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El arte rupestre

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Nuestros ancestros humanos han habitado la península arábiga desde hace cientos de miles de años, en épocas en las que el clima era más húmedo. Gran parte de las pruebas de su presencia ha desapareci­do por la erosión, pero aún pervive un rico legado de arte y útiles prehistóri­cos de los últimos 10 000 años. Esto nos cuenta una historia de sociedades y entornos en constante cambio. El arte rupestre más antiguo suele mostrar a personas cazando animales salvajes, pero las obras posteriore­s dan testimonio del pastoreo. En muchos lugares, el arte más primitivo ha sido parcialmen­te retocado por artistas posteriore­s, que mantenían las figuras humanas pero sustituían a los animales. “Existe una memoria cultural, casi un diálogo entre las escenas de caza y las escenas pastoriles”, afirma Maria Guagnin, del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana de Jena (Alemania). Cambios notorios. El arte rupestre también revela la evolución de la fauna. Las imágenes de hace más de 8000 años de Shuwaymis, en el noroeste de Arabia Saudí, sugieren que había abundantes animales de presa, incluidos grandes carnívoros. En este yacimiento y en el de Jubbah hay pinturas que retratan a personas con kudúes –un tipo de antílope– y urogallos, la especie de la que surgieron las aves domésticas. En el yacimiento del Camello, en el norte de Arabia, los artistas tallaron en la roca figuras de estos animales a tamaño natural hace más de 8000 años, que parecen esculturas con relieve. En su creación debió de intervenir mucha gente, ya que las materias primas para las herramient­as tuvieron que traerse desde 30 km de distancia y las figuras son tan altas que quizá necesitara­n andamios.

Lo mismo ocurre con los enigmático­s mustatiles, enormes monumentos de piedra formados por muros bajos que rodean un patio central. Se han encontrado más de un millar en el noroeste de Arabia Saudí, y algunos tienen más de 7000 años, lo que los hace más antiguos que Stonehenge y las pirámides de Egipto. Reflejan claramente un gran esfuerzo comunitari­o. Guagnin cree que sus autores serían nómadas durante la mayor parte del año, pero que al final de la estación húmeda podría haber suficiente alimento como para que pudieran reunirse en un lugar estable: “Harían fiestas y quizá se repartían trofeos, por lo que se trataba de grandes acontecimi­entos simbólicos que requerían una gran cohesión social”.

Los descubrimi­entos en Arabia también demuestran que los humanos modernos no se limitaron a habitar las zonas costeras cuando emigraron desde África, como a veces se ha sugerido. No cabe duda de que algunos escogieron esa dirección. Sinclair ha hallado pruebas de la presencia humana en varios lugares de la costa del mar Rojo árabe, como Wadi Dhahaban y Wadi Dabsa. Pero, de un modo u otro, los hallazgos en zonas lacustres demuestran que también cruzaron y habitaron el centro de la península.

ESOS MIGRANTES HABRÍAN SIDO PEQUEÑOS GRUPOS DE CAZADORES-RECOLECTOR­ES, NO GRANDES POBLACIONE­S.

No hay razón para pensar que tuvieran un objetivo en mente. “Aquellas gentes no tenían como meta llegar a ningún lugar. Simplement­e vagaban en busca de oportunida­des y estas cambiaron cuando el monzón se desplazó un poco más al norte. Con el tiempo, de forma accidental, se trasladaro­n”.

Todo esto implica un mensaje más profundo y amplio sobre nuestros orígenes evolutivos. Técnicamen­te, Arabia forma parte de Eurasia debido a la división en las placas tectónicas subyacente­s, pero para los homininos africanos no había ninguna barrera oceánica; se trata de una masa terrestre continua y los paleoantro­pólogos están empezando a verlo así. “Creo que Arabia forma parte de una gran África”, dice Sinclair. Scerri va más allá: “Partes del suroeste de Asia, que son la región vecina de África,

Los paisajes de Rub-al-Jali moldearon a nuestra especie tanto como las sabanas, las selvas y las costas africanas

tal vez formaron parte del núcleo principal de la evolución humana”, afirma. Esta experta defiende el multirregi­onalismo africano, un guion según el cual África albergaba múltiples poblacione­s de Homo sapiens que a veces estaban aisladas y a veces se cruzaban en función de las regiones en las que se pudiera vivir. Arabia era un lugar más habitable para los primeros humanos, por lo que formó parte del crisol del que surgió la humanidad. En otras palabras, todos somos en última instancia de África, pero tenemos que reconsider­ar nuestra noción de dónde termina ese lugar. Los paisajes árabes moldearon a nuestra especie tanto como las sabanas, los bosques y las costas africanas. Puede que el interior del Rub-al-Jali sea hoy un desierto abrasador, pero antaño fue el hogar de nuestros lejanos antepasado­s. e

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GETTY El yacimiento del Camello, situado a 8 km de la ciudad saudí de Sakaka, reúne impresiona­ntes esculturas en la roca, como esta de las patas de uno de esos animales.
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