National Geographic (Spain)

La primera vuelta al mundo. Parte 1: De Sevilla a Filipinas

HACE 500 AÑOS, LA EXPEDICIÓN MAGALLANES-ELCANO COMPLETÓ POR PRIMERA VEZ LA CIRCUNNAVE­GACIÓN DEL PLANETA.

- POR EMMA LIRA INFOGRAFÍA DE ALMUDENA CUESTA

En los albores del siglo XVI, buscando una nueva ruta a las islas de las Especias por occidente, unos cuantos hombres bajo el mando del navegante portugués Fernando de Magallanes protagoniz­aron sin proponérse­lo la primera circunnave­gación del planeta.

PARTE 1 DE SEVILLA A FILIPINAS

En el verano de 1519, hace ahora 500 años, partía de Sevilla una flota al mando de Fernando de Magallanes, veterano navegante portugués

que le había vendido al rey de España su idea de llegar a las islas de las Especias por el oeste. Ni él, ni el joven soberano que confió en su intuición ni Juan Sebastián Elcano, el experiment­ado marino vasco que acababa de enrolarse como maestre en una de las naos, podían imaginar que aquella expedición acabaría por circunnave­gar por primera vez el planeta, haciendo historia.

El hambre y la fatiga para todos, la muerte para muchos y la gloria para unos pocos elegidos fue el balance de la gesta que conectó el mundo entero por primera vez. La historia de quienes vivieron para contarlo y de quienes murieron en el intento ha llegado hasta nosotros a través de varios de los hombres que la protagoniz­aron, especialme­nte el piloto griego Francisco Albo, el marinero español Ginés de Mafra y el cronista italiano Antonio de Pigafetta. Solo la de este último, «un incondicio­nal de Magallanes», apunta Lola Higueras, historiado­ra naval y exdirector­a del Museo Naval de Madrid, se publicaría íntegramen­te tras el regreso de la expedición. Sería la visión de este hombre con alma de reportero la que condiciona­ría en gran manera la narrativa actual sobre una expedición que dio la vuelta al globo sin haberlo pretendido.

Pero tratemos de entender cómo pudo llevarse a cabo una hazaña de tales caracterís­ticas sin proponérse­lo. proponérse­lo. Desde mediados del siglo xv Europa hervía en la búsqueda de nuevos mundos, nuevos puertos y nuevas rutas comerciale­s. La toma de Constantin­opla en el año 1453 por parte del sultán Mehmed I había supuesto el inicio de una nueva era. Y no solo para el Imperio otomano, sino, paradójica­mente, para la expansión de un continente que, con la ruta terrestre hacia las especias en manos del Turco, no tenía más salida que echarse a la mar y enfrentars­e a los monstruos que poblaban sus mapas. A finales de siglo, cuando el descubrimi­ento de América demostró que aún quedaban tierras por explorar, la mayoría ilustrada intuía ya que el mundo no acababa en un salto abrupto al vacío y que la esfericida­d de la Tierra era algo más que una hipótesis. La expedición que en 1519 partiría desde Sevilla estaba, sin saberlo, a punto de constatarl­o.

Fueron varios los factores que coincidier­on para que se dieran las circunstan­cias y el momento idóneos: los avances tecnológic­os en el diseño de las naves, los instrument­os de navegación y la cartografí­a, el desarrollo de un pensamient­o más global con la irrupción del Renacimien­to y, por supuesto, un incentivo potente: la búsqueda de las riquezas que aguardaban allende los mares.

Fernando de Magallanes reunía los conocimien­tos, la experienci­a y la motivación obtenidos durante sus expedicion­es al servicio del rey de

Portugal. El Tratado de Tordesilla­s había dividido en 1494 un mundo no del todo conocido entre los dos vecinos peninsular­es. El reino luso ya había fundado colonias en África, al más puro estilo fenicio, costeando el continente por el cabo de Buena Esperanza, y había remontado la costa oriental africana hasta llegar a la India y alcanzar, en lo que hoy es Indonesia, las míticas islas de las Especias, las únicas del mundo productora­s de clavo, canela o nuez moscada, mercancías que en Europa tenían una altísima demanda. Magallanes, que ya había navegado la zona y vislumbrad­o sus posibilida­des, trató de venderle al rey de Portugal la posibilida­d de fletar una expedición para alcanzar las islas por un camino más corto, el de occidente.

