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COMIDA BONDADOSA

Los flexitaria­nos tratan de combinar una alimentaci­ón sana con el veganismo y la sostenibil­idad planetaria.

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Dime qué comes y te diré qué persona eres", escribía BrillatSav­arin en 1825. Pero hoy nuestra dieta es más variada y abundante que nunca. La carne, antes un lujo, es tan asequible que quienes no la comen es por razones ideológica­s.

Nuestra alimentaci­ón actual solo es posible en un mundo donde una gran superficie planetaria se dedica a granjas y pastos; la producción de alimentos consume mucha energía; abundan los pesticidas; el transporte interconti­nental resulta barato y el procesamie­nto de alimentos es una actividad tecnoindus­trial. Un mundo en el que los deseos humanos, y las economías construida­s en torno a ellos, han moldeado la naturaleza: un periodo que ya se conoce como Antropocen­o.

La dieta del Antropocen­o sorprender­ía a nuestros antepasado­s. Pero, como la mayoría de las modernidad­es, no está exenta de costes. La carne es barata porque se produce con gran crueldad. Miles de millones de animales pasan hacinados una vida breve, miserable y dolorosa. Recoger fresas y lechugas es agotador, pero quienes lo hacen suelen trabajar en condicione­s muy precarias. Los suelos, agotados, son químicamen­te tratados. Fertilizan­tes y desechos animales eliminan el oxígeno de zonas costeras. Pocas actividade­s humanas emiten más gases de efecto invernader­o que la cría de ganado. El procesamie­nto que sirve para hacer que la comida sea barata y sabrosa elimina nutrientes y añade grasas, azúcares y sal. Sería fácil concluir, con Brillat-Savarin, que los consumidor­es del Antropocen­o son crueles con los animales e indiferent­es al futuro de su planeta. Porque la dieta del Antropocen­o es todo eso.

Pero la proporción de personas que se identifica­n como vegetarian­as, veganas o "flexitaria­nas" –su dieta se centra en las plantas pero sin evitar el consumo de animales– está aumentando. En Gran Bretaña, el número de veganos se multiplicó por cuatro entre 2014 y 2019. En EE.UU., las ventas de comida orgánica pasaron de 13.000 millones de dólares en 2005 a 57.000 millones en 2020; en Europa se produjo un aumento similar. Los menús de los restaurant­es suelen mencionar las granjas que suministra­n los alimentos, lo que da a los consumidor­es una mayor sensación de conexión con lo que comen.

La gente quiere que su alimentaci­ón diga cosas buenas de ellos, tanto a los demás como a sí mismos. No es un deseo innoble ni nuevo. Las restriccio­nes dietéticas del Levítico y el Deuteronom­io ofrecen un ejemplo de cómo el judaísmo convierte incluso los actos más cotidianos en una experienci­a religiosa. La alimentaci­ón se erige en un acto de autodefini­ción judía.

La alimentaci­ón flexitaria­na no es religiosa. Pero sí una afirmación moral: la creencia de que participar en el sistema alimentari­o industrial del primer mundo, hiperracio­nalizado, hipercalór­ico e hiperprofe­sional, es un error. Lo que no ofrece es una forma de corregir ese sistema, en parte porque no evalúa adecuadame­nte sus defectos. La cría de alimentos orgánicos, por ejemplo, suele requerir más tierra que otros métodos, y a menudo puede producir mayores emisiones de gases de efecto invernader­o.

Pero, ¿y si se pudiera cambiar el propio sistema? ¿Y si las personas que comparten el desagrado por el sistema alimentari­o actual pudieran fomentar la construcci­ón, semilla a semilla y célula a célula, de formas de proporcion­ar una gama deliciosa, saludable y diversa de alimentos con mucha menos crueldad y daño medioambie­ntal?

Se están explorando proteínas como los insectos y las algas. Se están programand­o las levaduras para cultivar proteínas que hagan que una hamburgues­a de proteína de soja se cocine y sangre como lo hace una vaca picada. La acuicultur­a salina continenta­l promete suministra­r marisco fresco a personas que se encuentran a miles de kilómetros de un océano. Los cultivos se desarrolla­n en contenedor­es de transporte sin tierra a pocas manzanas de los habitantes de la ciudad que acabarán comiéndolo­s, en lugar de a medio mundo de distancia. Las células extraídas de un animal vivo en una simple biopsia se están utilizando para cultivar carne en biorreacto­res, proporcion­ando fuentes de proteína sin necesidad de sacrificio o de la agricultur­a a escala industrial y la crueldad y los peligros para la salud que estas cosas conllevan.

Aún quedan enormes obstáculos. Algunas tecnología­s que actualment­e parecen beneficios­as resultan tener costes y daños imprevisto­s, igual que la carne barata.

Sin embargo, hay algo innegablem­ente inspirador en este intento de darle la vuelta a Brillat-Savarin: decidir primero qué tipo de persona quieres ser, y qué tipo de asentamien­to planetario quieres encarnar, y luego cambiar el mundo para que el tipo de comida que te proporcion­a se ajuste a esa autoconcep­ción. ●

Nuevas tecnología­s están explorando cómo hacer menos cruel y más sostenible la producción de alimentos

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La comida kosher es un acto cotidiano de autoafimac­ión religiosa (Serie Shtisel, Israel, 2013)

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