Así será el mundo en 2061: Tecnología (El Homo connectus) y Exploración espacial (Hasta la Luna, Marte y más allá)
1. Sociedad sin hilos
En los últimos cuarenta años, internet se ha vuelto ubicua para buena parte de la humanidad: cerca de 4600 millones de personas tienen acceso a la Red. Pueden consultar información o comunicarse casi desde cualquier punto del planeta. Pero este acceso no está distribuido de forma homogénea. Quedan muchas regiones donde aún es imposible, o se da solo a velocidades muy bajas. Los motivos son varios. Económicos, por supuesto, pero también geográficos. No es sencillo llevar una buena conexión a zonas remotas, como desiertos y océanos.
En otras cuatro décadas, sin embargo, engancharse a la Web a alta velocidad será una realidad para todos. En cualquier lugar de la superficie terrestre habrá una conexión mucho más rápida que la que ahora proveen las conexiones de fibra, gracias a la evolución de las redes de telefonía y a nuevas iniciativas, como el acceso mediante grandes redes de microsatélites.
En el primer frente, la segunda mitad del siglo podría asistir al despliegue de las llamadas redes de terahercios. La actual tecnología 5G se apoya en una señal de radio que oscila alrededor de la banda de los 2,5 Ghz y se conoce como mmWave (u onda milimétrica, por el tamaño de la onda). Esta banda será también la base sobre la que se edificarán los futuros desarrollos 6G y 7G en las próximas décadas. Pero el salto a la banda de los terahercios, casi en el espectro inferior del infrarrojo, multiplicará la capacidad de la señal para transportar información, lo que permitirá una conexión de altísima velocidad. Es todavía técnicamente complejo, pero en varios laboratorios han empezado a trabajar sobre el problema.
Estos años también hemos sido testigos del despliegue de las primeras constelaciones de satélites en órbita baja para ofrecer acceso a internet. Todavía tienen una capacidad y una cobertura limitada, pero conforme se abaraten los costes de lanzamiento y avance la exploración espacial, jugarán un papel cada vez más importante; también permitirán llevar el acceso a la Red a estaciones en órbita e incluso a asentamientos en otros planetas, un supuesto para el que la NASA ya está elaborando nuevos protocolos de red.
Hablar hoy de conectarse a internet suena en cierta forma anacrónico (¿es que hay algún momento en el que no estemos conectados?). Pero en la sexta década de este siglo será inconcebible. Esta capacidad de conexión y acceso instantáneo transformará la sociedad y nos permitirá construir una cultura realmente global. También contribuirá a desdibujar las fronteras entre los países, lo que restará importancia a la relación de los ciudadanos con sus respectivos Estados.
En la década de 2060, nuevas redes de comunicación moverán tremendas cantidades de información a velocidades vertiginosas; lo real y lo virtual se mezclarán en nuestras retinas; la separación entre hombre y máquina será cada vez más difusa; y la sociedad dependerá de las inteligencias artificiales. Pero esto es solo una parte del increíble futuro tecnológico que nos espera.
2. Realidades paralelas
En 1985, Bill Gates y Paul Allen, cofundadores de Microsoft, imaginaron un futuro en el que habría un ordenador en cada hogar. Se quedaron muy cortos. Ahora casi todos llevamos uno en el bolsillo, y si somos generosos con la definición de lo que es un ordenador, es posible que más de uno integrado en otros dispositivos de uso cotidiano: por ejemplo, numerosos auriculares inalámbricos y los relojes inteligentes tienen a menudo más capacidad de procesamiento que los PC de la década de los ochenta.