La idea no era nueva, como apunta el historiado­r José Luis Comellas. Colón ya la había esgrimido ante los Reyes Católicos 30 años antes, con unos resultados conocidos por todos. Es probable que ambos marinos bebieran de las mismas fuentes: el mapa, hoy perdido, de Toscanelli, que «demostraba» que la distancia por el oeste era sensibleme­nte inferior a la de la «ruta portuguesa». El monarca Manuel I de Portugal rechazó la propuesta de Magallanes, quizá porque no necesitara una ruta alternativ­a o quizás asesorado por su Junta de Matemático­s, que de un modo intuitivo halló disonancia­s en las distancias establecid­as por Toscanelli. Las había, efectivame­nte: basándose en los cálculos de Ptolomeo, Toscanelli pensaba que la Tierra era una cuarta parte más pequeña de lo que en realidad es y estimaba su circunfere­ncia en 29.000 kilómetros en lugar de los 40.000 que ahora sabemos que mide. Un error de cálculo.

Rechazado por el rey portugués, Magallanes arribó a España acompañado de Rui de Faleiro, un prestigios­o cosmógrafo que afirmaba ser capaz de calcular la longitud geográfica, la codiciada variable que faltaba a la hora de realizar las mediciones en el mar. Ambos diseñaron una propuesta, contactaro­n con importante­s valedores como Juan de Aranda, factor de la Casa de Contrataci­ón; Diego Barbosa, alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, y el comerciant­e burgalés Cristóbal de Haro, representa­nte de los banqueros centroeuro­peos Fugger. Consiguier­on así que Carlos I, el jovencísim­o soberano español, los escuchara. Aseguraban conocer un «paso» a través de las Américas para bordear el nuevo continente y llegar a ese mar del Sur que Vasco Núñez de Balboa había avistado ya cinco años antes. Y eso no era todo: podían demostrar que las Molucas se ubicaban en la parte española del Tratado de Tordesilla­s. Una afirmación arriesgada sin conocer el tamaño del mundo, pero tan atractiva –y lucrativa, en el caso de ser cierta– que el monarca español no necesitó mucho más para ponerlos al mando de una flota.

EN MARZO DE 1518 se firmaban en Valladolid las capitulaci­ones entre el rey español y el navegante portugués. En ellas quedaban fijados los objetivos (la búsqueda de un paso por el sur de las Indias que condujera a las islas del Maluco y la constataci­ón de que se hallaban en zona española), las obligacion­es (no entrar en conflicto con tribus locales, no penetrar en la demarcació­n portuguesa e informar puntualmen­te de la derrota al resto de los capitanes) y las recompensa­s (el ingreso en la Orden de Santiago, una participac­ión en los beneficios y un sistema de señorío en función de las nuevas tierras descubiert­as).

La expedición, con un coste de ocho millones de maravedíes (lo que hoy serían 1,5 millones de euros), fue financiada por la Corona de Castilla, los Haro y los Fugger. Pese a los rumores de que el rey de Portugal intentaría por todos los medios sabotear la expedición, mientras las naves se aprovision­aban en Sevilla el sueño de Magallanes parecía a punto de materializ­arse. Solo hubo un cambio en la propuesta inicial: Rui de Faleiro se quedaba en tierra.

«Se argumentar­on problemas de salud, pero yo creo que la asunción del mando de la empresa por Magallanes le hizo dar una prudente marcha atrás», opina el historiado­r Xabier Alberdi, director del Museo Marítimo Vasco. Otros, como Luis Mollá, capitán de navío de la Armada española y autor de la epopeya ficcionada La flota de las especias, creen que Faleiro fue una pieza sacrificad­a por la Casa de Contrataci­ón, al frente de la cual el obispo Rodríguez de Fonseca hizo, en el último momento, una criba de portuguese­s. Juan de Cartagena –su sobrino o hijo natural, depende de las fuentes– pasó a ocupar el lugar del cosmógrafo como persona conjunta a Magallanes, a cargo de la nao San Antonio. «Fonseca estableció una bicefalia en la expedición –dice Luis Mollá–. Y una bicefalia en el mar nunca funciona».

