DECIDIR Y ACERTAR
NO ES LA PRIMERA VEZ QUE AFRONTAMOS LA ECUACIÓN DE LA ELECCIÓN de compra de un coche. Me reitero en la defensa de que la mejor decisión siempre será la que pueda satisfacer todas nuestras necesidades. Ni las modas ni la presión de grupos de opinión pueden justificar que nos dejemos influenciar a la hora de escoger la segunda compra más importante de una familia. Como en otras ocasiones, y siempre bajo mi personal punto de vista, defiendo cualquier opción que esté disponible en el mercado, desde el diésel hasta el eléctrico, ya que cada una de ellas está minuciosamente auditada y garantiza no solo que se puede utilizar, sino su compromiso con el cumplimiento de la normativa de emisiones. Hasta aquí, nada nuevo.
Ahora me surge una duda: os aseguro que en ninguna de las numerosas presentaciones de coches a las que asisto, dentro y fuera de España, ni las marcas ni los grupos constructores, plantean qué hacer y cómo gestionar la tecnología que incluye baterías. En cuanto al reciclado o reutilización de las antiguas, estoy seguro de que las leyes se irán adaptando con exactitud a las necesidades reales. La duda aparece a la hora de saber cómo afrontará el mercado la venta de vehículos de ocasión.
Imaginemos que tenemos un híbrido enchufable y que tras ocho años queremos venderlo. La batería acabó su garantía y, aunque su salud aún esté al 80 % de sus posibilidades, estará envejecida por el uso y desfasada. Habrá coches devaluados, como tantos otros productos tecnológicos que valen menos de un 10 % de lo que costaron al cabo de unos pocos años. Una de las claves será la capacidad de actualización de los eléctricos cuando se solicite a los constructores avances tecnológicos forzados en el tiempo, quizá provocados para cumplir legislaciones aún alejadas de las necesidades sociales reales.