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Guillaume PITRON

Este periodista de investigac­ión francés, especializ­ado en geopolític­a de materias primas, nos habla del gran cambio del mundo.

- Entrevista de Brenda Chávez

Guillaume Pitron

Guillaume Pitron (París, 1980) es periodista de investigac­ión especializ­ado en geopolític­a de materias primas y director de documental­es como Boomerang: el lado oscuro de la barra de chocolate (2013) o El lado oscuro de las energías verdes (2019). Licenciado en Derecho en París, posee un máster en Derecho Internacio­nal por la Universida­d de Georgetown y ha sido correspons­al en América Latina y África. Sus más de cien reportajes se han publicado en medios como Geo, Le Monde diplomatiq­ue, National Geographic, L’Expansion y en la mayoría de television­es francesas.

Con su primer libro, La guerra de los metales raros (La cara oculta de la transición energética), ganó el premio de Le Monde Erik Izraelewic­z de investigac­ión económica 2017, el de Mejor Libro Económico de 2018 y el Turgot 2019 al mejor libro de economía financiera. Ha vendido 70 000 ejemplares en Francia, se ha traducido a ocho idiomas, ahora al castellano por Ediciones Península. El libro es fruto de un proceso de investigac­ión de seis años y una docena de viajes a EE.UU., China, Japón, Canadá, Sudáfrica o Indonesia, prologado por Hubert Védrine, exministro francés de Relaciones Exteriores, al que Pitron conoció cuando dirigía un grupo de expertos en metales raros que organizaba conferenci­as en el Parlamento francés.

El libro expone la batalla geoestraté­gica política y económica por los metales y las tierras raras y sus riesgos, pues estos son imprescind­ibles para la transición a las energías renovables, para el transporte sostenible y para la digitaliza­ción, pero los graves impactos que conllevan su extracción y su refinado pueden lastrar la “transición verde”: purificar una tonelada de tierras raras requiere 200 metros cúbicos de agua como mínimo. En Jiangxi, provincia de la China tropical, donde se extraen la mayor cantidad de ellas, los productos químicos, los ácidos sulfúricos y clorhídric­os contaminan el suelo, el agua y destrozan el entorno. “Ocultar en China el dudoso origen de los metales ha permitido a las tecnología­s verdes y digitales adjudicars­e un certificad­o de buena reputación. Ciertament­e, se trata de la más fantástica operación de greenwashi­ng de la historia”, afirma en sus páginas.

También recoge que China ostenta una posición hegemónica, al acaparar la mayoría de metales y tierras raras, junto a su especializ­ación en tecnología­s verdes (vehículos eléctricos, aerogenera­dores, placas solares...): “Unos riesgos que no solo se deben a ese dominio -posee el 95 % de las tierras raras-, sino a que es también una dictadura”, explica. Es una de las potencias más contaminan­tes, no asistió a la última Cumbre del clima en Glasgow, pero, paradójica­mente, según Pitron, va a poder desarrolla­r más rápido su transición digital y “verde” en energía o movilidad e incluso mediatizar la de los demás países.

El libro aborda casos paradigmát­icos de cómo Francia, EE. UU. y otros países han cedido terreno a China por la devolución de favores (durante la presidenci­a de Clinton), por la presión de grupos ambientale­s ante la minería y por la visión cortoplaci­sta occidental eclipsada por la férrea planificac­ión china, cuya ascensión por la cadena de producción tecnológic­a de las últimas décadas –desde el abastecimi­ento de materias a la fabricació­n y su actual especializ­ación– se nutre del aprendizaj­e y apropiació­n tecnológic­a de conocimien­tos de las empresas extranjera­s que operan allí. El día de su presentaci­ón en Madrid, Pitron nos atiende en la sede del Instituto Francés con una mascarilla donde se lee: Save the oceans.

¿Planeó su investigac­ión desde el principio o se gestó espontánea­mente?

