Para que un ebook fuera más sostenible que un libro en papel, habría que leer en él 33 obras digitales de 360 páginas cada una
no rendimiento, para atender billones de peticiones; y consumen gran cantidad de energía eléctrica, con su huella medioambiental asociada. Además, para evitar que se sobrecalienten, necesitan potentes sistemas de refrigeración, que se llevan más de un tercio de la electricidad de los centros de datos y son productores de CO2 a gran escala. Por eso, cuanto mayor sea el peso de la página visitada o los datos solicitados o enviados desde tu terminal, más energía requerirá el centro de datos y más sucia será tu inocente incursión en internet.
ASÍ LAS COSAS, LA CRUDA REALIDAD ES QUE RECIBIR EL EXTRACTO DE LA FACTURA DE LA LUZ POR EMAIL EN VEZ DE POR CARTA TAMPOCO ES INOCUO para el medio ambiente: puede llegar a suponer una huella de 50 gramos de carbono. Según nos explica Mike Berners-Lee, un correo electrónico corto –que se tarda en escribir o en leer un minuto–equivale a una media de 3 gramos de gases de efecto invernadero, si lo enviamos por el móvil, o 5 gramos, si es desde el portátil. Cuando es un mensaje largo, puede dejar una huella de 10 gramos de carbono, “porque nos lleva más tiempo escribirlo y leerlo, y ese tiempo es energía que está consumiendo el dispositivo, la red de comunicación, el centro de almacenaje”, señala Berners-Lee. O, incluso, cinco veces más, si lleva imágenes o archivos adjuntos. Y, aunque enviar un solo correo electrónico o hacer una búsqueda de información tampoco contamina tanto, ¿qué pasa si lo multiplicamos por los más de 4200 millones de internautas que hay en el mundo?
Sin embargo, la parte más sucia del proceso está mucho antes, incluso, de ese tierno email que vas a escribir: “El mayor impacto ambiental está en fabricar ese teléfono o ese portátil, y en su transporte al mercado doméstico. Podríamos decir que un 66 % de lo que contamina internet se debe a su fabricación y un 14% a las redes por las que circula la información y los data centers donde se almacena”, comenta a MUY Charlotte Freitag, investigadora que colabora con Berners-Lee en la Universidad de Lancaster.
Otras fuentes de carbono son la conexión a la red eléctrica del terminal que empleamos para navegar –móvil, ordenador, router, tableta…- y de las redes de acceso –antenas de telefonía, cableado, fibra–. ¿De dónde sale la energía para mantener esa infraestructura? La transparencia no es el fuerte de algunas de las grandes compañías tecnológicas, y, a veces, no es fácil dilucidar cuál es su consumo energético real y de dónde proviene. “La mayoría no incluyen en esos cálculos las emisiones que producen todas sus operaciones, como el transporte de mercancía, por ejemplo”, indica a MUY la ingeniera informática Kelly Widdicks, miembro de PARIS-DE, un proyecto de investigación de la Universidad de Oxford y el Kings College de Londres sobre cómo construir una Web más sostenible.
El informe más completo y reciente que
tenemos al respecto es de 2017. Se trata del estudio Clicking Clean, de Greenpeace, que mostraba cómo el rey del comercio electrónico, Amazon, hacía uso de un 26 % de energía nuclear y un 30 % de carbón... Y solo un 17 % de energías limpias. Por aquel entonces y a la espera de datos actualizados, el más limpio era Apple, con un 83% de renovables, seguido de Facebook –con un 67%–, Google –56 %– y YouTube –54 %–.
“La inversión en infraestructuras digitales –centros de datos, redes de telefonía móvil…– se ha catapultado en los últimos años, con lo que ha crecido la demanda energética. Pero la carrera por comprometerse con las renovables no va igual de rápido”, dice a MUY la ingeniera María Prado, responsable de Energía Ciudadana y Transición Energética de Greenpeace España. Aunque las compañías tecnológicas surgieron con la promesa de que iban a reducir las emisiones de la era industrial, en realidad, “su impacto medioambiental ha aumentado con el tiempo. Podemos decir que a medida que crecen los beneficios económicos de una empresa digital, crecen sus emisiones. Y las previsiones son que la huella de carbono de internet siga aumentando en los próximos años”, apostilla Widdicks.
SEGÚN ESTA EXPERTA, GRAN PARTE DE LA CULPA LA TIENE EL EFECTO REBOTE: LO QUE OCURRE CUANDO UNA TECNOLOGÍA EN PRINCIPIO ES EFICIENTE en la producción de carbono acaba siendo altamente contaminante, solo porque la usamos más. Es mucho más ecológico hacer una reunión virtual de trabajo con tu socio de otro continente que viajar para verlo en persona, sí. Pero solo lo es cuando la distancia entre los participantes es superior a 20 km, según un estudio reciente del Instituto Oko (Alemania). Además, si empezamos a hacer videorreuniones a diestro y siniestro, incluso, para tratar temas que podrían posponerse hasta el próximo encuentro presencial o resolverse con una llamada de voz, entramos de cabeza en lo que se llama efecto rebote.
“Las TI pueden ayudarnos a reducir las emisiones haciendo que los procesos sean más respetuosos con el medioambiente, por ejemplo, a la hora de guardar datos en la nube en vez de en papel. Lo malo es que esto te puede dar la falsa sensación de que no es necesario ser austero, te puede llevar a guardar mucho más de lo que almacenarías en papel, mucha información innecesaria. Es difícil controlar esta tendencia, que destruye los beneficios y aumenta los riesgos del uso de la tecnología”, apunta.
