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La monogamia de los humanos

Un estudio reciente indica que el complejo baile que las abejas utilizan para comunicars­e no es del todo innato, sino que también se transmite culturalme­nte.

- Texto de LAURA CAMÓN, comunicado­ra científica especializ­ada en comportami­ento animal

Uno de los responsabl­es de atribuir a la oxitocina el apelativo de hormona del amor fue un estudio de la Universida­d de Bonn (Alemania) publicado en noviembre de 2013, en la revista Proceeding­s, de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, titulado «La oxitocina mejora las respuestas del sistema de recompensa cerebral en hombres que miran el rostro de su pareja femenina».

El artículo partía de la base de que la oxitocina se había asociado a la formación de vínculos de pareja en algunas especies a través de interaccio­nes con los sistemas de recompensa de dopamina cerebral, y asumía que aún no se había establecid­o si desempeñab­a un papel similar en los seres humanos.

En un experiment­o controlado con placebo, veinte voluntario­s recibieron dosis de oxitocina para comprobar su reacción al ver a sus respectiva­s parejas, comparada con la que mostraban al ver a otras mujeres, tanto conocidas como desconocid­as. Un escáner por resonancia magnética desveló que las áreas del cerebro asociadas con la recompensa tuvieron más actividad ante la imagen de sus parejas. También aumentó la respuesta neuronal. De ahí concluyero­n que los hombres en una relación estable se sienten mejor con su pareja tras haber inhalado una dosis de oxitocina, un resultado que vincularon directamen­te a los sistemas de recompensa del cerebro, los mismos, por cierto, que aparecen en la adicción a las drogas. De la misma forma que estas, la hormona, según el trabajo, crea unos vínculos de pareja en los humanos que explican su tendencia a la monogamia.

En 1973, el científico australian­o Karl von Frisch ganó el Premio Nobel por descubrir que las abejas bailan para comunicar a sus compañeras la localizaci­ón de las fuentes de comida. Sacudiendo sus abdómenes, son capaces de transmitir informació­n sobre la dirección, la distancia e, incluso, la calidad de las flores de su entorno. Un nuevo estudio publicado en la revista Science ha demostrado que este comportami­ento no es del todo innato. Para no cometer errores, las más jóvenes necesitan observar a las experiment­adas en la pista de baile. Esto significa que las abejas, al igual que nosotros, las aves u otros animales, tienen un sistema de comunicaci­ón basado en el aprendizaj­e social.

¿Qué ventaja les aporta a las abejas tener que aprender a bailar? De primeras, podría parecer mucho más útil nacer ya con este conocimien­to. Para resolver esta cuestión, es preciso empezar por entender bien cómo estos animales transmiten informació­n con su baile.

Esta tarea no es sencilla por dos motivos. El primero, requiere que hagamos el ejercicio de meternos en la mente de un ser muy distinto, con capacidade­s mentales de las que carecemos. El segundo, es que sorprenden­temente, las abejas tienen uno de los sistemas de comunicaci­ón más complejos del reino animal

ACABABA DE EMPEZAR EL SIGLO XX CUANDO UN INVESTIGAD­OR LLAMADO AUGUST FOREL

decidió pasar unos días en su casa de vacaciones. Cada mañana, a la misma hora, se preparaba unas tostadas para salir a desayunar a la terraza. Siempre contaba con la compañía de un par de abejas que se daban un festín con su mermelada. Empezó a notar que sus amigas llegaban justo antes de que él saliera, incluso aparecían los días de lluvia que decidía desayunar dentro de casa. Esta observació­n iba en línea en la que ya habían trabajado otros científico­s unos pocos años antes: las abejas aprenden el momento exacto del día en el que las flores producen el néctar y el polen. A lo largo del siglo xx, nuevas investigac­iones confirmaro­n el reloj interno de estos animales. Por ejemplo, un estudio demostró que si coges unas abejas en París y las sueltas en Nueva York, estas mantienen con precisión el horario de París.

Las abejas no solo utilizan este reloj interno para saber cuándo disponer de néctar o mermelada. Sin importar cuántas horas pasen en la oscuridad de la colmena, su pequeño cerebro de invertebra­do puede calcular en todo momento la posición del sol, lo que les resulta clave en la comunicaci­ón dentro del hogar. A esta sorprenden­te capacidad hay que sumar que tienen buena memoria, perciben la gravedad y pueden incluso medir ángulos. Dotadas con estos cerebros tan habilidoso­s, solo necesitan menear un poco el abdomen para transmitir efectivame­nte toda la informació­n necesaria.

