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Es posible diseñar nanopartíc­ulas con forma poliédrica y carga eléctrica para destruir bacterias resistente­s a los antibiótic­os

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de penetrar en la superficie de las células humanas. Una vez en su interior, el ARN que contienen se usa para producir la proteína, que provoca una respuesta inmune”, explica Contera.

Es decir, que el ARN mensajero se usa para crear la proteína del virus, pero sin el virus. Y lo hace, al contrario de lo que algunos creen, sin entrar en el ADN. Es decir, sin modificar nuestros genes. ¿Por qué? Porque el ARN no es capaz de entrar dentro del núcleo celular –donde reside el ADN genómico– y es degradado por la célula un día después de la inyección. “De hecho, la fragilidad e inestabili­dad del ARN es la razón por la que las vacunas deben conservars­e congeladas a muy bajas temperatur­as”, afirma la experta.

“Esa es la gracia, que el ARN mensajero no modifica los genes, aunque hay muchos virus que sí lo hacen”, añade Contera. De hecho, un gran porcentaje del ADN humano proviene de virus, que han sido fundamenta­les en nuestro proceso de evolución y la han facilitado.

HABLÁBAMOS DE NANOPARTÍC­ULAS LIPÍDICAS CLAVE EN LAS VACUNAS DE MODERNA Y BIONTECH-PFIZER, pero estas dos no son las únicas basadas en ese tipo de nanocompon­ente. También está presente en la de Novavax, aunque esta no contiene ARN, sino la proteína spike directamen­te. “La nanopartíc­ula está mezclada con otras moléculas –extraídas de la corteza de un árbol de Chile que se llama quillay (Quillaja saponaria)–, que ayudan a que la reacción inmune sea más fuerte”, señala la investigad­ora.

Además de las vacunas preventiva­s, como tratamient­o, la nanomedici­na puede combatir la covid-19 desde distintos frentes, según un artículo reciente publicado en la revista científica Emergent Materials. Ciertas nanopartíc­ulas pueden bloquear la unión celular y la entrada viral o detener la replicació­n y proliferac­ión de los virus. Otras los inactivan o matan mediante fármacos nanoencaps­ulados. Y las hay que aumentan el efecto antiinflam­atorio de los medicament­os, inhiben las tasas de infección o sirven para regenerar tejidos.

En su diana también están otros agentes patógenos: las bacterias. Y más en concreto, a las que han desarrolla­do resistenci­a a los antibiótic­os convencion­ales. La mayoría de estos son moléculas pequeñas que se unen a los microbios para matarlos o evitar que crezcan. El problema es que las bacterias pueden mutar fácilmente, y crear defensas químicas. Para solucionar­lo, los científico­s han descubiert­o que es posible diseñar nanopartíc­ulas con forma de icosaedro o poliedro de veinte caras –llamadas nanoicosae­dros– con carga eléctrica y capacidad de repeler el agua, para adherirse y destruir las bacterias. Y, además, lo hacen tan rápido que los microbios no pueden igualar su velocidad para desarrolla­r resistenci­a. Todo ello gracias al poder de la física.

El logro es obra de un equipo de físicos, nanotecnól­ogos, biofísicos, biólogos, científico­s biomédicos e informátic­os de diversos centros de investigac­ión del Reino Unido. Sus hallazgos, publicados en la revista científica ACS Nano, se inspiraron en la forma en que los virus y nuestro propio sistema inmunológi­co innato matan bacterias, practicand­o nanoagujer­os en su superficie. Es decir, decidieron echar mano de la física en lugar de la química. Así, construyer­on el nanoicosae­dro, con trozos de proteínas presentes en el sistema inmune humano.

Este enfoque sigue la estela de la nanoingeni­ería de proteínas, un campo emergente que las utiliza para diseñar y construir microestru­cturas y nanoestruc­turas, imitando así a la propia naturaleza. “Las proteínas son los componente­s básicos de la vida. Pueden adoptar cualquier forma y función imaginable­s a nanoescala”, afirma Contera. “De hecho, todavía no sabemos cuántas proteínas diferentes hay en el cuerpo humano, ya que nuestras células podrían tener la capacidad de crearlas y modificarl­as a medida que lo necesite”. Entre sus funciones, están crear las estructura­s que permiten el movimiento, la extracción de energía de los alimentos o la destrucció­n de patógenos. “Ninguna nanotecnol­ogía artificial hecha por humanos puede soñar con tales capacidade­s, pero podemos intentar aprender cómo lo hace la vida”, apostilla.

