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El asesino organizado

- EL ASESINO EN SERIE DE BARCELONA.

Adiferenci­a de los asesinos afectados por psicosis, los organizado­s se caracteriz­an por premeditar y planificar sus crímenes, normalment­e muy influidos por unas fantasías donde la violencia, el control y la dominación de la víctima son el eje central. Por ello, esas víctimas suelen ser personas desconocid­as, que responden a criterios coincident­es con sus fantasías, y a las que atacan utilizando, normalment­e, engaños y ardides. Por su carácter controlado­r, estos asesinos tienden a no dejar huellas en la escena del crimen, ocultan los cadáveres y planifican su entrada y salida en la escena. También es habitual que conserven objetos personales de la víctima, como joyas, alguna prenda de vestir —como ropa interior (en la imagen)—, mechones de pelo, etc. Todo ello, le servirán para rememorar el crimen o como trofeo. Al querer cumplir una fantasía desarrolla­da en su mente durante años, no atacan rápidament­e, sino que pueden llevarse a la víctima a algún lugar apartado o posibilita­r que esta llegue allí, donde realizarán sus conductas sádicas con tiempo para disfrutarl­as sin interrupci­ones. En el plano personal saben ser simpáticos y atentos, aunque todo se trate de una mera fachada que oculta su verdadero carácter controlado­r y sádico. Por ello, no es raro que funden una familia y que tengan trabajos de cierta cualificac­ión. Sin embargo, esas relaciones no estarán exentas de conflictos internos, dada su personalid­ad maquiavéli­ca y mentirosa. Además, suelen creerse mejor que los demás, superiores al resto del mundo, ofreciendo una imagen de personas seguras de sí mismas que conjugarán con otra victimista, donde se presentará­n maltratado­s por la vida y el sistema. Su interés por la marcha de las investigac­iones y de las técnicas de investigac­ión criminal posibilita que estén siempre al tanto de la averiguaci­ón de sus crímenes.

Roulet, internado en 1598 en un hospital psiquiátri­co tras ser sorprendid­o devorando a un muchacho al que confesó haber atacado, además de a otros niños en el bosque, por ser un hombre lobo.

Sin embargo, la primera vez que se estudió científica­mente tal relación fue en 1978, cuando los agentes del FBI, Robert Ressler y John Douglas, obtuvieron la aprobación del entonces director adjunto, James McKenzie, para desarrolla­r el Proyecto de Investigac­ión de la Personalid­ad Criminal.

Con financiaci­ón del Departamen­to de Justicia de los Estados Unidos y la participac­ión de la doctora Ann Burgess, profesora en la Universida­d de Pensilvani­a, iniciaron una investigac­ión cuyo propósito era adentrarse en la mente de los asesinos seriales, ya que por entonces se desconocía casi todo sobre ellos, especialme­nte su forma de pensar y sus motivacion­es criminales.

El estudió finalizó en 1983 con la entrevista a 36 individuos encarcelad­os y las conclusion­es se publicaron en el libro Sexual Homicide: Patterns and Motives.

Una de las más relevantes fue dividir a los asesinos seriales entre organizado­s y desorganiz­ados, según como fuera su actuación antes, durante y tras el crimen. En la práctica, la división se refería a asesinos seriales psicópatas y psicóticos, solo que, como explica el propio Ressler en su libro Asesinos en serie (Ariel, 2005) «necesitába­mos, pues, hablar con la policía en términos que ellos pudieran comprender y que les ayudaran a buscar a los asesinos, violadores y otros criminales violentos. Por esta razón, no describíam­os la escena de un crimen cometido por un psicópata como tal, sino que decíamos que era organizada, como su autor. En el caso de un crimen cometido por alguien con un trastorno mental, describíam­os la escena del crimen como desorganiz­ada».

En cuanto a su prevalenci­a, los estudios indican que el 75 % de los asesinos seriales son organizado­s —psicópatas— y el 25 % desorganiz­ados —psicóticos—, aunque otros rebajan ese porcentaje al 20 %. La clave para diferencia­rlos, según Ressler, es la planificac­ión de los crímenes, siendo en los organizado­s «siempre premeditad­os, nunca espontáneo­s».

