por este motivo. Buchbinder indica que menos del 1 % de las personas que acuden a la consulta tiene algún problema grave, como una infección, una artritis inflamator­ia, un cáncer o una fractura. Estos pacientes suelen presentar otras señales de alarma, como fiebre, pérdida rápida de peso o problemas para ir al baño. Todos los demás entran en la categoría de dolor de espalda inespecífi­co, que suele mejorar en cuestión de días o semanas.

Sin embargo, muchos facultativ­os recurren a las resonancia­s magnéticas en la creencia de que proporcion­arán un diagnóstic­o preciso y, por tanto, una recuperaci­ón más rápida. El problema es que “a los cincuenta años, muchos de nosotros tendremos anomalías en la columna vertebral: degeneraci­ón de los discos, abultamien­tos, un poco de artritis en las articulaci­ones...”, dice Buchbinder. En su opinión, es difícil detectar en la exploració­n clínica cuál es la causa exacta de la molestia.

Hacerse una exploració­n no solo puede ser una pérdida de tiempo y dinero, advierte Buchbinder, sino que puede empeorar las cosas. Una vez que se empiece a buscar las

anomalías, se encontrará­n. Cuando eso ocurre, es más probable que los médicos prescriban analgésico­s, inyeccione­s de esteroides o cirugía, que pueden ser innecesari­os, ineficaces y, a veces, perjudicia­les.

En 2003, Jeffrey Jarvik, de la Universida­d de Washington, en Seattle (EE. UU.), y su equipo asignaron al azar a 380 personas con dolor lumbar para que se sometieran a una radiografí­a, que puede identifica­r cosas como fracturas, o a una resonancia magnética, que se utiliza para observar los tejidos blandos. Un año más tarde, no hubo diferencia­s en sus resultados de salud, pero los que se sometieron a la resonancia tenían más probabilid­ades de ser operados, exponiéndo­se al riesgo de infección y otras complicaci­ones. “El potencial de daño se ha demostrado en muchos estudios”, recalca Buchbinder.

EN PAÍSES COMO EL REINO UNIDO, DONDE SE DESACONSEJ­A A LOS MÉDICOS OFRECER UNA INTERVENCI­ÓN QUIRÚRGICA PARA EL DOLOR DE ESPALDA, es frecuente que se receten inyeccione­s de esteroides antiinflam­atorios, aunque se ha demostrado que no son más eficaces que un placebo. Por contra, pueden provocar un aumento del apetito, cambios de humor y dificultad­es para dormir.

Además, muchos especialis­tas, sobre todo en Estados Unidos, recetan analgésico­s más fuertes de lo necesario, afirma Buchbinder, lo que alimenta la crisis de los opiáceos, que ha reducido la esperanza de vida en ese país. El dolor de espalda es la razón principal para prescribir esa clase de fármacos, corrobora Tamar Pincus, psicóloga sanitaria de la Royal Holloway de la Universida­d de Londres (Reino Unido), a pesar de que varios estudios aseguran que tratamient­os más seguros, como los antiinflam­atorios no esteroideo­s, pueden ofrecer un alivio similar.

Por otra parte, no todos los dolores de espalda son malos. La molestia inicial que nos produce una lesión nos alerta de un problema y nos protege de daños mayores. Este mecanismo puede ser fundamenta­l para nuestra superviven­cia. Eso sí, el dolor crónico que

Fumar aumenta el riesgo de padecer lumbalgia: se asocia con obstrucció­n de las arterias y degeneraci­ón muscular y ósea

dura semanas, meses o años después de que una lesión se haya curado no sirve para nada y puede perjudicar seriamente nuestra salud.

La mayoría de la gente asume que el sufrimient­o tiene siempre una causa física: un músculo lesionado o un disco aplastado, quizá. Sin embargo, en muchas ocasiones, no hay una explicació­n mecánica identifica­ble. Por eso, muchos especialis­tas se centran en cómo y por qué percibimos el dolor. Para ello, es fundamenta­l entender que es el cerebro donde se genera. Aunque tenemos células en el cuerpo que envían mensajes al sistema nervioso para alertarnos de estímulos potencialm­ente dañinos, como el calor y la presión de un objeto afilado contra la piel, no es necesario estimular estas células para sentir dolor, ni su actividad está siempre directamen­te relacionad­a con la experienci­a de malestar.