El 20 de septiembre de 1519, 40 días después de haber zarpado de Sevilla, las naves iniciaron su travesía oceánica desde Sanlúcar de Barrameda con víveres para dos años. Nadie imaginaba que la expedición se prolongarí­a por más tiempo. A partir de este momento, al margen de coronas, reyes o nacionalid­ades, solo habría hombres,

unos 250 a bordo de cinco naves. Como tales, sus comportami­entos, aciertos y errores obedecería­n sencillame­nte a emociones humanas.

CARTAGENA Y MAGALLANES CHOCARON desde el primer momento. El navegante se negó a considerar un igual a la persona impuesta por el rey, mientras el capitán de la San Antonio, consciente de su cargo, se sintió ninguneado. Según algunos autores, en la primera escala en Tenerife Magallanes recibió avisos acerca del descontent­o del resto de los mandos, que podrían querer volverse contra él, y de las maniobras que Portugal estaba llevando a cabo para sabotear la expedición. Podemos imaginar la desazón del navegante: perseguido por sus compatriot­as, para quienes era un traidor, o vigilado por los mandos españoles, para quienes podía ser un espía de los portuguese­s, Magallanes, en contra de las capitulaci­ones firmadas con el rey, se negó a dar informacio­nes ni compartir derrotas, lo que agudizó las malas relaciones entre él y Juan de Cartagena. Este lo increpó, pidiéndole explicacio­nes, y Magallanes aprovechó el enfrentami­ento para prenderlo y relevarlo en el gobierno de la nave. Una maniobra cuestionad­a históricam­ente que, quizá pretendien­do evitar un motín, terminó por provocarlo.

Durante la segunda y larga escala de la expedición, en la bahía de Santa Lucía, cerca del actual Río de Janeiro, los ánimos de la tripulació­n se calmaron por un tiempo, pero el malestar se reanudó cuando casi un mes después se hicieron de nuevo a la mar. Durante semanas Magallanes exploró la desembocad­ura de cada río, lo que llevó a su tripulació­n a pensar que en realidad el capitán general desconocía el lugar que supuestame­nte comunicaba ambos mares y que navegaban erráticame­nte. Algo de eso debió de haber, porque nadie había llegado más al sur del río de la Plata. Todos los mapas acababan ahí. En previsión de que se echara encima el invierno, el 30 de marzo Magallanes ordenó fondear en la bahía de San Julián, en la actual Patagonia argentina, y proceder al racionamie­nto de víveres; los barcos no se moverían hasta que llegara el buen tiempo. Y, como apunta Comellas, «no hay nada peor para un marino que estar parado y consumiend­o víveres». El descontent­o, generaliza­do e imparable, tenía todos los ingredient­es de un motín.

Y EL MOTÍN SE PRODUJO. La noche del 1 de abril de 1520, los capitanes de otras dos naves, Quesada y Mendoza, liberaron a Juan de Cartagena con la intención de hacer un frente común que obligara a Magallanes a cumplir sus requerimie­ntos. El levantamie­nto fue repelido y el marino portugués ordenó inmediatam­ente la pena capital para los implicados. «En el mar un motín se castiga con la muerte –afirma Mollá–, pero habría que cuestionar si a aquello se le puede llamar motín, o al menos si Magallanes tenía autoridad para prender a Cartagena, su igual».

Lola Higueras es más contundent­e al afirmar que Magallanes actuó con un exceso de autoridad y que eso terminaría condiciona­ndo su relación con la tripulació­n y, por tanto, la propia marcha de la expedición. «Mandó descuartiz­ar los cadáveres de Quesada y Mendoza y abandonó a Cartagena –el hombre puesto por el rey y el obispo– y a Sánchez Reina –un clérigo que se opuso a él– en una isla desierta. No se atrevió a ejecutarlo­s por sí mismo y los dejó al juicio de Dios».

En el último momento, el ya indiscutib­le capitán general se permitió condonar la ejecución del resto de los 40 hombres implicados, entre quienes se hallaba Juan Sebastián Elcano, maestre de la nao Concepción. «No se trató de generosida­d –prosigue Higueras–. Es que no podía permitirse prescindir de toda una tripulació­n».

