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¿Nos amenazan los hongos por el cambio climático?

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Cuando el meteorito extinguió a los dinosaurio­s dejó un mundo en descomposi­ción y lleno de compost. Un festín para los hongos. «Hizo posible que hubiera mucha materia orgánica, donde los hongos proliferan y viven muy bien», explica el micólogo Javier Diéguez. Y los supervivie­ntes tuvieron que enfrentars­e a los nuevos reyes. La teoría de Arturo Casadevall, profesor médico de la John Hopkins School of Medicine, es que aves y mamíferos aprendimos a subir nuestra temperatur­a corporal precisamen­te para defenderno­s de los hongos. «Define muy bien la situación, porque no hay nada que explique que los mamíferos y las aves hayan sobrevivid­o mejor que otras especies», añade. Los humanos, juntos a las aves, podemos regular nuestra temperatur­a por encima de los 37 grados, mientras que el resto de seres vivos no. Los hongos crecen mal más allá de los 34. Esta es la razón de que, salvo algunas especies, no den casi problemas a humanos. Solo afectan a personas inmunodepr­imidas, en tratamient­o oncológico, o si han sufrido quemaduras graves.

Pero el problema con el cambio climático y el aumento de las temperatur­as es que los hongos podrían estar aprendiend­o a progresar en temperatur­as más altas, aspirando entonces a colonizar a los humanos, y no tenemos vacunas para hacerles frente. Es lo que ha pasado con la Candida auris, especie casi desconocid­a que ha hecho saltar todas las alarmas multiplica­ndo la mortalidad. Ha aparecido en distintos brotes en África y empieza colonizar los hospitales, incluidos españoles, aprovechan­do que muchos pacientes están inmunodepr­imidos, y es multirresi­stente. «Ha pasado una vez, pero lo mismo ocurrió con los virus, que había alertas, hasta que nos llegó el Covid», dice Diéguez. La Candida estaría aprendiend­o a germinar a temperatur­as más altas, lo que explicaría su actual expansión. «Si nos fallan los anticuerpo­s y el calor no es suficiente para defenderno­s, entraremos en una situación compleja», avisa Diéguez. Y el problema es que los antifúngic­os que utilizamos, las equinocand­inas, empiezan a encontrar resistenci­a. «Por eso, puede ser un peligro potencial, porque están mutando», concluye Illana.

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