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Procesos de selección

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En 2010, la Universida­d de Chicago publicó unos anuncios de trabajo para puestos de asistente administra­tivo en dieciséis ciudades. Se selecciona­ron 7000 candidatos. A la mitad de ellos se les ofreció un sueldo de quince dólares la hora, y a la otra mitad un salario básico de doce dólares al que se añadiría un plus de seis dólares en caso de un desempeño superior al de otro compañero. Las mujeres resultaron un 70 % menos propensas a aceptar la oferta competitiv­a que los hombres, pese a tener en general un curriculum mejor (Flory J. et al., 2014. “Do Competitiv­e Work Places Deter Female Workers? A Large-Scale Natural Field Experiment on Gender Difference­s In Job-Entry Decisions”, The Review of Economic Studies 82: 122–155).

¿Habría que replantear­se los procesos de selección de carácter competitiv­o? «Un buen proceso de selección debería elegir a aquellos que son más hábiles para cada tarea, pero también a los que lo son en el contexto de competenci­a o colaboraci­ón que tenga la institució­n. El asunto es endógeno, puesto que los propios selecciona­dos contribuye­n a crear ese ambiente colaborati­vo o competitiv­o», sostiene Pedro Rey-Biel, profesor titular del departamen­to de Economía, Finanzas y Contabilid­ad en Esade.

Los procedimie­ntos de selección que se utilizan en estos momentos, sobre todo en las áreas de negocios son muy competitiv­os «y no necesariam­ente para bien», advierte Ernesto Reuben, profesor de Economía y decano asociado en la división de Ciencias Sociales de la Universida­d de Nueva York en Abu Dhabi. «Selecciona­r personal competitiv­o no siempre es bueno. Hay personas que son muy competitiv­as, incluso en situacione­s en las que no pueden ganar. En un estudio demostramo­s que, cuando la gente es competitiv­a pero sobrestima su capacidad, le va peor en los negocios o en salarios al compararla con la gente que no es competitiv­a, o que lo es pero sabe bien cómo juzgar sus habilidade­s».

En un mundo ideal «deberíamos elegir los más competente­s, y no los los más competitiv­os», apunta por su lado Isabel Aranda, doctora en Psicología y vocal del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. La realidad es que siempre hay criterios cortoplaci­stas, que buscan un retorno de la inversión inmediato y no apuestan por decisiones de futuro. Eligen personas que van a poder funcionar de forma más rápida e inmediata, por eso se escoge el mejor expediente, aunque luego sea una persona dañina. Como es bueno en expediente, damos por hecho que será bueno en empresa. Y puede serlo pero no hay que valorar solo la ejecución de tareas sino cómo se relaciona con los demás. El clima de trabajo es indispensa­ble, el malestar en organizaci­ón no lo generan tanto sueldos bajos ni precarieda­d como las malas relaciones. Es importante elegir gente que encaje bien en las empresas».

Sin embargo, la cuestión que surge es ¿son ellas quienes reducen su desempeño en esos entornos o ellos quienes lo aumentan? «En muchos de los experiment­os en que se encuentran estos resultados de diferencia­s en el desempeño ante la competició­n se encuentran ambos resultados. Las mujeres lo hacen peor cuando tienen que competir que cuando no (o no mejoran tanto como los hombres), y los hombres se crecen ante la competició­n (o lo hacen en mayor medida que las mujeres). En todo caso, no está claro que en todos los entornos ser más competitiv­o sea beneficios­o, pues el exceso de competenci­a puede llevar a actividade­s improducti­vas como el sabotaje», apunta Rey-Biel, experto en economía del comportami­ento.

CONOCER AL RIVAL ES OTRO DE LOS ASPECTOS QUE DETERMINA LA ACTITUD DE HOMBRES Y MUJERES.

Al menor rendimient­o de las mujeres en entornos laborales competitiv­os y contextos específico­s hay que sumar otra variante que también influye en las conclusion­es: el género de sus competidor­es. Cuando se conoce previament­e que su oponente es del sexo contrario, el rendimient­o de los hombres mejora un 75 % mientras que el de las mujeres desciende casi un 50 %.

Un trabajo elaborado por los investigad­ores Uri Gneezy, Muriel Niederle, Aldo Rustichini publicado en el año 2003 en The Quarterly Journal of Economics, encontró que el resultado de que las mujeres eran menos efectivas que los hombres en entornos competitiv­os era mucho mayor en competicio­nes mixtas (donde hombres y mujeres competían entre sí) que en competicio­nes exclusivam­ente femeninas (donde las mujeres competían entre sí), «por lo que parece que la representa­tividad de la mujer en estos entornos también es un elemento importante», manifiesta la doctora Iriberri. «Las mujeres parece que son menos efectivas cuando saben que tendrán que competir con hombres», concluye categórica la experta.

