ABJURACIÓN DE GALILEO GALILEI
GALILEO FUE CONDENADO POR PERSONAS QUE NADA SABÍAN DE ASTRONOMÍA. A QUIENES CONFUNDÍAN CIENCIA CON FE LES VOLVERÍA A PROCLAMAR: «LA INTENCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO ES ENSEÑARNOS CÓMO SE VA AL CIELO, NO CÓMO VA EL CIELO».
El 22 de junio de 1633, un científico anciano, vestido con la camisa blanca de penitente, tuvo que arrodillarse ante la autoridad de la Iglesia católica para declarar: «Yo, Galileo, hijo de Vicenzo Galileo de Florencia, a la edad de 70 años, comparecido personalmente en juicio y arrodillado ante vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales, Inquisidores generales en toda la República Cristiana contra la herética perversidad; teniendo ante mis ojos los sacrosantos Evangelios, que toco con mis propias manos, Juro…». Es así como comienza el texto que, tras haber sido condenado, Galileo Galilei leyó en la sala capitular del convento Santa Maria sopra Minerva de Roma. Al renunciar a seguir defendiendo públicamente que la Tierra se mueve alrededor del Sol, Galileo aportó una cordura y un pragmatismo que le permitirían seguir trabajando por el triunfo de la razón y completar la última y más importante de sus obras. Aquella abjuración supone una enseñanza más del gran experimentador: la ciencia no necesita mártires.
QUIZÁS TODO COMENZÓ EN 1610.
Fue entonces cuando Galileo publicó el Sidereus Nuncius (Noticiero sideral), un librito ilustrado donde se apresuró a contar las novedades que tenía tras observar el cielo por primera vez con un catalejo, y que definió en el título como «espectáculos grandes y muy admirables (…) en la faz de la Luna, en innumerables estrellas fijas, en el Círculo Lácteo, en estrellas nebulosas, pero especialmente en cuatro planetas que giran alrededor de Júpiter». Esta última frase ya podía resultar llamativa: ¿hay algo que no gira alrededor de la Tierra? Aquella publicación hizo famoso a Galileo en toda Europa y suscitó debates sobre si la Tierra era realmente el centro del universo o se movía como había propuesto Copérnico.
El conflicto de la Iglesia católica contra Galileo se inició de hecho el Día de Difuntos de 1612, cuando el fraile dominico Niccolò Lorini, un noble florentino de 67 años, que por cierto no sabía de astronomía, pronunció un sermón contra la idea
heliocéntrica de «Ipérnico o como se llame». Si bien no tuvo repercusión alguna hasta dos años más tarde, marca el punto de partida de los ataques hacia Galileo, cuando el mismo Lorini se encargó de enviar a la Inquisición romana una copia manuscrita de una carta que Galileo había enviado a su antiguo discípulo y amigo, el matemático Benedetto Castelli. En esa, de diciembre de 1613, Galileo daba respuesta a la inquietud que Castelli le había manifestado, al ver que los anti-copernicanos utilizaban las Sagradas Escrituras como argumento a favor de Aristóteles y para afirmar la inmovilidad de la Tierra. Hasta entonces, Galileo había evitado el tema, pero ya se ve obligado a pronunciarse, y en la carta razona por qué no puede usarse la Biblia como base para la elaboración de ciencia. Los argumentos de la misiva, de 8 páginas, se desarrollan con mayor amplitud en otra de 40 dirigida a Cristina de Lorena, gran duquesa de Toscana. En esta última (1615), Galileo cita al eminente cardenal Cesare Baronio para concluir: «La intención del Espíritu Santo fue enseñarnos cómo se va al cielo y no cómo va el cielo».
EN FEBRERO DE 1616 LA INQUISICIÓN CONDENA LA TEORÍA DE COPÉRNICO
por ser «necia y absurda en filosofía; y formalmente herética, por contradecir la Sagrada Escritura». Es entonces cuando el cardenal Belarmino le exige formalmente a Galileo que no discuta ni escriba sobre ese tema, prohibición que el científico cumple durante unos años. En 1622, un cardenal amigo de Galileo es elegido papa (Urbano VIII), y él deja de tener problemas con la Inquisición, de modo que en 1632 se atreve a publicar su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, obra donde se burla del sistema geocéntrico, defendido por Simplicio, uno de los tres interlocutores. Parece que entonces pierde la amistad papal, y es citado a juicio, donde es acusado de herejía. Tras su abjuración se le conmutó la pena por un arresto domiciliario. Galileo pasó los últimos años de su vida en su casa de Arcetri, en las proximidades de Florencia, recibiendo visitas de discípulos como Viviani y Torricelli. Allí terminó de escribir los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno à due nuove scienze (Dos nuevas ciencias), una pieza fundamental en la historia de la mecánica, que marca el fin de la física aristotélica y se publicaría en Leiden (Holanda) en 1638. Galileo falleció en 1642. En 1992 el papa Juan Pablo II reconoció los errores cometidos en el juicio de 1633. □