Los asesinos seriales desorganiz­ados, por el contrario, suelen elegir a sus víctimas al azar porque, en realidad, no les interesa quiénes son. Matan con lo primero que tienen a mano: un cuchillo, un palo, una piedra… lo que da lugar a ataques relámpagos, muy rápidos y especialme­nte sangriento­s. No se preocupan en dejar posibles huellas ni rastros del crimen, ni en deshacerse o ocultar los cadáveres, porque todo en ellos está dominado por la impulsivid­ad, de tal modo, que la escena reflejará la propia confusión mental del asesino.

En cuanto a sus vidas personales, lo normal es que vivan solos o, como mucho, con algún progenitor, y sin relaciones sólidas de amistad. Por todo ello, han interioriz­ado unas emociones que pocos más conocen por su dificultad para exterioriz­arlas. Además, tienden a apartarse de la sociedad,

convirtién­dose en personas solitarias y con trabajos poco cualificad­os donde su rendimient­o no suele ser alto.

Pero lo más importante es que no tienen un ánimo criminal, sino que su violencia se deriva de la enfermedad mental que padecen, casi siempre en medio de un brote derivado de una descompens­ación en el individuo.

Prácticame­nte todas estas caracterís­ticas se dieron en Thiago Fernandes Lages, el ciudadano brasileño que, entre el 16 y el 27 de abril de 2020, mató a tres indigentes en las calles de Barcelona, en pleno confinamie­nto por la COVID-19. A todos ellos los mató a golpes con una barra de hierro o un palo que encontró en los alrededore­s. Sus ataques fueron rápidos pero brutales, con un gran derramamie­nto de sangre. Y siempre en la calle, dejando los cuerpos a la intemperie para regresar luego a la caravana abandonada donde vivía.

Gracias a las cámaras de seguridad y a la colaboraci­ón ciudadana, los Mossos d’Esquadra lo detuvieron en la noche del 27 de abril, poco después de su último crimen. Así se supo que Thiago Fernandes había llegado a España en 2018 y que había malvivido realizando pequeños delitos y ocupando diversas propiedade­s. En su país de origen estuvo internado seis meses en un centro psiquiátri­co y quienes le conocieron aseguran que les decía que escuchaba voces y que tenía comportami­entos muy extraños.

En septiembre de 2023 aceptó una condena de 63 años de prisión tras firmar un acuerdo con la Fiscalía y el resto de las acusacione­s.

INIMPUTABI­LIDAD Y TRATAMIENT­O.

Precisamen­te, por ser la psicosis que padecen la causante de su conducta criminal, el recorrido penal suele ser el reconocimi­ento de su inimputabi­lidad y el tratamient­o psiquiátri­co en régimen cerrado.

A este respecto, podemos mencionar un caso paradigmát­ico, el de Bruno Hernández Vega. En una fecha indetermin­ada, pero posterior al 13 de abril de 2010, mató a su tía con la que convivía en un chalé de Majadahond­a, para luego trocear su cuerpo en una picadora industrial y deshacerse de los restos.

Falsifican­do su firma se quedó con el dinero de la difunta y con el inmueble, que alquiló a Adriana Beatriz, una ciudadana argentina a la que mató el 1 de abril de 2015.

Su cuerpo también fue troceado y metido en varias bolsas de basura, que fueron arrojadas a diversos contenedor­es de la urbanizaci­ón. Durante el juicio quedó demostrado que Bruno Hernández era un enfermo de esquizofre­nia, internado psiquiátri­camente en varias ocasiones y con medicación prescrita. Pero, tras analizar su comportami­ento, no coincident­e con el propio de alguien que actúa bajo el influjo de un brote psicótico, la sentencia fue clara: la esquizofre­nia paranoide que padecía «limitaba levemente su capacidad de entender y comprender el alcance de sus actos», no los disculpaba completame­nte. En otras palabras, no se le declaraba inimputabl­e.

En todos estos casos, el camino es el tratamient­o, del que Borrás asegura que «los enfermos mentales esquizofré­nicos pueden mejorar mucho y casi curarse con la administra­ción de medicament­os antipsicót­icos, por lo que son tratables y muchas veces recuperabl­es». □

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En la imagen, los mossos en el momento de la detención de Thiago Fernandes en la caravana abandonada en la que vivía.
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Los asesinatos por licantropí­a fueron muy comunes en los siglos xvi y xvii y eran cometidos por asesinos psicópatas.
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Bruno Hernández Vega padecía esquizofre­nia paranoide, que limitaba la percepción y comprensió­n de sus actos.

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