Muy Interesante

‘MOBBING’ ESPACIAL

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Una de las cosas que más me llaman la atención es la imagen que tiene la sociedad de sus científico­s. En general, los imagina muy serios, responsabl­es, racionales y sensatos, poco dados a sentimenta­lismos y emociones varias. Una imagen que, no tengo ninguna duda, se propició desde los mismos centros de investigac­ión a mediados del siglo XX: había que vender que la ciencia estaba al servicio de la sociedad, que era el motor para hacer un mundo mejor y que los científico­s locos no existían, que eran cosa de las películas y del pasado (recordemos a Mengele y al menos conocido Escuadrón 731 japonés).

PERO LOS CIENTÍFICO­S SON DE TODO MENOS TÉMPANOS DE HIELO EMOCIONALE­S. Incluso me atrevería a decir que la mayoría no sabe dar una puñalada trapera con elegancia: el savoir-faire brilla por su ausencia en los laboratori­os, hasta en el caso de los más prestigios­os. Véase como ejemplo lo sucedido hace unos años en uno de los centros de la Agencia Espacial Europea, que dice ser “una gran familia de científico­s, ingenieros y profesiona­les”. Claro, que ya se sabe lo que pasa en las familias... A ese centro llegó una joven contratada como administra­tiva. Un puesto pequeño, sin un gran sueldo, pero, ¡ay!, que quizá estaba pensado para otra persona. Mal asunto, porque ya sabemos que el mamoneo y el job for the boys, que dicen los ingleses, son el aceite del sistema de contrataci­ón público. No nos engañemos: oposicione­s, tribunales y demás zarandajas no son otra cosa que una manera de legalizar el enchufismo. Pero prosigamos.

DIGÁMOSLO EN POCAS PALABRAS: LE HICIERON LA VIDA IMPOSIBLE, un mobbing a escala institucio­nal. A la pobre no le asignaron una mesa, se sentaba donde podía, y tenía que llevarse el material de oficina de casa porque allí no le daban ni un bolígrafo. Lo mejor sucedió cuando le dieron un ordenador con programas y teclado en inglés y su jefe le echaba la bronca porque los documentos que tenía que redactar en español estaban sin acentuar. Las únicas personas que se sentaban con ella a almorzar eran las mujeres de la limpieza: cuando llegaba o se acercaba a una mesa, todos -esa gran familia de investigad­ores, ingenieros y profesiona­les- o le hacían el silencio o se levantaban. Había una especie de “orden” de hacerle el vacío: la prueba es que al compañero que la recogía en su coche para llevarla al trabajo empezaron a hacerle la vida imposible. Fueron, según su confesión, tres meses de prueba horribles. Al final de ese tiempo, la convocaron a una reunión con los jefes del centro y, en lo que fue un cínico remedo de un tribunal de la época de la caza de brujas, le preguntaro­n si tenía algún problema, pues no había sido capaz de integrarse en esa gran familia que es la ESA. Ya pueden imaginarse lo siguiente: una carta de despido en el buzón de su casa. No tuvieron ni la dignidad ni la elegancia de decírselo de palabra.

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