La informática se ha hecho más personal de lo que se imaginó, y su actual ubicuidad habría parecido una fantasía a los jóvenes Allen y Gates. Dentro de cuatro décadas la sensación será parecida. El móvil más avanzado del presente se estudiará con la misma nostalgia que hoy sentimos al ver un teléfono con dial rotatorio. Los móviles, al fin y al cabo, tienen ya los años contados. En un futuro próximo, las gafas de realidad aumentada se convertirán en el dispositivo personal de uso más común. Permitirán acceder a una capa de información digital sobre el mundo real, siempre disponible y que abrirá la puerta a nuevas experiencias y funciones. “En cierta forma, muchas personas han probado por primera vez la realidad aumentada con el juego Pokémon Go, pero la utilidad potencial de esta tecnología va mucho más allá, con aplicaciones en los espacios profesionales, médicos o de accesibilidad”, explica Tim Bajarin, consultor y fundador de la empresa de análisis tecnológico Creative Strategies, en California.
Veremos todo tipo de información contextual asociada a objetos y espacios reales. Orientarse en una ciudad desconocida será fácil gracias a direcciones superpuestas sobre el campo de visión. No volveremos a olvidar una cara: una mirada bastará para saber a quién tenemos delante, y dispondremos de un perfil de esa persona elaborado a partir de su actividad pública (siempre que ese individuo lo autorice). En la segunda mitad del siglo, la tecnología necesaria para acceder a estas experiencias de realidad aumentada se habrá miniaturizado tanto que podrá usarse con lentillas en lugar de gafas. Google y otras compañías estudian cómo integrar circuitos electrónicos complejos en el sustrato flexible de unas lentes de contacto o cómo mostrar imágenes en ellas. Con los avances médicos que se esperan, quizá no haga falta quitárselas para dormir. Será posible implantarlas y alimentarlas con nuestra propia energía, o recargarlas inalámbricamente.
3. El fin de la informática binaria
Todo nuestro mundo digital se puede expresar como una colección de dos números, el cero y el uno. Eso es todo lo que los ordenadores son capaces de entender y procesar, enormes cantidades de ceros y unos. Pero gracias a la gran velocidad a la que lo hacen (miles de millones de veces por segundo), es posible crear con ellos complejas herramientas capaces de llevar a cabo las tareas más sorprendentes.
Sin embargo, el pilar sobre el que se ha edificado toda la informática empieza a agrietarse, primer indicio de su derrumbe; dentro de cuatro décadas –y tal vez antes–, hablar de informática binaria será referirse solo a una parte de los ordenadores en uso. La conocida como informática o computación cuántica, capaz de considerar varios estados simultáneos y operar con ellos con la misma facilidad con la que nuestros actuales ordenadores procesan dos estados, habrá tomado el relevo.
Los ordenadores cuánticos han existido de forma teórica desde la década de los ochenta, pero solo recientemente se ha empezado a experimentar con ellos con máquinas comerciales. Se trata de equipos con procesadores que funcionan de forma radicalmente diferente a los que estamos acostumbrados. No trabajan con certezas y algoritmos, sino con modelos y probabilidades, pero pueden llegar a ser mucho más rápidos a la hora de realizar cálculos muy específicos que a un ordenador convencional le llevaría años completar.
Su arranque será lento. Según la consultora McKinsey, en 2030 el número de ordenadores cuánticos será de entre 2000 y 5000 en todo el mundo. Aún son dispositivos muy caros y que requieren condiciones bastante particulares (lo que incluye una baja temperatura) para funcionar correctamente. Y son relativamente poco potentes. Hasta el año 2019, de hecho, ningún ordenador cuántico había logrado superar a uno convencional en ninguna tarea.
Cuando lleguemos a 2061, estas máquinas se estarán usando de forma rutinaria en todo tipo de industrias. Nos permitirán resolver al instante problemas que requieren una enorme capacidad de procesamiento, como la creación de compuestos farmacéuticos o la optimización de complejos modelos matemáticos. Además, podrán sortear nuestros sistemas de cifrado más complicados (la mayoría de las técnicas de cifrado actuales se basan en cálculos computacionalmente muy difíciles en algunos aspectos, que para la informática cuántica resultarán triviales). Aunque no hay que preocuparse, aseguran los expertos: también posibilitarán la creación de nuevas formas de cifrado aún más seguras.