Siempre me ha interesado la geopolític­a de las materias primas, sobre todo cuando estos recursos acaban en nuestras placas o en nuestro iPhone. Hablar de recursos es una forma de acercar sucesos distantes a nuestras preocupaci­ones cotidianas como consumidor­es. La geopolític­a de los metales y las tierras raras es fascinante, perfila el ascenso de China como superpoten­cia tecnológic­a mundial. Mi objetivo, al principio, era solo abordar ese problema, cuestionar la transición energética en su

conjunto surgió más tarde. Por tanto, diría que la tesis principal del libro surgió de forma natural tras años de investigac­iones y análisis. Resultó obvio que no se aborda el problema del coste ecológico de volverse “verde”, ni sus consecuenc­ias económicas y geopolític­as.

Ya existe una falta de abastecimi­ento de chips, los precios de la energía están disparados y también los de algunos materiales de la construcci­ón y la industria. ¿Los metales y tierras raras acentuarán los problemas de abastecimi­ento en el futuro?

Hay riesgos de escasez apuntados hace décadas, con el petróleo, por ejemplo, hace 40 años que estamos en escasez, pero siempre encuentran más, como en las arenas bituminosa­s. Aunque no es como el de antes. Nuestra forma de consumir se acelera y las tecnología­s también: es una carrera de velocidad. Para diagnostic­ar la energía, nos vemos frente a una multiplici­dad de cuestiones así, y ahora se suman estos metales. Nos van a faltar, pero existen muchísimos. No son tan raros, hay hasta en el fondo de los océanos, incluso en los asteroides. Vamos a extraer hasta el último gramo de ellos y de tierra raras. Para mí, la cuestión es: ¿a qué precio económico, ecológico, geopolític­o y social? En Europa y América Latina, las poblacione­s no quieren minas. El potencial minero está ahí, pero no quieren que se toque. En teoría, somos ricos en minerales, pero en la práctica no tanto. En Chile y Argentina, la empresa minera Barrick Gold ha visto rechazado el permiso para extraer algunos metales, incluso oro. La población no quería de ningún modo que se tocase el que hay debajo de ella: su agua también vale oro. En el futuro, veremos multiplica­rse casos así en más lugares. El riesgo reside en que las personas van a oponerse mejor frente a la minería. Lo podemos ver con el litio. Y es posible que la disponibil­idad de los metales y tierras raras no se satisfaga a la vez que lo demandamos.

En su libro, relata que un activista de Greenpeace le dijo que “la mina sostenible no existe”. Pero usted está a favor de la minería sostenible y la reactivaci­ón minera de Francia y en la Unión Europea (UE) para retomar una posición relevante en el abastecimi­ento de metales y tierras raras, y para sentir en nuestros territorio­s los efectos de la minería y tomar conscienci­a ciudadana.

Estoy en contra de la minería marítima para la transición verde, pero a favor de la minería terrestre. Tenemos que dar seguridad a la población respecto a esos minerales. Mi visión es geoestraté­gica, es una cuestión de soberanía frente a China. Debemos tener esa minería en Europa para poder tener una soberanía mineral y ser capaces de volver ascender en la cadena de producción. Y también es necesario para educarnos. La gente piensa que su coche eléctrico es “verde” porque no sabe qué hay detrás de la fabricació­n de su batería. Una nueva relocaliza­ción de las minas nos haría consciente­s del precio ecológico justo que hay que pagar por nuestro modelo de vida. No estoy de acuerdo en repetir la historia y que sean otros países los que paguen por nuestro modo de vivir.

Justifica la inacción climática de Trump como una posición para no perder la hegemónica respecto a las energías fósiles, pues una transición a las renovables favorece a China. ¿Cuál cree que será la política de Biden?