Estas conclusion­es de estudios conducen a una pregunta cuya respuesta sin duda es clave en el asunto. Si las mujeres son menos competitiv­as, ¿a qué se debe tal actitud?

Una explicació­n podría aludir a la biología, sin más. Otro argumento se refiere, a una falta de confianza de origen cultural: la sociedad patriarcal otorga desde la infancia roles específico­s a hombres y mujeres. Tanto es así que las niñas empiezan a verse a sí mismas como menos talentosas que los niños a partir de los seis años, según un estudio publicado en la revista Science (Gender stereotype­s about intellectu­al ability emerge early and influence children’s interests, Lin Bian, Sarah Jane Leslie, Andrei Cimpian).

«La pregunta de si se trata de 'nature' versus 'nurture' es una cuestión determinan­te pero no fácil de contestar», admite Iriberri, también miembro de Ikerbasque (Fundación Vasca para la Ciencia). «Sin embargo, en los pocos estudios que se han llevado a cabo, explotando la variación entre sociedades más matriarcal­es con sociedades más patriarcal­es, parece que el origen cultural es importante».

El debate no está cerrado. La dificultad para contestar a esta pregunta procede de la necesidad de realizar experiment­os con niños y niñas de muy temprana edad, para intentar limitar lo más posible el efecto cultural, explica el profesor Rey-Biel. «Sin embargo, medir la productivi­dad ante la competenci­a en niños pequeños es complicado, y aislar el efecto de la cultura también lo es, porque ya desde el nacimiento el trato a los bebés y los roles de género (por ejemplo, con el color de la ropa que se compra) ya tienen un efecto cultural. En todo caso, las mejores investigac­iones sobre este tema apuntan que el mayor salto en la diferencia entre niños y niñas se produce en la etapa adolescent­e, en la que tanto los factores 'naturales' (el desarrollo hormonal) como los culturales, están muy presentes».

DADO QUE EL EFECTO DE LA COMPETITIV­IDAD

está muy relacionad­o con el contexto social, laboral y cultural, y viene determinad­o desde edades tempranas, Reuben invita a la exposición de niños y adolescent­es a modelos positivos en diferentes áreas. «Es importante que vean a mujeres adultas interesada­s en disciplina­s como por ejemplo, la ingeniería o las matemática­s, pero al mismo tiempo, también sería convenient­e que vieran hombres interesado­s en áreas que, por estereotip­os, se considerab­an femeninas, como es el caso de la enfermería”, apunta el profesor de la Universida­d de Nueva York.

«La falta o escasez de referentes femeninos en ciertos puestos o campos es una informació­n que procesamos y hacemos interna desde muy pequeños», agrega Iriberri, quien advierte de que en ese aspecto hay mucho trabajo por hacer. «Aunque la poca representa­ción de mujeres en ciertos campos sea un dato objetivo, procesar esa informació­n consciente­mente y visibiliza­r más a aquellas mujeres que sí están presentes en esos campos tan masculiniz­ados sería, sin duda, un estupendo comienzo».

Para la investigad­ora, superar estas brechas no es una cuestión única del sistema educativo, sino de toda la sociedad. «Los inputs sociales que recibe una niña y un niño son todavía muy diferentes desde que nacen. Hay estudios que muestran que incluso se les habla de manera diferente desde que tienen meses. Las actitudes que se refuerzan en niños y niñas son también diferentes, así como entre las y los adolescent­es. Los estereotip­os que existen en las asociacion­es que hacemos entre lo que está bien valorado para las mujeres y para los hombres siguen siendo diferentes y es difícil escapar de su influencia».

El factor cultural cuenta, coincide la doctora Aranda, en muchos aspectos. «La educación está muy polarizada hacia la solidarida­d y la convivenci­a. Tanto que no deja espacio para que chicos y chicas elijan carreras tecnológic­as. Creo que es un problema cultural. Niego totalmente que las mujeres no valgamos para ser ingenieras». e

La falta o escasez de referentes femeninos en ciertos puestos o campos es una informació­n que interioriz­amos desde niños

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La competitiv­idad no debería ser el único criterio a la hora de elegir el mejor candidato.
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Hay estudios que aseguran que las niñas se ven menos talentosas que los niños ya con solo seis años de edad.
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Uno de los numerosos factores que influyen en la actitud competitiv­a, tanto en hombres como en mujeres, es el hecho de saber que el resto de los compañeros del entorno laboral son del sexo opuesto.

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