4. Mentes digitales para todo
Según las Naciones Unidas, el mundo de 2061 tendrá cerca de 10 000 millones de habitantes. Pero a la hora de contar mentes activas, la cifra será mucho mayor. La inteligencia artificial (IA), una tecnología de la que ya nos beneficiamos desde hace años pero que aún se puede considerar como incipiente completará de forma rutinaria la capacidad de los humanos en todo tipo de tareas.
Entre los especialistas aún no hay consenso sobre si una de estas inteligencias artificiales podrá llegar algún día a superar a la nuestra en todo tipo de escenarios. Quienes defienden este supuesto aseguran que estamos a las puertas de lograrlo, y que en el momento en que suceda (un evento que denominan singularidad), el avance de este tipo de inteligencias será inevitable. Una IA más capaz que una persona, después de todo, será capaz de perfeccionarse a sí misma sin descanso.
Frente a esta corriente, hay expertos que pronostican que en las próximas décadas asistiremos a un avance más modesto pero no menos impresionante del tipo de herramientas basadas en la inteligencia artificial que conocemos hoy: en ellas no habrá rastro de consciencia o creatividad, pero serán de gran utilidad. Problemas como el reconocimiento de imágenes o de voz resultaban increíblemente complejos hace dos décadas, y ya están al alcance de móviles asequibles. En el mundo de 2060, este tipo de herramientas se habrá extendido a toda clase de dominios y profesiones, y se aplicará en multitud de procesos.
La organización de la logística o las redes de transporte público, por ejemplo, se automatizará por completo. Actores y actrices virtuales habrán tomado el relevo de muchos humanos en series y películas. Lo mismo ocurrirá con la selección y el filtrado de información o la interpretación de datos. Nuestras neuronas solo pueden procesar una cantidad finita de información; incluso con la ayuda de ordenadores, resulta complejo operar con las miles de variables que presentan algunas tareas.
Para las inteligencias artificiales, en cambio, las predicciones meteorológicas, el cálculo de complejas estructuras o el control de la economía en tiempo real serán tareas triviales. Los avances en la síntesis de la voz y la imagen lograrán que nos relacionemos con muchas de estas herramientas como lo haríamos con una persona, dialogando y recibiendo instrucciones, o indicándoles en qué tareas necesitamos su ayuda.
5. Mitad humanos, mitad máquinas
Las fronteras entre el género humano y las máquinas no serán tan nítidas en la sociedad de 2061. Para aquellos que hayan perdido una extremidad u órgano por enfermedad o accidente, será una solución común utilizar una prótesis inteligente controlada por el encéfalo. Lo harán posible avanzadas interfaces cerebro-máquina, apoyadas en miles de minúsculos sensores implantados en el córtex. Serán la evolución de tecnologías como Neuralink (de la empresa del mismo nombre fundada por Elon Musk), que ya permiten leer con precisión los impulsos eléctricos de algunas áreas cerebrales.
Estos implantes conseguirán que personas con ciertas lesiones medulares no tengan que usar una silla de ruedas; que algunos discapacitados visuales vean, gracias al uso de ojos artificiales (dependerá del tipo de ceguera que sufran); o que los sordos oigan. Recuperar la movilidad y las capacidades de un organismo sano constituirá solo el primer paso, porque también permitirán controlar todo tipo de dispositivos externos, desde brazos robóticos en una línea de construcción hasta vehículos. Y mejorarán nuestras habilidades naturales, porque los órganos artificiales serán cada vez más sofisticados y capaces. Un ojo artificial, por ejemplo, podrá percibir frecuencias más allá del espectro visible para nuestro sentido de la vista.
Tales avances tecnológicos serán también esenciales para la coexistencia de humanos e inteligencias artificiales. Incrementarán nuestra capacidad cognitiva para estar al nivel de aquellas e incluso lograr una especie de simbiosis. “Es tal vez lo más importante a lo que pueden aspirar tecnologías como Neuralink”, ha reconocido el propio Musk.