Otra forma de ilustrarlo es el ebook. Según un estudio del Real Instituto de Tecnología de Suecia, para que un dispositivo de lectura digital sea sostenible –es decir, que su huella de carbono sea menor que la de su equivalente en papel–, habría que leer 33 libros digitales de 360 páginas cada uno en ese dispositivo. Y los cálculos de la consultora Carbone 4 apuntan a que son necesarios quince años para amortizar su impacto ambiental. Por otra parte, está el asunto de la economía circular: “No es nada fácil reciclar los componentes electrónicos”, tal y como observa Widdicks.
En su opinión, ahí está precisamente el punto clave para que usar tecnología merezca la pena en cuanto a su impacto medioambiental: “La solución es mantener tu dispositivo todo el tiempo posible: cuidarlo, repararlo si se rompe, no cambiar a un nuevo modelo cada año”, recalca Widdicks. Según un estudio de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido), usar tu ordenador de sobremesa seis años en vez de cuatro puede ahorrar al medio ambiente 190 kg de carbono –por la huella que dejan el transporte y la fabricación de un nuevo equipo–. Aunque la industria tampoco ayuda, pues cada modelo que nace lleva el sello de la obsolescencia programada.
No solo eso, sino que los nuevos dispositivos se diseñan cada vez más sofisticados,
con más funcionalidades y aplicaciones. Muy atractivo para los techies, pero una mala noticia para la naturaleza. Para hacernos una idea, entre el iPhone4 (2010) y el iPhoneX (2017), la huella de carbono de la fabricación ha aumentado un 75 %, según datos de la propia Apple.
Lo mismo pasará con la inminente llegada del 5G que, como observa Bebea, “es una infraestructura que implica fabricar nuevo equipamiento electrónico –transmisores, antenas en torres– y abandono del equipamiento anterior en las estaciones base de telefonía móvil que existen actualmente. También tendremos que cambiar nuestros móviles para que funcionen con 5G y comprar muchos cacharros del llamado internet de las cosas”.
El efecto rebote es ineludible, por eso, Freitag propone poner en la balanza lo que una tecnología concreta contamina y lo que aporta a la sociedad. Un punto sobre el que trata de llamar la atención la artista digital Joanna Moll en su obra The Ultimate Solver, de 2021, que puede verse en la Web. “Con la llegada de la covid-19, más que nunca, parece que todo tiene que ser solucionado por una app. Son programas que funciona de forma rápida y silenciosa, sin que nos preguntemos más. Pero es importante entender lo que hay detrás de estos sistemas y las infraestructuras de tecnología que gobiernan nuestras vidas. Debería ser un debate público, que todo el mundo supiera cuánto contamina la tecnología que usa”, señala Moll a MUY.
HOY POR HOY, LOS USUARIOS NOS HEMOS CONVERTIDO EN COLABORADORES INVOLUNTARIOS de la huella de carbono de las TI, opina Moll. “Por ejemplo, cuando te conectas a Amazon, hay cookies que se descargan en tu ordenador y son imprescindibles para navegar. Pero también se descargan códigos de rastreo y de análisis de perfil de usuario, que consumen datos y energía y tienen su impacto medioambiental. Si yo quiero conectarme a Amazon gastando solo 3 kw/h –es decir, en una supuesta versión de su web que pesara menos, con solo lo indispensable para comprar algo–, no puedo hacerlo. Es algo que las ciudadanos no podemos negociar y que ni siquiera nos planteamos”. Otra de las obras de Moll es la página de CO2GLE, donde un contador muestra en tiempo real los kilos de gases de efecto invernadero que Google libera al medio ambiente, según cálculos estimados, unos 500 kg por segundo. “Lo importante no era tener la cifra exacta, porque es imposible, sino integrar en el imaginario social que internet contamina”, nos dice. Y eso a pesar de que este gigante tecnológico asegura haber alcanzado la neutralidad en carbono. Según rezaba una nota de prensa de la compañía, “Google está asociado con diversos proyectos de compensación de carbono –de reforestación, por ejemplo–, necesarios para compensar 16 millones de toneladas de CO2”.
En este sentido, “lo que hacen muchos gigantes tecnológicos es comprar o invertir en energía renovable a un ritmo que equivale a la energía sucia que usan. Es decir, si uso 100 mW de electricidad proveniente del carbón y compro 100 mW de energía proveniente de placas solares, puedo decir legalmente que mi empresa es cien por cien neutra en carbono”, nos explica la ingeniera Prado.
“ES MEJOR QUE NADA, PERO ESO NO SIGNIFICA QUE ESTÉN FABRICANDO ENERGÍA LIMPIA NI QUE ESTÉN CONSTRUYENDO infraestructuras nuevas para producir renovables, sino que la están comprando a otra comercializadora”, puntualiza Prado. En la misma línea, Freitag recalca que, para saber si una compañía es verde de verdad, hay que ver si está instalando paneles solares o granjas eólicas, o si por el contrario solo se limita a comprar certificados verdes, que son relativamente baratos en comparación”.
Por eso, Berners-Lee y su equipo prevén que, “sin un esfuerzo conjunto y una intervención directa desde la política y la industria, es arriesgado asumir que las tecnologías de la información ayudarán a conseguir los objetivos de reducción de emisiones establecidos en el Acuerdo de París”. Lo mismo opinan organizaciones ecologistas como Greenpeace: “El impacto de las TI es absolutamente directo.
Mientras sigamos aumentando la demanda y no pongamos objetivos a la descarbonización, el futuro pinta solo regular”, dice Prado. En palabras de esta activista, “sabemos que el consumo energético ha subido mucho con la pandemia, sí. Ahora toca plantearse de dónde viene esa energía. Y, en eso, tú también tienes una responsabilidad”.
“Las apps funcionan de forma rápida, sin que nos preguntemos más. Pero todo el mundo debería saber cuánto contamina la tecnología que usa”