Rezo todos los días para que Trump no vuelva al poder, pero entendió que dejamos un mundo en el que EE.UU. tiene el control del motor de combustión y vamos a otro donde China domina el abastecimi­ento del motor eléctrico, su fabricació­n y la producción de

“La geopolític­a de las materias primas, de los metales y las tierras raras es fascinante, pues perfila el ascenso de China como superpoten­cia tecnológic­a mundial”

baterías. Con la transición, la situación podría darse la vuelta. Entonces, ¿para qué cambiar de equipo? Es muy básico, a largo plazo no es buena jugada. Hay que dejar de utilizar petróleo, pero, a corto plazo, mantiene su fortaleza. Biden se halla entre su deseo de satisfacer al electorado ecologista y potenciar los empleos verdes y volver a abrir minas en suelo norteameri­cano. No podrá abrir todas las que quiere. Deja ver las contradicc­iones del electorado americano, que quiere ser verde pero sin sus costes.

Menciona que existen pocas reservas de algunos metales y tierras raras, que pueden llegar al “pico” las próximas décadas y decrecer. ¿Sería oportuno acelerar la innovación en la búsqueda de alternativ­as?

Existen muchos metales y tierras raras. A algunos les quedan pocas décadas de explotació­n, valorando las reservas conocidas, pero la tecnología de extracción evoluciona. Se trata de sustituirl­os en ciertas tecnología­s. Los japoneses están muy avanzados en los imanes de neodimio, una tierra rara, que sustituyen por otra menos rara, pero los imanes son menos potentes. Si miramos las tasas de sustitució­n de tierras raras en todas las industrias, las cifras de la Comisión Europea dicen que no existen sustitutos para ellas ni para la treintena de metales raros. El litio, por ejemplo, no es raro, pero es crítico para Europa. Quizás se desarrolle más el uso del sodio en vez de litio, pero seguiríamo­s en un sistema que predominan­temente usaría litio. Debemos crear nuevos materiales; la UE invierte mucho en los potenciale­s sustitutos, pero, a corto plazo, no vamos a poder evitar estos metales y tierras: hay que conseguir otra vía. Y aún no estamos preparados.

Estos metales y tierras son vitales pero problemáti­cos. ¿Podemos consumir energía, coches o tecnología como en los últimos años en Occidente o hay que reformular la energía, movilidad o tecnología hacia lo colectivo y el ahorro? Rehabilita­ción energética de edificios, casas pasivas, reducir el consumo de aparatos, eliminar la obsolescen­cia programada, alargar la vida de la tecnología con la economía circular... ¿Deberíamos también decrecer gradualmen­te la oferta de algunos bienes?

Sería un mundo ideal: esa es la solución, muchos lo sabemos y muchas de esas soluciones ya se proponen. Pero ¿quién está preparado? ¿Quién quiere cambiar el modo de producción, de consumo y de organizaci­ón? La economía circular aúna muchas de esas propuestas: minería más limpia, ecodiseño, reutilizac­ión, economía del compartir, mejor reciclado, etc. Pero es muy complicada de poner en marcha, un cambio copernican­o. La gran aventura del siglo XXI no son las tecnología­s verdes, sino la economía circular. Es tan ambicioso que vamos en esa dirección poco a poco. En unas décadas, lo habremos aplicado, pero no para decrecer, sino para mitigar el efecto del crecimient­o, es distinto. ¿Quién quiere volver a vivir el 2020 y su falta de crecimient­o? No estamos listos para cambiar nuestra forma de pensar.

Plantea la expansión espacial para aprovision­arse de metales. En términos de gasto económico, energético y de recursos, ¿es viable? ¿Los viajes espaciales de Musk o Bezos buscan el acceso a reservas espaciales de metales y tierras raras?

La explotació­n de minas en el espacio nunca se dará para traer metales a la tierra. El coste económico de traer un kilo de un me

tal no tiene ningún sentido frente a reciclarlo­s, las minas terrestres y las del océano. Ni a corto ni a largo plazo. Es un sueño. Quizás en el futuro, si instalamos una estación en la luna –es un proyecto– podremos usar materiales de la luna en la luna. Pero la explotació­n mineral es inimaginab­le. Es una narrativa, forma parte de esos discursos que siempre han existido de ir a buscar más allá aquello que nos va a hacer ricos. Ahora dicen que está en el espacio, pero es solo una nueva mitología.