6. Todo medido al milímetro
Nuestra sociedad produce aproximadamente 2,5 quintillones de bytes al día, una descomunal cantidad de información que además va creciendo de forma exponencial. Procede de cientos de fuentes diferentes: nuestras fotos en Instagram, nuestros correos electrónicos o los mensajes que compartimos en las redes sociales. También viene de la huella digital que vamos dejando en el mundo: el registro de las webs que visitamos, los datos de localización que toma nuestro teléfono, la información que capturan cada segundo los millones de sensores repartidos por una ciudad, etcétera.
En cuarenta años, esta información sería solo una gota en el océano de datos en el que viviremos inmersos. La práctica totalidad del mundo, y no solo las naciones más ricas, estará digitalizado, y eso multiplicará tanto la cantidad como la calidad de los datos recogidos. La sociedad de la sexta década del siglo XXI será por tanto una sociedad cuantificada. Conoceremos y nos adelantaremos a las necesidades de las personas gracias a cientos de miles de sensores repartidos por las ciudades, nuestros hogares o nuestro propio cuerpo, ya sea en forma de implantes o integrados en ropa inteligente. Los propios dispositivos y máquinas se comunicarán y organizarán entre ellos gracias a esta información, y nos harán la vida mucho más fácil.
Esta combinación de factores resultará fundamental en el desarrollo de las grandes urbes de la segunda mitad del siglo. El 55 % de la población mundial vive hoy en ciudades. En 2060, según las previsiones de las Naciones Unidas, esa cifra se acercará al 70 %. Grandes núcleos urbanos de nuestros días empezarán a fusionarse con otros cercanos para crear megaurbes con decenas de millones de habitantes. Supone un gran desafío para la planificación urbanística y de transportes, y solo se podrá solucionar conociendo a fondo –y en tiempo real– las necesidades de la población.
Hablar de ciberseguridad en 2061 será hablar de seguridad a secas. Pocos serán los crímenes que no tengan un componente digital, y escasos los rincones a los que no sean capaces de llegar los piratas informáticos, expresión que ya suena antigua. El uso de nanotecnología en nuestros cuerpos, la completa informatización de la sociedad y el progreso de las inteligencias artificiales nos convertirán en una especie vulnerable a este tipo de agresiones, con consecuencias mucho más graves que las que ahora experimentamos incluso en los sofisticados ataques de ransomware (secuestro de datos), basados en programas que acceden a los ordenadores, restringen el acceso a sus archivos y solo lo permiten si se paga una cantidad a los secuestradores.
Estos ataques pueden llegar a paralizar la red eléctrica de un país.
Para Eugene Kaspersky, fundador de la empresa de ciberseguridad Kaspersky, la situación será parecida a la del siglo XX: “Gracias al éxito de las vacunas, las terribles epidemias que una vez devastaron ciudades enteras son ahora pasado. Pero las enfermedades que eliminaron a millones, como la peste o la viruela, han sido reemplazadas por nuevas dolencias posvacunación muy resistentes”.
Los peligros que afrontará nuestra sociedad altamente digital serán de parecida naturaleza. La inteligencia artificial nos protegerá de ciertos ataques, pero habrá nuevas vías para quienes busquen enriquecerse o perjudicar a alguien. Los implantes cibernéticos, por ejemplo, darán posibilidades para atentar contra la vida o la salud de las personas. Un pequeño cambio en la dosis de un medicamento administrado por nanorrobots en el torrente sanguíneo, por ejemplo, bastaría para acabar con la vida de la víctima. El mayor uso de inteligencias artificiales y cadenas de producción completamente automatizadas, y la edificación de ciudades inteligentes harán más vulnerable la economía de los Estados. La buena noticia es que la idea de que un hacker solitario pueda hacer mucho daño será casi romántica. Una compleja red de medidas defensivas obligará a usar grandes equipos especializados para poder encontrar vulnerabilidades en los diferentes sistemas.