RESPONSO POR LA RESPONSABILIDAD
EL CONOCIDO EXPERIMENTO DE MILGRAM BUSCABA EVALUAR SI LOS HUMANOS ACTUÁBAMOS ANTEPONIENDO A NUESTRA CONCIENCIA MORAL UNA ORDEN DE LO QUE ENTENDÍAMOS COMO LEGÍTIMA AUTORIDAD, Y SI EL PROCEDIMIENTO NOS HACÍA OLVIDAR EL FIN DE ESTE.
Te sientas frente alguien sobre el que te han otorgado autoridad. Lo ves y oyes a través de una mampara y quien te ha contratado te informa de que, cada vez que no responda bien a una pregunta, debes aplicarle una descarga eléctrica desde el panel de control que tú manejas. Te tranquiliza; es por un bien mayor, la responsabilidad no es tuya y te gratificarán. Las descargas, al reiterarse, van desde una irritante molestia hasta un dolor agónico. Empiezas a verlo padecer, a oírlo gemir, a suplicarte que no sigas. El responsable insiste en lo necesario y justificado de lo que haces y te ordena que no pares si quieres obtener la recompensa. ¿Sigues obedeciendo?
EL CONOCIDO EXPERIMENTO PSICOLÓGICO ES DE MILGRAM y, desde sus inicios, se ha llevado a cabo en muy diversos formatos (incluso como programa simulado de televisión). Naturalmente, la autoridad -“el experimentador”- y la víctima -“el alumno”- están conchabados. No se producen descargas y la angustia y los gritos de dolor se simulan. Pero el ejecutor no lo sabe. No tiene ni idea, ni tampoco del propósito de lo que hace. En el origen del experimento, encontramos a un alto oficial nazi, Adolf Eichmann, responsable de la sección IVB4, cuya casi exclusiva función era “empaquetar” a los judíos desde su lugar de origen hasta los campos de exterminio. En el juicio contra él en Jerusalén, en 1961, su defensa fue sencilla, la de casi todos los acusados en Núremberg. Él no era responsable, solo cumplía órdenes, se ocupaba de un “procedimiento” que le habían dicho que hiciera sin saber para qué. El experimento de Milgram buscaba evaluar si el resto de los humanos actuábamos así; si anteponíamos a nuestra conciencia moral una orden de lo que entendíamos como legítima autoridad, si el procedimiento impuesto nos hacía olvidar el fin último de este. En el origen de las pruebas, entre el 60 y el 65 % de los participantes cumplían con lo encomendado. Protestaban un poco, hacían preguntas, se sentían incómodos al avanzar, pero descargaban la corriente, obedecían, se sacudían la responsabilidad. En pruebas posteriores, llegaron al 80 %. El “yo soy un mandao” deviene categoría y sino.
DE LAS MÚLTIPLES E INQUIETANTES CONCLUSIONES que pueden extraerse de esto, hay al menos dos en las que incidir. La primera es que organizar el “procedimiento”, encargar tareas concretas y parciales a alguien que no ve el conjunto, es una metodología muy eficaz para disolver la responsabilidad individual, para que perdamos, gustosos y felices, el hilo de nuestra “contribución”. La segunda es la confirmación de una estructura sistémica de la idiotez. Para un griego, idios representaba lo particular, lo propio de cada uno. Idiōtēs era el que, por estar solo atento al beneficio propio que pudiera acarrear su privada parcela, no se ocupaba del fin último, porque solo apreciaba el medio como si fuera el fin. No enjuiciaba certeramente al mandatario, sin responsabilidad en lo público. Carencia de responsabilidad e idiotez son primas hermanas; se gustan, se cortejan y se entrelazan. Su prole, como la de los diablos bíblicos, es legión. Ambas son un modo de organización del mundo, una estructuración y génesis que afecta a todos los ámbitos sociales, culturales, económicos y políticos; fuerzas de inercia que se nos han ido de las manos y que conforman ya un destino. Hoy han despedido a otro amigo que se atrevió a cuestionar el hilo, a someter a crítica la idiotez del mando, que quiso ver qué llevaba ese vagón, a dónde iba y por qué. Hubiera podido acogerse al simple: “Soy un mandao”. “¿Por qué se cae una ardilla de un árbol?”, solía preguntarse. “Porque se ha quedado dormida". “¿Y por qué se caen dos?”, continuaba. “Porque la segunda estaba cogida a la primera”. "¿Y por qué se cae una tercera?”, cuestionaba al fin.“Porque la tercera cree que las ardillas hacen eso”, concluía pícaramente antes de decidir que él, ese día, dejaría de apretar el botón de la descarga y asumiría la incómoda responsabilidad de no caerse él también del guindo.
Carencia de responsabilidad e idiotez son primas hermanas; se gustan, se cortejan y se entrelazan