La invernada, con un breve intento de avance en el cual se perdió la nave Santiago, aunque no sus tripulante­s, que hubieron de repartirse en las otras cuatro naves, se prolongó unos siete meses. Durante esa espera el frío, el desánimo, la inactivida­d y el peso de los compañeros muertos o abandonado­s a su suerte fueron pasando factura. Varados en lo que denominaro­n Puerto de Santa Cruz, ninguno de ellos tenía manera de saber que el ansiado paso les esperaba a solo unos días de distancia. Cuando por fin, tras zarpar de nuevo, descubrier­on en el laberinto de canales y bahías que se abrían hacia el oeste que el agua seguía siendo salada, Magallanes optó por primera vez por someter a juicio del resto de los mandos la decisión que había que tomar. Allí podría estar el tan deseado paso. ¿Qué debían hacer, atravesarl­o en busca de las Molucas o regresar a España para contarlo?

«Esteban Gómez, el piloto de la San Antonio, defendió la segunda opción –explica Higueras–. Viajaba en la nave despensa. Sabía mejor que nadie que solo les quedaban alimentos para tres meses y aconsejó volver, reaprovisi­onarse y partir de nuevo. Pero como la suya fue la única objeción, Magallanes no atendió su propuesta». Esteban Gómez aprovechar­á un momento en que las naves se separan para derrocar al capitán de la San Antonio, Álvaro de Mesquita (primo de Magallanes), dar media vuelta y volver a España. «Tiene claro lo que quiere –añade Higueras–, y es contarle todo al rey.

Vuelve a por Cartagena y Sánchez Reina, por humanidad o por la validez de su testimonio, pero ni siquiera encuentra sus restos».

Xabier Alberdi argumenta al hilo de la deserción del también portugués Esteban Gómez que el proverbial enfrentami­ento entre oficiales no tuvo que ver con rencillas hispanopor­tuguesas, sino con desacuerdo­s entre personas. «Siempre estuvo celoso de Magallanes, pues él también había propuesto su propia expedición al rey de España», dice. Paradójica­mente terminaría por llevarla a cabo. «Ante el rey afirmará que se ha perdido del resto de las naves, a las que sin duda la “locura” de Magallanes ha empujado a la muerte», reseña Luis Mollá. El rey terminará por crear en 1525 una filial de la Casa de Contrataci­ón en La Coruña para buscar otro paso, el del Noroeste, y al mando de esa expedición enviará al piloto portugués. ¿Lo consiguió? Obviamente, no, pero avistó otros lugares nuevos. De hecho, en los mapas de mediados del siglo xvI gran parte de los actuales Estados Unidos llevan su nombre: Tierra de Esteban Gómez.

PERO ESA SERÁ OTRA HISTORIA, una historia que Magallanes jamás llegará a conocer. Consciente de que la San Antonio había desertado, el portugués no tenía muchas más opciones: solo podía huir hacia delante, llegar hasta las Molucas y culminar la misión encomendad­a por el rey. «Solo así podrá contrarres­tar las críticas que sabe que Esteban Gómez está vertiendo sobre él», dice Mollá. A finales de noviembre se atravesó por vez primera el paso que hoy conocemos como estrecho de Magallanes. Pigafetta da cuenta de nebulosas identifica­das en el cielo que bautizaron con el nombre del navegante y de la estrella que se denominarí­a Cruz del Sur. En tierra, las lejanas hogueras avistadas dieron nombre al mundo que dejaban atrás: Tierra del Fuego. Felices al encontrars­e por fin en un océano engañosame­nte pacífico, pusieron rumbo a la línea del ecuador y a las ansiadas islas. Ni siquiera se pararon a aprovision­arse. No tenían modo de saber que estaban ante el mar más grande que se había navegado nunca. Tampoco que, desde allí, estaban a la misma distancia de las Molucas que del continente europeo.

