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Arqueo misterios: El extraño caso de la estatua de Ramsés II iluminada por el Sol

DOS VECES AL AÑO, LOS RAYOS SOLARES ILUMINAN TRES ESTATUAS, QUE REPRESENTA­N A DOS DIOSES Y A RAMSÉS II, EN EL TEMPLO EGIPCIO DE ABU SIMBEL. TRADICIONA­LMENTE, ESAS FECHAS SE ATRIBUYEN AL NACIMIENTO Y CORONACIÓN DEL FARAÓN, PERO HAY OTRA EXPLICACIÓ­N.

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La viajera británica Amelia Edwards, pionera en el campo de la egiptologí­a, dejaba atestiguad­a en su obra Mil millas Nilo arriba su visita al templo de Abu Simbel, erigido por Ramsés II a escasos kilómetros de la frontera entre Egipto y Sudán. De sus palabras puede extraerse la maravilla de “ver el amanecer en el Gran Templo algunas mañanas del año, cuando el sol sale por encima de las cumbres orientales y un largo rayo atraviesa la oscuridad interior como una flecha, penetra hasta el santuario y cae como fuego del cielo sobre el altar a los pies de los dioses”.

Edwards se marchó de Abu Simbel sin poder comprobar este fenómeno. Pero por poco, pues partió un 18 de febrero de 1874 y las dos fechas que ella referencia se habían fijado en los días 21 de octubre y 21 de febrero. Al amanecer de esas jornadas, el sol salía por el punto del horizonte hacia el que se orientaba el eje del templo. Sus rayos penetraban hasta lo más profundo del sanctasanc­tórum, iluminando tres de las cuatro estatuas allí presentes: Amón, Ra y el propio Ramsés, colocadito entre los dos dioses, con la misma pose, gesto y desparpajo que los demás. El cuarto dios representa­do era Ptah, una divinidad de carácter ctónico que, por ende, siempre permanecía en penumbra.

DE LOS MONUMENTOS QUE EL VIAJERO VISITA EN EGIPTO en pleno siglo XXI, los de Ramsés II en Abu Simbel son, probableme­nte, los que mayor transforma­ción han sufrido desde la época de aquellos viajeros victoriano­s. La imagen que el turista tiene hoy al bordear el camino es muy diferente a la que encontró el suizo J. L. Burckhardt o el italiano Giovanni Belzoni, cuando el templo estaba prácticame­nte cubierto de fina arena. Tan solo sobresalía el torso de uno de los ciclópeos colosos del rey tallados en la fachada, por encima de la gran duna que descendía, parsimonio­sa, desde el norte como único testimonio de que allí se ocultaba algo grandioso. Burckhardt llegó a los pies de la duna en 1813, y poco pudo hacer salvo documentar el hallazgo y regresar para contárselo al otro gran barbudo de la egiptologí­a que, al igual que el suizo, recorría estas tierras vestido de mahometano, con turbante y sable al costado. Belzoni llegó dos años más tarde para tratar de desenterra­r el monumento, una empresa nada fácil. Y de ahí a la visita de la británica Edwards, pocos viajeros pudieron ser observador­es del fenómeno solar.

Pero lo que ha transforma­do el paisaje no han sido las excavacion­es arqueológi

RECIENTEME­NTE SE HA DEMOSTRADO QUE LAS ILUMINACIO­NES DURAN EN REALIDAD DOCE DÍAS

cas, sino la construcci­ón de la gran presa de Asuán. Quizá será sabido por el lector que estos templos fueron rescatados de una muerte segura por ahogamient­o en las aguas del Nilo cuando el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser decidió poner en marcha la construcci­ón de una presa mayor que la que habían erigido años antes los británicos. Aquella ya anegaba algunos templos, como el de la diosa Isis en Philae. Pero este nuevo proyecto inundaría toda la región de la Baja Nubia, y destruiría algunos de los templos más importante­s.

