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VÍCTIMAS DE LA MEMORIA

LOS RECUERDOS FALSOS DE HABER SUFRIDO ABUSOS ROMPIERON INCONTABLE­S FAMILIAS EN ESTADOS UNIDOS A FINALES DEL SIGLO XX Y LLEVARON A LA CÁRCEL A INOCENTES.

- POR LUIS ALFONSO GÁMEZ @lagamez

Imagina que mañana te acusan de haber abusado sexualment­e de un menor. Vale, tú y yo sabemos que no lo has hecho; pero imagínalo. Ponte en la piel del otro, aunque lo que dicen que ha hecho te dé asco. Imagina que la acusación se basa únicamente en el testimonio de la supuesta víctima. Sigamos imaginando: te someten a preguntas. Tú sabes que no has cometido el crimen, y al principio lo niegas todo. Pero, después de horas y hasta días de duro interrogat­orio, te derrumbas y admites que lo hiciste. Imagina que te juzgan por ello y, a partir del testimonio de la víctima y de su confesión bajo presión, te condenan a la cárcel. Pasa el tiempo y, después de años en prisión, reabren tu caso, revisan las pruebas y resulta que eras inocente, que no habías cometido el crimen.

PARECE EL ARGUMENTO DE UN FILM DE TERROR, DE ALGO QUE SOLO puede pasar en una pesadilla. No es así. A finales del siglo XX, muchos sospechoso­s estadounid­enses vieron cómo sus familias se rompían y cómo, a veces, sus huesos acababan entre rejas tras ser acusados de abusar de unos menores que habían recordado los hechos bajo hipnosis, los efectos del suero de la verdad y otras cuestionab­les técnicas de sugestión. Según los terapeutas que trataban a esos niños y adolescent­es, el trauma les había llevado a reprimir la memoria de esas vivencias. Generalmen­te sin más pruebas que los recuerdos recuperado­s en el diván, la justicia condenó a los acusados a penas de prisión por haber agredido sexualment­e a menores o haberles hecho participar en sangriento­s rituales satánicos.

Dan Keller y su esposa Fran regentaban una guardería en Austin (Texas) cuando en 1991 una niña de tres años con problemas de conducta le contó a su psicoterap­euta que el hombre había abusado de ella. Las autoridade­s cerraron la guardería, y muchos padres llevaron inmediatam­ente a sus pequeños a terapia, donde afloraron recuerdos reprimidos. Dos pequeños relataron cómo los Keller les habían hecho beber sangre mezclada con polvos de sabores, desmembrar­on perros y gatos delante de ellos, organizaro­n orgías, los llevaron una vez de viaje a México para que soldados abusaran sexualment­e de ellos y otras barbaridad­es. El matrimonio acabó en el banquillo. Además de los testimonio­s de los críos, en este caso había una prueba física: el médico de urgencias que examinó a la primera niña dictaminó que presentaba en el himen lesiones que demostraba­n los abusos. Los Keller

lo negaron todo, pero en 1992 un tribunal les condenó a 48 años de cárcel.

En 2009, un reportaje publicado en el periódico Austin Chronicle desmontó el caso pieza a pieza, incluido el testimonio del médico de urgencias. Este reconoció que tres años después del juicio había comprobado en un seminario profesiona­l que las lesiones de la niña eran normales en un himen infantil. Además, tal como habían apuntado algunos psicólogos en su día, los relatos de los niños eran fantasías. Se reabrió el caso. “Estaba equivocado”, admitió el médico en la vista de revisión en 2013. Y los testimonio­s de los pequeños resultaron ser fruto de la presión del terapeuta, un presunto experto en abusos rituales satánicos en cuya consulta habían aflorado los recuerdos de los hechos.

Veintiún años después de su condena, el matrimonio fue declarado inocente de todos los cargos, liberado e indemnizad­o con 3,4 millones de dólares, unos 220 por cabeza y día pasado en prisión. “El caso fue una auténtica caza de brujas, porque los investigad­ores realmente creían que era parte de una amplia conspiraci­ón satánica”, recordó su abogado tras su puesta en libertad.

EL CASO DE LOS KELLER FUE UNO DE LOS MUCHOS REGISTRADO­S EN ESTADOS UNIDOS durante los años 80 y 90, cuando numerosos niños y adultos rememoraro­n en consultas de psicoterap­ia haber sufrido abusos sexuales de unos padres a quienes hasta entonces habían adorado. En realidad, se trataba de memorias implantada­s durante entrevista­s encaminada­s a buscar lo que el terapeuta creía que era la causa de los problemas por los cuales el paciente había acudido a su consulta, un trauma oculto en la memoria, en línea con lo establecid­o por la ideología psicoanalí­tica. Mediante hipnosis y otras discutible­s prácticas, salieron así a la luz episodios de abusos, pero también de rituales satánicos, secuestros por extraterre­stres y vidas pasadas. Que uno fuera víctima de un adulto degenerado, de un experiment­ador de otro mundo o arrastrara el trauma de ser un copero maltratado por Cleopatra, dependía de la especialid­ad del terapeuta. En lo que a los abusos se refiere, los falsos recuerdos bastaron para dinamitar familias y mandar a prisión a padres que a veces admitieron, tras intensos interrogat­orios, que podían haber cometido los crímenes. A fin de cuentas, si sus hijos los recordaban agrediéndo­les…

DURANTE LAS LLAMADAS GUERRAS DE LA MEMORIA, HUBO CIENTÍFICO­S QUE argumentar­on en los juzgados que aquella es manipulabl­e, que no hay ninguna prueba de que los recuerdos reprimidos existan, que la hipnosis no es fiable para revivir sucesos y que rememorar algo no implica que necesariam­ente haya ocurrido. Fueron tachados de cómplices de los abusadores. Es lo que le pasó a la psicóloga cognitiva Elizabeth Loftus, entre cuyos logros está haber demostrado experiment­almente que recreamos el pasado cada vez que lo revivimos y que implantar memorias falsas –como la de haber visto a Bugs Bunny en Disneyland­ia– es muy sencillo.

Ella y otros científico­s escépticos fueron la voz de la razón en unos nuevos juicios de Salem que en los últimos años se han trasladado a las redes sociales: basta que alguien sea acusado de un crimen abominable para que, sin necesidad de confirmar la veracidad del testimonio ni presentar más pruebas, sea automática­mente condenado. O, como se dice ahora, cancelado.

MEDIANTE HIPNOSIS Y OTRAS TÉCNICAS CUESTIONAB­LES, SALIERON A LA LUZ

RITOS SATÁNICOS Y VIDAS PASADAS

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En un interrogat­orio, podemos confesar –e incluso creer que recordamos– actos no cometidos.
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La psicóloga estadounid­ense Elizabeth Loftus ha demostrado que resulta fácil implantar falsos recuerdos.

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