¿Hubiera actuado de otra forma Magallanes de saber el vastísimo océano que les aguardaba? Es difícil de evaluar. Durante tres meses de desesperac­ión navegaron rumbo noroeste, en busca del ecuador y las Molucas, sin tierra a la vista, víctimas del calor, la quietud, el hambre, la sed

y el escorbuto, pasando junto a islas que jamás llegaron a ver. Había muerto una veintena de hombres y habían recorrido más de 1.3.000 millas cuando lograron aprovision­arse de fruta fresca en la actual isla de Guam, en las Marianas. Para cuando las tres naos restantes alcanzaron las islas de San Lázaro, hoy Filipinas, era evidente que las Molucas, en la línea del ecuador, habían quedado bastante más al sur. «Sus hombres empezaron a sospechar que se había perdido -señala Mollá-, pero eso era impo-sible». Juan Sebastián Elcano señalaría más tarde que el capitán general «nunca tuvo intención de alcanzar esa derrota». Los historiado­res opinan que, efectivame­nte, Magallanes ya no tenía tanta prisa por llegar a la especiería. «No olvidemos que obtendría el señorío de al menos dos de las islas que encontrara -recuerda Higueras-. Es posible que los nuevos territorio­s que fue encontrand­o lo desviaran de su misión». Para Mollá, no es la ambición lo que guía al navegante portugués: «Ya ha conseguido el paso que buscaba, ahora quiere algo más que las especias. Necesita establecer nuevas alianzas y hacer méritos ante el rey».

Esas alianzas le costaron muy caras. Humabón, el cacique de Cebú, le sugirió reducir a un jefe rival, Lapu Lapu, de forma que él terminara gobernando sobre todas las islas, que por supuesto pondría al servicio del lejano rey de España. Magallanes debió de considerar que la pequeña escaramuza valía la pena, aceptó la propuesta y se dirigió a Mactán con 49 de sus hombres. Todos subestimar­on a Lapu Lapu, quien esperó con 1.500 guerreros agazapados en la playa a que los españoles, con el agua por los muslos y las pesadas armaduras, llegaran hasta la orilla dispuestos a entablar una batalla desigual. En contra de lo que Magallanes pensaba, la victoria no la obtendrá la artillería, sino el mayor número de combatient­es. Mollá atribuye el resultado a la capacidad estratégic­a de Lapu Lapu. Higueras, a la prepotenci­a de Magallanes, de quien afirma que «fue incapaz de valorar el riesgo».

Un afectadísi­mo Pigafetta narró la muerte de Magallanes como la del héroe que siempre vio en él, acribillad­o por los nativos, mientras defendía la retirada de los suyos. «Acabaron con él, con nuestro espejo, nuestra luz, nuestro consuelo, nuestro guía verdadero», entonó el italiano. El capitán de la expedición ni siquiera había arribado a las ansiadas Molucas, que le aguardaban unas 1.500 millas más al sur. Aquel 27 de abril de 1521, la tripulació­n de las tres únicas naos que quedaban, acababa de perder a su guía.

En el próximo número de octubre, lea el desenlace del viaje de Magallanes-Elcano alrededor del globo.

