LOS EUROPEOS REDESCUBREN LAS RUINAS PÉTREAS DEL GRAN ZIMBABUE
ESTE CONJUNTO DE ESTRUCTURAS NO SOLO CONSTITUYE EL RECINTO DE PIEDRA MÁS GRANDE ERIGIDO EN ÁFRICA AL SUR DEL ECUADOR ANTES DE LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS, SINO UNA MUESTRA DEL NOTABLE DESARROLLO TÉCNICO DE LAS ANTIGUAS CULTURAS DE LA REGIÓN.
En unas colinas situadas en el sureste del actual Zimbabue, en la provincia que limita con Mozambique, se encuentran las ruinas que hoy dan nombre a ese país subsahariano, término que en el idioma local podría traducirse como 'casas grandes de piedra'. Las primeras referencias publicadas en Europa sobre la existencia del yacimiento, lo que queda de una ciudad colosal conocida como el Gran Zimbabue, son del historiador portugués João de Barros (1538). Este expresa su admiración, si bien nunca estuvo allí. No obstante, recogió el testimonio de unos norteafricanos que las habían visitado.
Desde comienzos del siglo XVI, los exploradores lusos conocían sin duda los restos de la urbe, que figura con el nombre de Simbaoe en el mapa Africae Tabula Nova, de Abraham Ortelius (1570), y la vinculaban con la antigua producción y el comercio del oro. Sin embargo, su descubrimiento oficial se lo debemos al explorador alemán Karl Mauch, quien soñaba con encontrar la bíblica región de Ofir, célebre por su riqueza y por ser la supuesta patria de la famosa reina de Saba. Impresionado por el desconocimiento que existía entonces sobre gran parte del continente negro, y tras prepararse concienzudamente, emprendió desde Sudáfrica una dificultosa exploración hacia el interior del mismo.
Alertado por el cazador germano-estadounidense Adam Render sobre la existencia de unas ruinas que “jamás habrían podido construir los africanos”, el 5 de septiembre de 1871 se topó con un conjunto de recintos pétreos que ocupaban más de 700 hectáreas. Mauch pudo maravillarse con aquellos restos de paredes sinuosas, algunas de más de diez metros de altura, alzadas con bloques de granito bien acabados, sin mortero que los uniese. Creyó realmente que había dado con Ofir y con el rastro de las míticas minas del rey Salomón y la citada reina de Saba.
LOS ESCRITOS EUROPEOS POSTERIORES SOBRE EL GRAN ZIMBABUE ESTUVIERON LLENOS DE PREJUICIOS, fantasías y un omnipresente racismo. Sus autores, incapaces de asumir que los antepasados de las actuales tribus africanas fueran capaces de levantar algo más que chozas, atribuían aquellas construcciones a hombres blancos, a los árabes e incluso a los fenicios. Hubo que esperar a 1906 para que el arqueólogo David Randall-MacIver acreditara su auténtico origen tras un trabajo científico de investigación. Así, se supo que los constructores muy probablemente fueron indígenas shonas, de la etnia bantú, quienes tuvieron allí su capital entre los siglos XII y XV. En su apogeo, la ciudad podría haber albergado a más de 18 000 habitantes, aunque su civilización acabaría desapareciendo. Los estudios que se hicieron más tarde corroboraron esas fechas, si bien la datación por carbono 14 de algunos objetos revelaría que en la zona ya había asentamientos al menos desde el siglo V.
Entre los restos arqueológicos encontrados destacan las ocho aves de Zimbabue, unas tallas de pájaros en esteatita de 40 cm de alto. También hay otras estatuillas del mismo material y marfiles muy elaborados; gongs, alambres y azadas de hierro, objetos de cerámica, lingotes y alambres de cobre, pulseras, colgantes y cuentas de oro, abalorios de vidrio y piezas de porcelana procedentes de China y Persia, lo que indica el activo comercio que mantuvo aquel reino. Desde hace más de un siglo, el lugar sufrió repetidas veces el saqueo y expolio, sobre todo en busca de oro, lo que llevó a un gran deterioro de las construcciones. El Gran Zimbabue es hoy un Monumento Nacional, reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.