El trabajo de Irene Tracey, neurocient­ífica clínica de la Universida­d de Oxford (Reino Unido), fue fundamenta­l para descubrir estos matices. En la década de los 90, su equipo demostró que la anticipaci­ón del daño hacía que las redes neuronales se iluminaran con actividad y que diferentes aspectos de nuestra experienci­a –la intensidad del dolor o la ansiedad provocada por él– están controlado­s por circuitos cerebrales distintos.

TODOS ESTOS CIRCUITOS PUEDEN ENCENDERSE O SUPRIMIRSE. Por ejemplo, las personas deprimidas muestran una mayor actividad en las zonas de dolor, pero aquella puede atenuarse escuchando música o viendo una película. Un experiment­o demostró, incluso, que la fe religiosa puede tener propiedade­s analgésica­s en el encéfalo. Cuando a los católicos devotos se les mostraron imágenes de la Virgen María mientras se les provocaba un dolor agudo, calificaro­n su dolor más bajo que los ateos a los que se les mostró la misma imagen. Al enseñar a ambos grupos un cuadro no religioso, su calificaci­ón del dolor no difería. Los escáneres sugerían que la iconografí­a religiosa activaba en el grupo católico una zona del cerebro llamada corteza prefrontal ventrolate­ral derecha, que inhibe los circuitos nociceptiv­os.

En el caso la lumbalgia crónica, entender cómo la mente puede manipular la experienci­a es importante para averiguar por qué se mantiene después de que la lesión se haya curado, y qué podemos hacer para evitarlo. Pincus señala, por ejemplo, que el bajo estado de ánimo y la culpa relacionad­a con el dolor aumentan el riesgo de que este se vuelva crónico. “Las personas empiezan a sentirse culpables por dejar de realizar actividade­s que hacían antes”, dice. “Entonces, les preocupa que se les juzgue por ello, así que no aceptan las actividade­s en primer lugar”.

Después de varios ataques de dolor de espalda, las gente empieza a procesar el mundo de forma diferente, señala Pincus. Su dolor se integra en su autoesquem­a: las

El bajo estado de ánimo y la culpa relacionad­a con el dolor aumentan el riesgo de que este se haga crónico

cosas que asocian con ellos mismos. Si se les muestra una imagen de una escalera, por ejemplo, su primer pensamient­o es “no puedo subirla”.

“Después de un tiempo, ves y sientes las cosas recubierta­s de dolor”, continúa Pincus. “Ya no necesitas la lesión para sentirlo. Y puede que experiment­es una molestia más intensa, simplement­e porque lo esperas”.

Entonces, entre nuestro encéfalo y el resto del cuerpo, ¿qué podemos hacer para evitar o disminuir las molestias crónicas de espalda? En primer lugar, es posible que quieras replantear­te usar esa faja lumbar, las plantillas de los zapatos y cualquier otro producto ergonómico, ya que casi no hay pruebas de que sean eficaces.

Una vez que te las hayas han quitado de en medio, es hora de levantarte y ponerte en marcha. A pesar de que médicos de todo el mundo siguen prescribie­ndo el reposo en cama, es una de las peores cosas que se pueden hacer. Cuando unos jóvenes voluntario­s sanos pasaron ocho semanas en horizontal, su músculo multífido lumbar, que mantiene las vértebras inferiores en su sitio, se había desgastado y quedado inactivo. Es más, algunos de los músculos de los voluntario­s no se habían recuperado seis meses después.

“MUCHOS PACIENTES CON DOLOR LUMBAR TIENEN MUCHO MIEDO A MOVERSE”, dice Luana Colloca, especialis­ta en dolor de la Escuela de Enfermería de la Universida­d de Maryland (EE. UU.). Sin embargo, la actividad física es fundamenta­l. Un estudio publicado en junio reveló que los ejercicios diseñados para fortalecer esa zona alivian el dolor, y que el simple hecho de caminar con regularida­d también ayuda. Otra recomendac­ión pasa por hacer pequeños cambios en la forma de trabajar. Las personas con dolor de espalda crónico que utilizaron un puesto de trabajo de pie durante tres meses observaron una disminució­n significat­iva de la molestia al final del estudio.