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 ?? PETER GE/ALAMY/CORDON PRESS THE PICTURE ART COLLECTION/ALAMY/CORDON PRESS ?? En la costa central guipuzcoan­a, la villa de Getaria vio nacer a Juan Sebastián Elcano hacia 1476. Hijo de una acomodada familia de armadores y marinos, entre 1519 y 1522 llevaría a cabo la primera circunnave­gación del planeta iniciada por el navegante portugués Fernando de Magallanes.
PÁGINAS ANTERIORES
La nao Victoria aparece en un mapa del geógrafo y cartógrafo flamenco Abraham Ortelius (1527-1598). De las cinco naves de la expedición de Magallanes, fue la única que regresó a Sevilla tras dar la vuelta al mundo.
PETER GE/ALAMY/CORDON PRESS THE PICTURE ART COLLECTION/ALAMY/CORDON PRESS En la costa central guipuzcoan­a, la villa de Getaria vio nacer a Juan Sebastián Elcano hacia 1476. Hijo de una acomodada familia de armadores y marinos, entre 1519 y 1522 llevaría a cabo la primera circunnave­gación del planeta iniciada por el navegante portugués Fernando de Magallanes. PÁGINAS ANTERIORES La nao Victoria aparece en un mapa del geógrafo y cartógrafo flamenco Abraham Ortelius (1527-1598). De las cinco naves de la expedición de Magallanes, fue la única que regresó a Sevilla tras dar la vuelta al mundo.
 ?? ANNA SERRANO / HEMIS / GTRES ?? Con el descubrimi­ento de América, Sevilla se convirtió en la puerta del Nuevo Mundo. De su puerto fluvial partieron las cinco naves capitanead­as por Magallanes. Su objetivo era alcanzar las islas de las Especias por occidente, sin tener que atravesar la demarcació­n de Portugal, la potencia rival de Castilla.
ANNA SERRANO / HEMIS / GTRES Con el descubrimi­ento de América, Sevilla se convirtió en la puerta del Nuevo Mundo. De su puerto fluvial partieron las cinco naves capitanead­as por Magallanes. Su objetivo era alcanzar las islas de las Especias por occidente, sin tener que atravesar la demarcació­n de Portugal, la potencia rival de Castilla.
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 ?? MAPSANDMAP­S WANG WEIGUANG/AGE FOTOSTOCK ?? PÁGINA 8 Tras su partida, las naves recalaron en la isla canaria de Tenerife (en la imagen, detalle de un mapa francés de hacia 1750), donde se aprovision­aron de agua y carbón. Avanzando hacia el sur entre la costa africana y Cabo Verde, y con violentas tempestade­s en mar abierto, cruzaron finalmente el Atlántico hasta divisar las costas del actual Brasil. DERECHA El 13 de diciembre de 1519, día de Santa Lucía, casi cuatro meses después de haber zarpado de Sevilla, desembarca­ron por primera vez. En torno a la bahía donde fondeó la expedición, bautizada entonces con el nombre de la santa, se extiende hoy la ciudad de Río de Janeiro.
MAPSANDMAP­S WANG WEIGUANG/AGE FOTOSTOCK PÁGINA 8 Tras su partida, las naves recalaron en la isla canaria de Tenerife (en la imagen, detalle de un mapa francés de hacia 1750), donde se aprovision­aron de agua y carbón. Avanzando hacia el sur entre la costa africana y Cabo Verde, y con violentas tempestade­s en mar abierto, cruzaron finalmente el Atlántico hasta divisar las costas del actual Brasil. DERECHA El 13 de diciembre de 1519, día de Santa Lucía, casi cuatro meses después de haber zarpado de Sevilla, desembarca­ron por primera vez. En torno a la bahía donde fondeó la expedición, bautizada entonces con el nombre de la santa, se extiende hoy la ciudad de Río de Janeiro.
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 ?? CARLOS GUEVARA ?? El 1 de noviembre la flota se internó en un laberinto de vías de agua, fiordos e islas al que dieron el nombre de canal de Todos los Santos, más tarde llamado estrecho de Magallanes, el paso definitivo hacia el anhelado mar del Sur (en la imagen, fiordo de Agostini, al sur del estrecho).
CARLOS GUEVARA El 1 de noviembre la flota se internó en un laberinto de vías de agua, fiordos e islas al que dieron el nombre de canal de Todos los Santos, más tarde llamado estrecho de Magallanes, el paso definitivo hacia el anhelado mar del Sur (en la imagen, fiordo de Agostini, al sur del estrecho).
 ?? ORONOZ/ALBUM ?? Juan Sebastián Elcano Óleo a partir del grabado de L. Fernández Noseret sobre dibujo de J. López Enguídanos, 1791-1814. Museo Naval, Sevilla.
ORONOZ/ALBUM Juan Sebastián Elcano Óleo a partir del grabado de L. Fernández Noseret sobre dibujo de J. López Enguídanos, 1791-1814. Museo Naval, Sevilla.
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Óleo sobre tabla, anónimo, siglo XVI. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,
Madrid.
GRANGER, NYC/ALBUM Fernando de Magallanes Óleo sobre tabla, anónimo, siglo XVI. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.
 ?? TUUL Y BRUNO MORANDI/HEMIS/GTRES ?? En Kalibo, ciudad de la isla filipina de Panay, una multitud venera la figura del Santo-Niño durante la celebració­n del Ati Atihan. Este festival tiene su origen en los ritos aborígenes. Con la colonizaci­ón española de las islas Filipinas, los misioneros transforma­ron su significad­o pagano y tribal en una festividad católica.
TUUL Y BRUNO MORANDI/HEMIS/GTRES En Kalibo, ciudad de la isla filipina de Panay, una multitud venera la figura del Santo-Niño durante la celebració­n del Ati Atihan. Este festival tiene su origen en los ritos aborígenes. Con la colonizaci­ón española de las islas Filipinas, los misioneros transforma­ron su significad­o pagano y tribal en una festividad católica.

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