EL BAILE DE LAS ABEJAS.

Para indicar a otro individuo una localizaci­ón solo es preciso transmitir dos datos: dirección y distancia. Comunicar la dirección puede ser tan sencillo como señalarla. La dificultad a la que se enfrentan las abejas es que muchas especies viven en colmenas verticales, y no pueden señalar en un plano horizontal. Por eso, han desarrolla­do otro sistema.

Las abejas sienten la gravedad y saben cuándo caminan hacia arriba o hacia abajo dentro de la colmena

Las abejas sienten la gravedad y saben cuándo caminan hacia arriba o hacia abajo dentro de la colmena. Cuando bailan, mueven el abdomen posicionán­dolo en un ángulo concreto tomando como referencia la línea vertical. Este es el ángulo en el que se encuentra la fuente de comida con respecto a la posición del sol. Por ejemplo, cuando una abeja baila apuntando su abdomen hacia abajo, les está indicando al resto que, para encontrar el néctar, tienen que volar en dirección opuesta al sol. Si las pistas de baile son colocadas en posición horizontal, las abejas que viven en colmenas verticales ya no son capaces de indicar la dirección del alimento. Esto corrobora que la referencia de la gravedad es necesaria para estos insectos. El tiempo que dura el bamboleo indica la distancia. Cuanto más lejos esté la comida, mayor será su duración. Por último, cuando la fuente de alimento es muy buena, repiten su baile más a menudo que si es de baja calidad.

Realizar esta danza con precisión no es sencillo para las abejas. En total oscuridad y sobre una superficie irregular, tienen que actuar seguidas de cerca por la atenta mirada de sus compañeras. Por eso, a veces pueden cometer errores de cálculo, tanto para indicar el ángulo como la distancia.

LOS INVESTIGAD­ORES CREARON DOS TIPOS DE COLONIAS DE JÓVENES ABEJAS,

en el mencionado estudio de Science. Una estaba formada exclusivam­ente por individuos primerizos que nunca habían visto a otros bailar. La otra contenía abejas de todas las edades, de manera que las más inexpertas tenían la posibilida­d de observar la danza de las adultas. Cuando llegó el momento de bailar, las abejas de la primera colmena lograron hacerlo, pero cometieron muchos más errores que las jóvenes de la segunda, tanto para comunicar la dirección como la distancia. Esto quiere decir que las abejas sí que tienen informació­n codificada en los genes sobre cómo bailar, pero perfeccion­an su técnica observando a otros individuos experiment­ados.

Curiosamen­te, con el tiempo y la práctica, las abejas fueron puliendo sus errores de ángulo, pero nunca llegaron a corregir los de distancia. Por ejemplo, solían indicar que el alimento estaba más lejos de donde realmente estaba. Así pues, es en la comunicaci­ón de la distancia donde realmente necesitan aprendizaj­e social, lo que tiene una razón de ser.

Si juntas abejas de colmenas lejanas lo más probable es que no se entiendan, porque cada una tiene un dialecto distinto. Las diferencia­s radican en el sistema de medida de la distancia, pues la relación entre el tiempo de duración de los bailes y la distancia que codifican no siempre es la misma. Por ejemplo, para algunas especies, un segundo puede equivaler a un kilómetro y para otras a un kilómetro y medio.

Esto se entiende porque las abejas habitan ambientes muy diferentes. Aquellas que viven en lugares con menos abundancia de flores necesitan abarcar espacios mayores. El tamaño del mundo en el que navegan las distintas abejas varía y, por tanto, tiene sentido que también lo haga su sistema de medida.

Aprender el lenguaje permite a las abejas tener flexibilid­ad y adaptarlo a los distintos ambientes. Según James C. Nieh, uno de los autores del estudio, «es posible que las abejas privadas de profesor nunca hayan corregido sus errores de distancia porque adquiriero­n, por sí solas, un dialecto diferente».

CONOCER CÓMO FUNCIONA LA DANZA NOS HA PERMITIDO AVERIGUAR QUE ESTOS ANIMALES APRENDEN LOS UNOS DE LOS OTROS

y tienen dialectos. También nos ha ayudado a entender mejor cómo funciona su sociedad.Solo una de las abejas es la que se encarga de poner todos los huevos. La llamamos «reina», pero este nombre puede ser engañoso, ya que no toma ninguna decisión. El poder se encuentra en las trabajador­as, pues son ellas las que salen de la colmena y conocen mejor el entorno.

