EN BUSCA DEL ARCA ENCONTRADA
CUANDO INDIANA JONES CUMPLE CUARENTA AÑOS, LA EXISTENCIA DE LA RELIQUIA BÍBLICA POR LA QUE SE JUGÓ EL PELLEJO EN LA PRIMERA PELÍCULA DE LA SAGA SIGUE SIENDO UNA INCÓGNITA. NO OBSTANTE, CIERTOS INDICIOS SITUARÍAN SU ORIGEN EN EL EGIPTO DE LOS FARAONES.
El arca de la alianza es el nombre por el que conocemos el relicario en el que se depositaron las alhajas más sagradas de la tradición judía, cuando su salvador, Moisés, descendió con ellas de la cima del monte Sinaí tras haber tenido un encuentro con la divinidad. Allí se guardaron las piedras en las que el mismo Yahvé había inscrito las leyes por las que se había de regir su pueblo, junto a otras piezas mágicas, como el báculo de su hermano Aarón, con el que habían obrado los milagros ante el faraón en Egipto. Y para ello, el mismísimo dios dictó las instrucciones, casi como si se tratara de un capítulo arcano de Bricomanía, de cómo debía construirse: “Harás también un arca de madera de acacia, cuya longitud será de dos codos y medio, su anchura, de codo y medio, y su altura, de codo y medio. Y la cubrirás de oro puro por dentro y por fuera, y harás sobre ella una cornisa de oro alrededor. Fundirás para ella cuatro anillos de oro, que pondrás en sus cuatro esquinas; dos anillos a un lado de ella, y dos anillos al otro lado...”. Y la descripción sigue con otros minuciosos detalles añadidos.
EXISTIERA O NO REALMENTE ESE OBJETO SAGRADO, lo cierto es que los cristianos ortodoxos de Etiopía están convencidos de que se guarda dentro de sus fronteras. Así, el cofre por el que se deshacían los nazis en la primera película de Indiana Jones es venerado en ese país. Poco importa si lo que custodia es la reliquia original de un Moisés, que, probablemente, ni siquiera existió. Es difícil dar credibilidad a un mito del que no hay fundamentos históricos. Pero que no los tenga Moisés, no significa que no los posea el contenido del arca. Al fin y al cabo, no es más que un corpus jurídico y legal, como lo fue el Código de Hammurabi en Mesopotamia o la Blutrache para los antiguos germánicos: unas pautas de comportamiento cívico y moral para un pueblo en eclosión, Israel.
¿Existió, entonces, la caja profusamente decorada de oro que encontró Indiana Jones? Si así fuera, probablemente hace siglos que se perdió. Pero si se salvaron las tablas y de alguna forma llegaron hasta
Etiopía –ya sea a través del Nilo, como defiende Graham Hancock en su célebre obra Símbolo y señal, o a través del reino de Saba, en Arabia y Yemen, como afirma el texto sagrado de la iglesia etíope, el Kebra Negast–, su existencia quedó eclipsada por el filme de Spielberg, que puso el foco en el continente y no en el contenido y localizó su lugar de descanso en Egipto.
Vamos por partes: si hemos de creer lo que dice el Kebra Negast, entonces aceptaremos la versión que narra cómo el hijo que tuvieron el rey Salomón y la reina de Saba, llamado Menelik, robó el arca de su templo en Jerusalén cuando viajó a conocer a su padre al alcanzar la mayoría de edad. Menelik, primer rey de la dinastía salomónica de la actual Etiopía, habría traído el preciado objeto con él, hace tres milenios. Pero esa historia no es, como ocurre con el Éxodo, más que una leyenda.
LA OTRA TEORÍA, LA DE HANCOCK, PROPONE QUE LA RELIQUIA DEPOSITADA por Salomón en el santuario de su templo fue sacada de allí trescientos años más tarde, a hombros de sacerdotes fieles que la protegieron de las consecuencias de las decisiones del rey judío Manasés, que cedió al avance de los asirios de Asurbanipal. Eso suponiendo que el arca no hubiera sido saqueada antes por los egipcios bajo el mando del faraón Sheshonq. O que no hubiera sido destruida junto con el templo por los siervos de Nabucodonosor. Pero Hancock afirma que la llevaron a un lugar seguro en la isla egipcia de Elefantina, en la actual Asuán. Allí hay atestiguada la existencia de una comunidad judía, durante dos siglos, que incluso llegó a construir un templo para venerarla. Un papiro perfectamente conservado afirma que los persas arrasaron todo lo que encontraron al llegar, pero respetaron el santuario judío.
