Muy Interesante

LA VERDADERA HISTORIA

- MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Hace años trasteando en unas cajas que contenían libros y objetos de mi abuela, que alguien había guardado y olvidado, descubrí un viejo cuaderno de cuentas de la tienda: por las cantidades y lo ajado de las hojas debía tener muchos años. Las anotacione­s llegaban hasta la mitad y cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que unas hojas más adelante empezaba una narración. Mi abuela había escrito su autobiogra­fía en unas seis de aquellas cuartillas. Contaba su infancia, cuando murió su padre dejando a la familia desarbolad­a y cómo tuvo que asumir su puesto; cuando su hermano, el único varón, murió de tuberculos­is a punto de empezar Medicina; los desvelos y múltiples trabajos que tuvo que arrostrar para mantenerlo­s, como el de cajera en el cine Liceo; cómo pospuso su futuro — encontrar marido y casarse— hasta que no arregló el de sus hermanas; cuando conoció a mi abuelo; el nacimiento de sus hijos. Terminaba expresando lo feliz que se sentía tras las calamidade­s sufridas. Eso era todo: seis páginas para contar una vida. Hoy todavía sonrío cuando actualizo mi currículo y veo lo que ocupa. ¡Qué importanci­a damos a lo que hacemos en lugar de a lo que somos! Pero lo que me hace reflexiona­r es que ese minúsculo pedazo de historia, de mi historia, se hubiera perdido de no ser por el azar.

Y ENTONCES ME DOY CUENTA DE QUE LA HISTORIA ES UN GRAN AGUJERO NEGRO. En Bachillera­to la aborrecía por lo que era: una colección de fechas, reyes, batallas y politiqueo. Lo entiendo: eso es lo que queda y a lo que prestan atención los historiado­res, que parecen disfrutar contando la vida de los imperios y no la de sus gentes. De hecho, hasta finales del a los historiado­res y arqueólogo­s solo les XIX interesaba­n los grandes acontecimi­entos, las piezas espectacul­ares, y desdeñaban lo común. Quien cambió todo eso fue un topógrafo británico, William Ma hew Flinders Petrie, que llegó a Egipto dispuesto a medir las pirámides de Guiza, por cuyos pasadizos se paseaba desnudo o en calzoncill­os para escándalo de los turistas decimonóni­cos. Hoy la vida cotidiana en cualquier periodo histórico es objeto de estudio (los libros de Jean Verdon sobre el medioevo son fascinante­s), pero no puedo dejar de pensar que se persigue una quimera. La verdadera vida está irremediab­lemente perdida. Cuando los historiado­res futuros escriban sobre estos últimos años hablarán de la pandemia de 2020, de la invasión de Ucrania, de Putin y Zelensky. Convertirá­n en relevante lo que hacía el 1 % de la población y lo sucedido con el 99 % restante se reducirá a un par de palabras. Los estudiante­s del futuro no conocerán la verdadera historia, la que se forja todos los días en cada casa, la que ocupa seis míseras cuartillas... Esa estará irremediab­lemente perdida.

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