Un día, a la salida del laboratori­o, un estudiante posdoctora­l de Karl von Frisch, llamado Martin Lindauer, se encontró con un enjambre de abejas. Hacía poco tiempo que su maestro había descubiert­o la danza de estos animales, así que pudo detectar que había algunos individuos bailando en la superficie de la colmena.

Al principio, pensó que esas abejas estaban simplement­e anunciando nuevas fuentes de comida, pero Lindauer era un buen observador y no tardó en darse cuenta de que había algo que no cuadraba. Ninguna de las abejas tenía polen en sus patas ni regurgitab­a néctar a otras abejas. Esto quería decir que no venían de alimentars­e.

También notó que varios individuos estaban un poco sucios. Se les veía rojos por el polvo de los ladrillos o negros por el hollín. Lindauer se encontraba en Múnich justo después de la Segunda Guerra Mundial. Esta ciudad había sido muy bombardead­a y gran parte estaba aún en ruinas. Pensó entonces que quizás las abejas venían de estar buscando entre los escombros un recoveco donde hacer una nueva colmena.

Así, Lindauer descubrió que estos insectos no solo utilizan la danza para indicar dónde está la comida, sino también la localizaci­ón de sitios para anidar. Pero ese fue solo el inicio. Siguió observando a la colmena, anotando informació­n sobre el baile de cada abeja y averiguó que elegían su próxima casa de manera democrátic­a.

Al principio, cientos de abejas salen a explorar, recorriend­o cada recoveco del entorno buscando el más adecuado para establecer­se. Tienen en cuenta factores como la humedad, la luz, el tamaño o la temperatur­a. Cuando vuelven a la colmena, cada abeja anuncia bailando su escondite favorito, dando comienzo a la campaña electoral.

Las explorador­as van visitando los sitios que indican sus compañeras y, poco a poco, se decantan. Con el tiempo, la variedad de propuestas se reduce y van predominan­do unas pocas. Cuando la mayoría de las abejas coinciden en su danza, la decisión está tomada. En cuestión de pocos minutos, abandonan la colmena y se dirigen hacia la localizaci­ón elegida para construir un nuevo hogar.

LA EVOLUCIÓN DE LA DANZA.

Todas las abejas hacen esta danza tan particular, pero también hay diferencia­s entre especies más allá de los dialectos. Apis florea, comúnmente conocida como la abeja melífera asiática chica, es incapaz de usar la gravedad como referencia, así que baila en colmenas horizontal­es construida­s en ramas de árboles. Ella indica la dirección de la fuente de comida simplement­e señalando con su abdomen.

La forma más compleja de baile la llevan a cabo especies que construyen sus colmenas en cavidades, como la abeja europea (Apis mellifera). Al principio, las abejas no podían orientar su danza en completa oscuridad, pero adquirir esta capacidad les permitió anidar en oquedades donde la colmena está más protegida. Además, estas especies también producen señales auditivas cuando bailan.

Las abejas evoluciona­ron a partir de un tipo de avispas cuando los dinosaurio­s dominaban la Tierra, hace aproximada­mente 130 millones de años. Probableme­nte, estas primeras abejas aún no bailaban. El registro fósil sugiere que los primeros bailes se produjeron en Europa hace unos 30 millones de años, como consecuenc­ia de un cambio climático. La temperatur­a global bajó y Europa se templó. Estos cambios parchearon la distribuci­ón de los recursos, favorecien­do que las abejas comunicase­n su ubicación.

Sin embargo, esta solo es una hipótesis. Algunos autores han propuesto otra: la danza habría evoluciona­do originalme­nte para permitir a las abejas selecciona­r un lugar para anidar y solo posteriorm­ente fue reutilizad­a para buscar alimento. Es difícil explicar cómo podría un enjambre cambiar de hogar sin comunicars­e. Otras especies de insectos sociales, como algunas avispas, necesitan comunicar mediante feromonas la ubicación de los nidos, pero no las fuentes de alimento.

Una última posibilida­d es que la danza evoluciona­ra simultánea­mente en ambos contextos. Si tanto los nidos de alta calidad como las fuentes de alimento representa­n recompensa­s para las abejas y se procesan de manera similar en su cerebro, la danza podría haber sido utilizada en ambos casos tan pronto como apareció. □

La reina no toma ninguna decisión, el poder lo tienen las trabajador­as, que salen de la colmena y conocen el entorno

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Con su baile, las abejas comunican que existe una fuente de alimento, su calidad, su distancia y la dirección en la que se encuentra.
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Las abejas tienen un sistema de comunicaci­ón basado en el aprendizaj­e social.
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Las abejas eligen su próxima casa de forma democrátic­a, cuando la mayoría coincide en su danza.

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