Cuando este fue destruido, el arca emprendió de nuevo su viaje. Y, puesto que no podía escapar de la ira de los egipcios atravesando todo Egipto, su traslado se reemprendió siguiendo el curso del Nilo, hasta llegar a Etiopía, la siguiente comunidad judía en el mapa. El arca venía de una isla en el Nilo, y en una isla del Nilo, Tana Kirkos, se quedó ochocientos años más. Allí se erigió, pero más modesto, un nuevo tabernáculo que ocupó el centro de un peculiar culto judío, cuyos miembros eran los antepasados de los falashas que hoy perviven en Etiopía. Luego llegaron los cristianos, que convirtieron la monarquía abisinia a su fe. El nuevo rey llevó la reliquia a la nueva capital del imperio, Aksum, donde se levantó una iglesia para custodiarla.
No entraré en si los caballeros templarios
–Hancock fantasea con que anduvieron por aquí haciendo de las suyas– robaron el arca para llevarla a Chartres o Edimburgo. La cuestión es que su leyenda es tan compleja que da para escribir muchos libros (yo he aportado el mío). O puede que todo sea una mentira con tintes políticos. Ya conocen el principio de Ockham: cuando dos o más explicaciones se ofrecen para un mismo fenómeno, es preferible la más simple. Y aquí, lo más sencillo es suponer que todo es un mito para legitimar una dinastía. Esa es la conclusión del historiador Stuart Munro-Hay, quien señalaba inteligentemente que el arca no aparece en la historia etíope hasta la Edad Media.
Munro-Hay detectó en el cambio que supone la dinastía Zagüe etíope una inclinación de los nuevos reyes hacia las costumbres del Antiguo Testamento. Como expone un amigo mío, Juan José SánchezOro, gran conocedor de la historia del arca, “lo que cuaja y se consolida es otro mito: la conexión genealógica de la nueva dinastía con los más insignes personajes regios del Antiguo Testamento. Así, los monarcas etíopes reivindicaron su descendencia del linaje de David y Salomón. Se escudriñó exhaustivamente la Biblia para localizar aquellos pasajes que citaran a Etiopía de manera directa o indirecta. En virtud de lo cual, la reina de Saba adquirió protagonismo y quedó agregada a la historia oficial del país con rotundidad, aunque probablemente ya circularan narraciones orales en la región sobre su persona que fueron aprovechadas para apuntalar el discurso político de la realeza”.
Pero entonces ¿cuál es el origen de las instrucciones y descripción que aparecen en el Éxodo? Las medidas para la fabricación de la caja parecen ser ciertas y remiten, sin duda, a Egipto. De hecho, Yahvé usa la unidad de medida egipcia, el codo real, equivalente a 0,524 metros. En la arquitectura egipcia han perdurado muchos ejemplares de codo, algunos de ellos elaborados como unidades de medida ceremoniales que se conservaban en los templos.
LAS MEDIDAS Y LA DESCRIPCIÓN QUE APARECEN EN LA BIBLIA PARECEN CORRESPONDER A UN OBJETO REAL
¿ES, ENTONCES, EGIPCIO EL ORIGEN DEL ARCA DE LA ALIANZA? Todo indica que sí. Cajas con esas dimensiones existen, en número elevado, entre los ajuares encontrados en tumbas egipcias. Sin ir más lejos, en la de Tutankamón apareció un cofre con esas medidas, esos anillos, esos varales, esa cornisa… Lo único que le faltaba al rey Tut para poseer un arca de la alianza eran los querubines en la tapa.
Puede contemplarse ese objeto en el museo egipcio de El Cairo (cuando lo inauguren) o en las fotografías P0088 a la P0093 de la documentación fotográfica de Harry Burton custodiada en el Griffith Institute, de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Parece ser que Indiana no iba tan desencaminado, y que el arca provenía, originalmente, del Antiguo Egipto.