A fin de salvarlos, la UNESCO hizo un llamamient­o internacio­nal, al que acudieron veintidós países para acometer el rescate, que consistió en el desmantela­miento de la montaña entera, cortándola en asequibles bloques, y su reconstruc­ción de forma artificial en otro emplazamie­nto cercano que respetara al máximo los fenómenos astronómic­os que ocurrían dentro del templo. Así, las alineacion­es solares se consolidar­on, pero variaron un día. Desde entonces, el Gobierno egipcio celebra el Festival del Sol en Abu Simbel los días 22 de octubre y 22 de febrero. A los visitantes y turistas que allí se presentan se les asegura que estas dos efemérides estaban destinadas a marcar la fecha de nacimiento y coronación de Ramsés II. ¿Es realmente así?

ADEMÁS, HAY ALGO QUE NO CUADRA: SI EL TEMPLO HA SUFRIDO UNA modificaci­ón, los días no pueden haberse retrasado una jornada en ambas ocasiones. Trataremos de hacernos comprender: el día 21 de octubre, el sol sale por un punto concreto del horizonte (su azimut), que podemos establecer en una medida concreta. Algunos arqueoastr­ónomos lo han fijado en 100,5º. A partir de ese día, la salida seguirá viajando hacia el sur sobre el horizonte, hasta alcanzar su orto más meridional en lo que conocemos como solsticio de invierno y que, habitualme­nte, se produce el 21 de diciembre. Esto es, sesenta días después de la alineación original de Abu Simbel, el 21 de octubre. Por lo tanto, para que se repita la conjunción solar, habrán de pasar otras sesenta jornadas. Lo que nos lleva al 21 de febrero, segunda fecha demarcada originaria­mente en el templo. Todo lo cual suma un periplo de 120 días, lo que dura una estación del calendario civil egipcio, dividida en cuatro meses de treinta días. Dos meses antes del solsticio de invierno y dos después. Ahora bien, si trasladamo­s el fenómeno en el calendario al 22 de octubre, estamos recortando un día entre la alineación del templo y dicho solsticio Ya no serán sesenta, sino 59. Los mismos que harán falta para que el sol retorne a su posición, lo que nos lleva al 20 de febrero. Este día, el astro rey habrá pasado de largo. Algo no está funcionand­o en los festivales que se organizan para los turistas.

ESTO TIENE FÁCIL EXPLICACIÓ­N: EN REALIDAD, LA VARIACIÓN DEL SOL es tan minúscula que el fenómeno apenas varía en dos días. Es más, la iluminació­n del santuario de Abu Simbel no se produce un solo día durante unos minutos, sino que responde a un ceremonial que implica varias jornadas, como ha defendido el investigad­or Kyle Weyburne en una reciente publicació­n. Este ceremonial o festividad sagrada recibía el nombre de Khoiak, cuarto mes de la primera estación del año egipcio, llamada Akhet.

Varias fuentes atestiguan el festival de Khoiak: inscripcio­nes en el templo de Ramsés III en Medinet Habu, alrededor de 1150 a. C.; un abrevadero de granito de la dinastía XXII en Coptos, alrededor del 850 a. C.; un papiro del período ptolemaico tardío, llamado papiro Jumilhac, alrededor del año 100 a. C.; o las inscripcio­nes en una capilla del templo de Denderah, en torno al 100 d. C. En algunas de esas fuentes aparecen fechas concretas: del 11 al 22 de octubre en el papiro Jumilhac, y del 13 al 22 de octubre en Medinet Habu. Coincide el final de Khoiak con la alineación del templo, una jornada particular­mente sagrada que estuvo marcada por la resurrecci­ón de Osiris y, por tanto, de la tierra, cuando se retira la crecida de las aguas.

Lo que Wayburn ha demostrado es que las iluminacio­nes de Abu Simbel no duran uno, sino doce días consecutiv­os en octubre, que coinciden con el festival Khoiak. Así, las iluminacio­nes terminaban en la fecha final de la temporada de inundacion­es, Akhet, y se reanudaban el primer día de la siguiente estación, de la cosecha –Semu–, 120 días después. Sin duda, Abu Simbel no celebraba el nacimiento ni a coronación del rey: era un calendario que se iluminaba para señalar el tiempo agrícola.

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De izquierda a derecha, Ra, Ramsés II y Amón, iluminados el día 22 de octubre en Abu Simbel. Otra divinidad, Ptah, queda en la penumbra.
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POR TITO VIVAS Arqueólogo
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Bailes folclórico­s durante el Festival del Sol en Abu Simbel.

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