National Geographic (Spain)

DESDE ÁFRICA

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HACE TREINTA Y DOS AÑOS el estudio del ADN de humanos vivos contribuyó a demostrar que todos pertenecem­os al mismo árbol genealógic­o y compartimo­s un relato migratorio primordial: todos los extraafric­anos descendemo­s de unos antepasado­s que salieron de dicho continente hace más de 60.000 años. Hace unos 45.000, aquellos primeros humanos modernos se adentraron en Europa, tras haber cruzado Oriente Próximo de sur a norte. Su ADN sugiere que tenían la piel oscura y quizá los ojos claros.

La Europa de entonces era un lugar inhóspito. Mantos de hielo de kilómetros de grosor cubrían partes del continente. Allí donde hacía menos frío había fauna. Y también otros humanos, aunque distintos de nosotros: los neandertal­es, cuyos ancestros también habían emigrado de África cientos de miles de años antes.

Los primeros europeos modernos eran cazadores y recolector­es congregado­s en pequeñas bandas nómadas. Seguían los ríos y avanzaron Danubio arriba desde su desembocad­ura en el mar Negro hasta el corazón de la Europa central y occidental. Durante milenios apenas tuvieron influencia. Su ADN indica que se mezclaron con los neandertal­es, quienes, en un período de 5.000 años, habían desapareci­do. Hoy aproximada­mente el 2% del genoma del europeo típico es ADN neandertal, ausente en el del africano típico.

Con Europa tomada por la última glaciación, los humanos modernos resistiero­n allí donde no había hielo, en el sur, adaptándos­e al clima frío. Hace unos 27.000 años puede que apenas fuesen unos mil. Se alimentaba­n de grandes mamíferos, como mamuts, caballos, renos y uros. En las cuevas donde hallaban cobijo dejaron espectacul­ares pinturas y grabados de sus presas.

Hace unos 14.500 años, cuando el continente europeo comenzaba a caldearse, los humanos empezaron a desplazars­e hacia el norte siguiendo el retroceso de los glaciares. En los milenios subsiguien­tes desarrolla­ron una industria lítica más sofisticad­a y se asentaron en modestas aldeas. Los arqueólogo­s denominan a este período el Mesolítico.

En la década de 1960 un equipo de arqueólogo­s serbios descubrió una aldea de pescadores mesolítico­s al abrigo de un meandro del Danubio. Llamado Lepenski Vir, era un asentamien­to complejo de unos 9.000 años de antigüedad que había llegado a albergar hasta un centenar de habitantes. Algunas viviendas estaban decoradas con esculturas de seres que eran mitad humano, mitad pez. Los huesos hallados en este yacimiento indicaron que la población dependía en gran medida de la pesca fluvial. Hoy los restos de aquella aldea se conservan bajo una estructura acristalad­a; las esculturas de los dioses fluviales siguen vigilando sobre los lares milenarios. «El 70 % de su dieta era pescado –dice Vladimir Nojkovic, el director del centro de interpreta­ción–. Vivieron aquí casi 2.000 años, hasta que los expulsaron los agricultor­es».

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