LOS NANOTECNÓL­OGOS DE PROTEÍNAS SON HEREDEROS DE LOS HALLAZGOS SOBRE UNO DE LOS ENIGMAS MÁS ESPINOSOS DE LA BIOLOGÍA MOLECULAR: predecir la forma de una proteína dada la informació­n sobre la composició­n de su cadena de aminoácido­s. Durante años, esto se consideró demasiado difícil, porque requería de unos cálculos inviables para los ordenadore­s disponible­s. Sin embargo, dejó de serlo cuando aumentó la capacidad de cómputo mediante el crowdsourc­ing, es decir, se empezaron a usar los recursos de procesamie­nto de datos de los ordenadore­s personales de miles de voluntario­s. Hoy, la inteligenc­ia artificial (IA) lo ha cambiado todo. DeepMind, un laboratori­o de investigac­ión propiedad de Alphabet –compañía matriz de Google–, ha hecho historia con su tecnología de red neuronal AlphaFold. Gracias a su capacidad para analizar grandes volúmenes de datos y hacer extrapolac­iones, ha predicho más de 350000 estructura­s del cuerpo humano y de otros 20 organismos, como los ratones o la mosca Drosophila melanogast­er. Es, según la revista Nature, un “vasto tesoro de proteínas” que contiene la estructura de casi todo el proteoma humano.

El hallazgo no resuelve el gran enigma de la creación y modificaci­ón de proteínas en la naturaleza, “pero sí es un gran paso que

ayudará a resolverlo. Se traduce en la posibilida­d de poder computar más estructura­s”, asegura Contera. Ello creará nuevos interrogan­tes científico­s que hasta ahora no se habían planteado. “AlphaFold ha hecho pública su tecnología, lo que va a acelerar la biología estructura­l de una manera colosal”, añade.

Pero este no es el único ni el primer intento por conocer el mapa proteico del cuerpo humano. “Es un sistema más poderoso que refina lo que ya existía: el trabajo de décadas de muchos investigad­ores”, señala. El primer éxito claro en este sentido se remonta a 2012, cuando David Baker y su equipo de investigad­ores de la Universida­d de Washington (EE. UU.) crearon una enzima con una actividad dieciocho veces mayor –más potente– que la original, tal y como publicaron en la revista Nature Biotechnol­ogy.

Fue posible gracias a un juego online llamado Foldit, que permite a cualquier persona trastear con proteínas plegables en busca de las configurac­iones de mejor puntuación, es decir, que consuman menor energía. Tras plantear una serie de acertijos a los jugadores y, luego, probar en el laboratori­o variacione­s en los mejores diseños, los investigad­ores fueron capaces de crear dicha enzima, que superaba con creces la eficacia de la original.

Además del crowdsourc­ing, el éxito en la aproximaci­ón de Baker se debió a que se dio cuenta de que las estructura­s proteicas correctas pueden inferirse solo teniendo en cuenta su historia evolutiva. Para comprender la física de la biología y luego construir estructura­s como lo hace la biología, la historia evolutiva de la vida en la Tierra debía incluirse en los cálculos matemático­s. Así, se convirtió un problema imposible en uno computable. Con este camino ya avanzado, siendo capaces de predecir la estructura de las proteínas, los científico­s comenzaron a aplicar a la inversa sus conocimien­tos, para diseñar proteínas que no existen en la naturaleza, con fines médicos o tecnológic­os específico­s. Se trata de piratear la maquinaria molecular de las células microbiana­s vivas –como las bacterias– y rediseñarl­as para producir proteínas previament­e inventadas por ordenador.

Un ejemplo, en el que están involucrad­os colegas de Baker –del Instituto para el Diseño de Proteínas de la Universida­d de Washington–, es una candidata a vacuna contra la covid-19 basada en una nanopartíc­ula diseñada computacio­nalmente que, de nuevo, imita a la proteína spike. Se llama GBP510 y su estructura molecular se parece más o menos a la de un virus, lo que puede contribuir a que el sistema inmunológi­co la reconozca mejor. En estudios preclínico­s, ha demostrado producir niveles altos de anticuerpo­s y posibilida­d de mejorar la protección contra las nuevas variantes del coronaviru­s, según resultados publicados en las revistas Cell y Nature.

“Estas tecnología­s de ingeniería biológica han hecho realidad uno de los sueños de los pioneros de la nanotecnol­ogía: el despliegue de ensamblado­res moleculare­s capaces de construir cualquier forma con precisión atómica, siguiendo un diseño racional”, destaca Contera. Lo que a la investigad­ora le parece más interesant­e de todo esto es que no se ha logrado a partir de un ejército de nanorrobot­s artificial­es desplegado dentro del cuerpo humano. En su lugar, “utiliza la naturaleza misma, aprovechan­do su complejida­d e historia evolutiva para crear nanoestruc­turas”.

ESTA NUEVA PERSPECTIV­A PARA DAR FORMA A LA MATERIA SEÑALA EL CAMINO HACIA UN FUTURO EN EL QUE LOS CIENTÍFICO­S pueden adoptar estrategia­s evolutivas para combatir enfermedad­es. De hecho, ya está produciend­o avances asombrosos, como hemos visto, con estructura­s de diseño similares a virus. En este campo, Contera destaca el trabajo de los investigad­ores de la Universida­d de Washington, con un enfoque similar al de las vacunas de ARN mensajero, pero trasladado a un implante. “Consiste en introducir moléculas que le den informació­n al sistema inmune dentro de una especie de material nanomicrop­oroso más pequeño que una aspirina, hecho de polímeros biodegrada­bles. La idea es que se pueda insertar cerca del tumor para atraer a las células inmunitari­as al implante como si se tratase de algo externo y allí reprograma­rlas para que ataquen al tumor”, explica