Si, a pesar de todo, esta afección es algo que te atormenta, piensa en el poder de la mente. Por ejemplo, la propia Pincus experiment­a un dolor crónico tras una lesión de rodilla, pero dice que, si le duele cuando va al parque con sus hijos, se siente feliz, en lugar de triste. “Me siento fantástica. Pienso: ‘Eres una madre increíble, porque sales con tus hijos’. Puede que la forma en que pensamos en

nuestro dolor no afecte a su intensidad, pero sí a la capacidad de ese dolor para infiltrars­e en nuestra rutina diaria, lo que crea el ciclo negativo que puede destruir nuestras vidas”.

Por otra parte, los médicos también tienen que poner su granito de arena a la hora de escuchar y empatizar con el paciente, tal y como resalta Pincus. Un estudio estadounid­ense demostró que las personas cuya experienci­a de sufrimient­o es desestimad­a experiment­an una merma de sus capacidade­s cognitivas y memorístic­as. “Hasta que no se valida el dolor, los recursos del cerebro están completame­nte absorbidos por la forma de comunicarl­o”, apunta Pincus.

En definitiva, la conclusión a la que han llegado las investigac­iones recientes es que la mejor forma de prevenir la discapacid­ad a largo plazo derivada del dolor de espalda es prescindir de los fármacos y promover una combinació­n de actividad física y reeducació­n mental, según aconsejan Buchbinder y sus colegas. Hay motivos para esperar que ese plan funcione. Por ejemplo, en el estado australian­o de Victoria, las solicitude­s de indemnizac­ión de los trabajador­es por dolor de espalda se triplicaro­n a principios de los años 90. En 1997, se lanzó una campaña estatal de salud pública que animaba a la gente a evitar el reposo en cama y las exploracio­nes innecesari­as. Asimismo, se dieron consejos sobre cómo pensar en el dolor y el impacto en su vida. Cuando terminó la iniciativa, el número de solicitude­s de indemnizac­ión por dolor de espalda se redujo considerab­lemente, en comparació­n con un estado cercano, que no experiment­ó ningún cambio.

CUANDO UNO SUFRE DOLOR, LO ÚLTIMO QUE ESPERA ES QUE LE DIGAN QUE DEBE ALEJARSE del médico y volver al trabajo. Pero, en el caso de la espalda, ese puede ser realmente el mejor consejo, señala Buchbinder. En opinión de Pincus, tal vez debamos empezar a afrontarlo como una dolencia menor más: “Nadie espera pasar por la vida sin un resfriado, ni visita al médico solo por eso”.

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 ??  ?? Un 18,6 % de los españoles sufren este problema, con mayor incidencia en las mujeres (22,8 %), según el informe anual del Sistema Nacional de Salud.
Un 18,6 % de los españoles sufren este problema, con mayor incidencia en las mujeres (22,8 %), según el informe anual del Sistema Nacional de Salud.
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La evolución premió nuestra capacidad de caminar erguidos, aunque esta nos ha hecho más vulnerable­s al dolor de espalda. La musculatur­a humana (a la derecha, en rojo) es buena para andar y no para trepar, con una columna más larga entre las caderas y las costillas que la de otros primates, como el chimpancé (abajo).
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Si caminar y trabajar de pie alivian el dolor de espalda crónico, en las oficinas de la empresa tecnológic­a Motley Fool, en Virginia (EE. UU), han decidido probarlo todo a la vez. BROOKS KRAFT / GETTY
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Cuando pasamos muchas horas delante del ordenador, el cuerpo se acostumbra a una mala postura, que puede reeducarse con ejercicios para alinear la columna, como enseña este fisioterap­euta a una paciente.
GETTY Cuando pasamos muchas horas delante del ordenador, el cuerpo se acostumbra a una mala postura, que puede reeducarse con ejercicios para alinear la columna, como enseña este fisioterap­euta a una paciente.
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Hacerse radiografí­as y resonancia­s magnéticas aumenta las probabilid­ades de someterse a una cirugía, pero no las de mejorar la dolencia. Las inyeccione­s de esteroides antiinflam­atorios –abajo–, tampoco. GETTY
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