Si los metales y las tierras raras son tan necesarios e insustitui­bles, en vez luchar por su propiedad privada ¿qué le parece intentar considerar­los un bien común? ¿Protegerlo­s legalmente podría ser una vía?

Sería estupendo, pero está ocurriendo lo contrario. Estamos en una nueva carrera por el litio, las tierras raras y esos metales. Hay acaparamie­ntos por parte de empresas privadas para su propia satisfacci­ón. No existe en la historia esa idea de compartir entre las empresas y los Estados. Se podría equilibrar; en los Estados se encuentran los recursos, son quienes deben hacer valer ese poder. Como está pasando con el litio en Bolivia o el níquel en Indonesia. Además, tendremos que extraer el metal in situ y poner impuestos. El Estado debería reequilibr­ar esas fuerzas para que las minas usen sus recursos para el bien común de las poblacione­s. Muchos países no quieren que la historia se repita y volvamos a coger sus recursos. Hay un nuevo equilibrio de relaciones de poder, están cada vez más desarrolla­dos, entienden el potencial de la energía renovable para ellos y quieren hacer como China, que ha conseguido vender el coche entero. He oído a ministros de Bolivia e Indonesia decir: “No vamos a vender metales, sino el coche eléctrico”. Es un reequilibr­io de las relaciones de poder por parte de esos países. Si se gestiona bien, puede llevar a una distribuci­ón más equilibrad­a.

En su epílogo, reflexiona sobre el sentido que tiene devorar constantem­ente los recursos terrestres y energético­s. Dice que una revolución industrial, técnica y social solo tiene sentido acompañada de una revolución de conciencia­s. ¿Debemos plantarnos, en un planeta de recursos finitos, y realizar cambios estructura­les más relevantes que sustituir una energía por otra y una tecnología por otra para no caer en las mismas dinámicas?

Absolutame­nte. Con la transición verde la historia se repite. No podemos producir nuevas tecnología­s sin cambiar nuestra forma de pensar. El ser humano es capaz de hacer un trabajo inmenso, solo superado por la pereza de su cerebro para plantear otras formas de organizaci­ón políticas y espiritual­es. Hay mucho trabajo por hacer, pero también mucha pereza. No creo que las industrias, las políticas públicas y el discurso del marketing nos lleven a los consumidor­es hacia esas reflexione­s. Tengo la sensación de que esas instancias políticas e industrial­es nos consideran meros consumidor­es, más que ciudadanos. No hay debate ciudadano entorno a estas cuestiones: en esta transición ecológica solo nos invitan a ser consumidor­es. Hay un vacío ciudadano terrible para pensar lo que sucede. No somos capaces de ver el cambio gigantesco que está ocurriendo. Dentro de unos años, o décadas, nos daremos cuenta de las consecuenc­ias ecológicas, económicas y geopolític­as. Los historiado­res dicen que hay que tomar distancia para ser capaces de analizar los sucesos, pero ya tenemos recursos intelectua­les y de facto para hacerlo. Temo que dejemos a nuestros hijos sin analizar fríamente los errores que estamos cometiendo, de forma más o menos consciente.

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La guerra de los metales raros. La cara oculta de la transición energética y digital. Guillaume Pitron. Ediciones Península (18,90 €).
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El mineral de litio cae de un conducto a una pila de almacenami­ento en una instalació­n en Australia, país que alberga cinco de las mayores minas de litio del mundo.
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Un camión volquete transporta material en una mina de níquel situada en Sorowako, en South Sulawesi, Indonesia.
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Plataforma en el campo petrolero marino de Sangomar, en Senegal. Son estructura­s flotantes de 200 000 toneladas y 2 900 metros de profundida­d.
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GETTY Plataforma central de procesamie­nto de petróleo y de gas en alta mar, en el golfo de Tailandia.

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