EL SECRETO ACÚSTICO DE LOS OVÍPAROS
La mayor parte de los animales se reproducen de forma ovípara, esto es, a través de huevos, en los que los embriones completan su desarrollo –en las imágenes, algunos ejemplos–. Ocurre con los mamíferos monotremas –las equidnas y los ornitorrincos–, con las aves y con casi todos los peces, insectos, anfibios y reptiles. Hace unos 300 millones de años, los ancestros de estos últimos empezaron a colonizar los ecosistemas terrestres, un acontecimiento que tendría gran repercusión en la historia de la vida en el planeta. Su éxito evolutivo dependió de diversas adaptaciones, pero sobre todo de su capacidad para reproducirse mediante un tipo de huevos desconocido hasta entonces. Estos poseían una cáscara dura y membranas que protegían al embrión de la desecación y garantizaban su sustento.
INDICIOS DEL MUNDO EXTERIOR. Ahora, un equipo de investigadores coordinado por expertos del Centro de Ecología Integrativa de la Universidad Deakin, en Australia, ha averiguado que en numerosos ovíparos se da lo que han denominado programación acústica del desarrollo. Según explican en un estudio publicado en la revista Trends in Ecology & Evolution, esta consiste, en esencia, en que los embriones aprovechan ciertas señales sonoras o vibraciones para obtener datos sobre el entorno y saber cuándo es el mejor momento para eclosionar. En las aves, por ejemplo, las llamadas de los padres pueden advertirles de la presencia de depredadores o de que está teniendo lugar una ola de calor.
El pasado 23 de julio murió Steven Weinberg, uno de los grandes físicos teóricos del pasado siglo y artífice, junto a Sheldon Lee Glashow y Abdus Salam, de la teoría electrodébil, que unifica el electromagnetismo y la interacción débil, responsable de la desintegración beta. Fue un paso adelante en esa búsqueda con tintes artúricos en la que están empeñados los físicos desde que James Maxwell demostró que la electricidad y el magnetismo son dos caras de la misma moneda: reunir las partículas elementales y las cuatro fuerzas de la naturaleza bajo una única formulación; encontrar una teoría del todo. Como cualquier gran empresa, esa búsqueda no es barata.
NO BASTA CON HACER CÁLCULOS, también hay que comprobar que estos tienen alguna conexión con la realidad. El problema es que cuanto más queremos profundizar en el interior de la materia, tenemos que machacarla con más y más violencia. Y eso implica construir aceleradores de partículas cada vez más grandes. Además, parece que los físicos no son muy buenos haciendo cuentas. El acelerador LHC del CERN, que iba a costar 3000 millones de euros, acabó valiendo más de 7000 millones. Uno de los mayores agujeros negros del dinero destinado a la ciencia es el ITER, el experimento de fusión nuclear que se está construyendo en Francia, que no hace más que acumular retrasos. En 2006, se estimó su coste en 5600 millones de euros, pero a los dos años este se elevó a 19 000 millones. En 2016, ya era de 22 000 millones. Y eso sin saber si funcionará.
¿REALMENTE MERECE LA PENA EL ESFUERZO? La comunidad de la fusión nuclear es experta en dar largas: desde la década de los 80 siempre estamos a veinte años de conseguir un reactor comercial basado en ella, pero los avances en el último medio siglo son tan grandes como el tamaño de los átomos que quieren fusionar. La fusión nuclear es la energía barata y abundante que nunca llega. ¿Y que sucede con los aceleradores de partículas? ¿Había que gastarse esos 7000 millones para encontrar el bosón de Higgs? Desde 2012, cuando se descubrió, lo que tenemos en este campo es un secarral.
SE INVESTIGA POR EL PLACER DE ENTENDER el mundo que nos rodea, pero el dinero no fluye a espuertas y la ciencia suele tener importantes carencias de financiación. Al final, todo queda a expensas de los grupos de presión. Es en este punto donde debería entrar la ciudadanía. Si vamos hacia un modelo de gobierno abierto y participativo, la ciencia no debería ser ajena a ello. En España, los científicos quieren llevar su trabajo al Parlamento, un objetivo muy loable. Del mismo modo, los ciudadanos tendrían que poder participar en el reparto de fondos, pues, al final, es su dinero el que está en juego.