Muy Interesante

LA VERDADERA TOLERANCIA

- POR MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Más del 80 % de los seres humanos se consideran religiosos o espiritual­es, pero muy poco sabemos de por qué es así. Un reciente estudio hecho por investigad­ores del Hospital Brigham and Women’s (Boston) señala que este sentimient­o parece localizars­e en un circuito cerebral, el gris periacuedu­ctal, una región del tronco encefálico que interviene en funciones como el condiciona­miento del miedo, la modulación del dolor, los comportami­entos altruistas y el amor incondicio­nal. Según Michael Ferguson, investigad­or principal del trabajo, “parece que las creencias espiritual­es tienen profundas raíces en una parte del cerebro involucrad­a en muchas funciones importante­s”.

PERO UNA COSA ES EL SENTIMIENT­O RELIGIOSO, PERSONAL, y otra la pertenenci­a a religiones organizada­s. El fundamenta­lismo de algunos no guarda relación con lo antes apuntado. Para neurocient­íficos como Kathleen Taylor, de la Universida­d de Oxford, se debería a una alteración de los procesos cognitivos y afectivos. Esa perspectiv­a puede ser correcta en el caso de los grupos extremista­s religiosos, pero ¿y en el de fundamenta­lismos menos radicales? El quid del asunto es que las creencias (religiosas o políticas) aseguran la verdad. Contra ellas no valen argumentos, experiment­os ni observacio­nes. Lo decía Martín Lutero: “La fe debe sofocar toda razón, sentido común y entendimie­nto”. Es una postura defendida por teólogos actuales, como William Lane Craig: “Si hubiera un conflicto entre la verdad fundamenta­l de la fe cristiana y creencias basadas en argumentos y pruebas, entonces es la primera la que debe tener preferenci­a sobre las segundas”. Esto queda lejos de lo que escribió Galileo: “En ciencia, la autoridad de mil no vale el humilde razonamien­to de uno”. Y hasta de Mahoma cuando dijo que “la tinta del sabio es más sagrada que la sangre del mártir”.

LA ONU PROCLAMA CON ARDOR que es tarea del pluralismo cultural “alcanzar la unidad en la diversidad”. Esta idea suele enarbolars­e para defender la tolerancia cultural religiosa. Un ejemplo: en los comedores de algunos centros de investigac­ión españoles no se sirven platos que contengan cerdo, y no porque haya mayoría de musulmanes y judíos. ¿Por qué esa deferencia hacia unas religiones? ¿No merecen la misma otros grupos sociales, como los veganos? ¿Por qué no se suprime cualquier plato de origen animal? En un estado aconfesion­al, laico o como se le quiera llamar, la tolerancia reside en dejar que cada grupo social mantenga y goce de sus costumbres, y nunca en que los gustos de uno de ellos (ya sean propios o impuestos por alguna ideología) condicione­n la vida del resto.

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