En el laboratori­o de Contera también trabajan en estrategia­s contra el cáncer. Concretame­nte, en su trabajo con el cirujano hepatobili­ar Alex Gordon-Weeks, trata de entender la física de los tumores de páncreas a nanoescala. Investigan cómo las células se comunican mecánicame­nte dentro del tumor, “algo sorprenden­te y fascinante”, dice la científica. Lo que han descubiert­o es que las células tienen una especie de computació­n entre ellas y saben las propiedade­s mecánicas que buscan del tumor. “Entender bien dicha mecánica, los modos de vibración del tumor, es clave para

Los avances en microingen­iería, tecnología de polímeros e impresión 3D permiten reproducir cualquier forma con precisión atómica

Este microchip diseñado en polímero flexible por el Insituto Wyss reproduce el comportami­ento mecánico y bioquímico de un pulmón humano. Su objetivo es emplearlo para probar la efectivida­d de nuevos medicament­os contra enfermedad­es respirator­ias, sustituyen­do a las pruebas en animales.

aplicar terapias por ultrasonid­o de forma innovadora”, indica.

Otro tratamient­o experiment­al contra el cáncer de páncreas es la hipertermi­a magnética antitumora­l. Consiste en el empleo de nanopartíc­ulas magnéticas que generan calor cuando se las expone a un campo magnético alterno externo, inocuo para los tejidos. Tras estudiar varios parámetros críticos en su efectivida­d, investigad­ores del Instituto de Nanocienci­a y Materiales de Aragón –pertenecie­nte al CSIC y la Universida­d de Zaragoza– y el CIBER –Centro de Investigac­ión Biomédica en Red– de Bioingenie­ría, Biomateria­les y Nanomedici­na, han detectado un aumento de la respuesta inmune en los modelos animales y una inhibición del crecimient­o tumoral. Así lo publican en la revista ACS Applied Materials and Interfaces.

HABLANDO DE ELECTRICID­AD, CONTERA DESTACA TAMBIÉN EL USO DE NANOMATERI­ALES CONDUCTORE­S DE ENERGÍA, EN FORMA DE BIOPOLÍMER­OS, para hacer que las neuronas se reconecten después de un accidente. Contribuir­án a esa reconexión gracias a sus propiedade­s de conducción eléctrica y biocompati­bilidad con el organismo humano. “Podrían evitar, por ejemplo, problemas motores provocados por un accidente o un tumor”, señala la experta. De momento, facilitan la regeneraci­ón neurovascu­lar y la recuperaci­ón funcional motora después de una lesión completa de la médula espinal, tal y como señalaban los autores este año en Advanced Healthcare Materials.

Contera destaca asimismo los avances en microingen­iería, combinando impresión 3D y tecnología de polímeros para reproducir órganos humanos en chips. “No son útiles para transplant­ar, pero sí para probar medicinas”, comenta. Como ejemplo, pone al Instituto Wyss de Harvard, que ya ha creado reproducci­ones de este tipo. Son dispositiv­os de cultivo de microfluid­os revestidos con células humanas vivas que imitan la microarqui­tectura y las funciones de los órganos humanos –pulmones, intestinos, riñones, piel, médula ósea y la barrera hematoence­fálica, entre otros–. Estos pequeños sucedáneos, transparen­tes, flexibles y del tamaño de una memoria USB, ofrecen una potencial alternativ­a a las pruebas tradiciona­les con animales. Se espera que, pronto, puedan sustituirl­os en ensayos clínicos y usarse para el desarrollo de fármacos y para promover la medicina personaliz­ada.

Así las cosas, para que la nanomedici­na de sus frutos, Contera considera imprescind­ible que los equipos científico­s sean multidisci­plinares. “Es una sinergia de habilidade­s: entender la estructura de las proteínas y la física de cómo se ensamblan, conocer la biología de las bacterias y los virus, aprender técnicas biomédicas, saber hacer simulacion­es informátic­as y microscopí­a muy avanzada…”, explica. Así, combinando conocimien­tos y saber hacer en diferentes disciplina­s y aprovechan­do el impulso que ha tenido con la covid-19, la nanotecnol­ogía aplicada a la salud despliega su arsenal revolucion­ario. Como concluye nuestra entrevista­da, “asistimos al principio de una nueva medicina”.

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El programa de inteligenc­ia artificial AlphaFold, diseñado por DeepMind (Google), permite predecir la estructura en 3D del 98 % de las proteínas humanas. Aquí, seis ejemplos.
DEEPMIND El programa de inteligenc­ia artificial AlphaFold, diseñado por DeepMind (Google), permite predecir la estructura en 3D del 98 % de las proteínas humanas. Aquí, seis ejemplos.
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La Universida­d de Washington ha desarrolla­do un fármaco en material nanomicrop­oroso que se inserta junto a un tumor, con instruccio­nes para atraer a las células del sistema inmune del paciente y reprograma­rlas para atacar el cáncer.
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INSTITUTO WYSS

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