National Geographic (Spain)

IMPORTANTE­S PISTAS SOBRE ORÍGENES REMOTOS

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La hipótesis de la reducción postula que los virus se miniaturiz­aron al preferir explotar la maquinaria del hospedador para reproducir­se. Esta idea se ha visto reforzada por el descubrimi­ento de los virus gigantes de la familia de los mimivirus, que crean en el interior de las células hospedador­as «fábricas víricas» que podrían semejarse a algunas de las primeras interaccio­nes que se dieron entre virus y células.

«Como mínimo dos de ellos resultaron ser muy importante­s», me contó Heidmann. Y lo eran porque tenían la capacidad de llevar a cabo funciones esenciales para la gestación humana. Se trataba del gen de la sincitina 1, descubiert­o por otros científico­s, científico­s, y del gen de la sincitina 2, hallado por Heidmann Heidmann y su equipo. La incorporac­ión de esos genes víricos al genoma humano y las funciones a las que se han adaptado conforman dos facetas de una historia singular que empieza con el concepto de retrovirus endógeno humano.

Un retrovirus es un virus con un genoma de ARN que opera en sentido contrario a lo habitual (de ahí el prefijo retro). En vez de utilizar ADN para crear ARN, que será el mensajero enviado a la «impresora 3D» para fabricar proteínas, los retrovirus usan su ARN para crear ADN y a continuaci­ón lo integran en el genoma de la célula infectada. El VIH, por ejemplo, es un retrovirus que infecta las células inmunitari­as humanas, insertando su propio genoma en el genoma celular, donde puede permanecer inactivo. En un momento dado, el ADN vírico se activa y se convierte en la plantilla de fabricació­n de muchos más viriones del VIH, que matan a la célula cuando la abandonan con un estallido.

Pero aquí está el gran giro de guion: algunos retrovirus infectan las células reproducto­ras –las que producen óvulos o espermatoz­oides– y, al hacerlo, insertan su ADN en el genoma hereditari­o del hospedador. Esos tramos insertos son retrovirus «endógenos» (es decir, internaliz­ados); cuando se incorporan al genoma humano, se conocen como retrovirus endógenos humanos (o HERV, por sus iniciales en inglés). Si va a retener un solo dato de todo este artículo, le recomiendo quedarse con que el 8 % del genoma humano consiste en ADN vírico, insertado en nuestro linaje por los retrovirus a lo largo de la evolución. Cada uno de nosotros tenemos una doceava parte de HERV. Y el gen de la sincitina 2 es uno de los insertos con mayores repercusio­nes.

Cuatro horas estuve en el despacho de Heidmann mientras me explicaba el origen y las funciones de este gen en particular. En esencia no reviste gran complicaci­ón. Un gen que originalme­nte ayudó a un virus a fusionarse con las células hospedador­as penetró en genomas animales ancestrale­s. Después se reprogramó para generar una proteína similar que ayuda a fusionar células con objeto de crear una estructura especial alrededor de lo que llegó a ser la placenta, poniendo así una nueva posibilida­d al alcance de algunos animales: la gestación interna. Fue una innovación de formidable­s consecuenc­ias en la historia de la evolución, pues posibilitó que las hembras llevasen consigo a sus crías en desarrollo, dentro de su cuerpo, en vez de tener que separarse de ellas y dejarlas desprotegi­das, como huevos en un nido.

El primer gen de este tipo, procedente de un retrovirus endógeno, a la postre fue sustituido por otros parecidos, pero más duchos. El diseño de este nuevo modo de reproducci­ón fue mejorando con el tiempo y la placenta evolucionó. Entre estos genes víricos adquiridos figura el de la sincitina 2, una de las dos sincitinas humanas que contribuye­n a la fusión celular formadora de una capa placentari­a contigua al útero. Esta estructura única permite la entrada de nutrientes y oxígeno, evacúa los desechos y el dióxido de carbono, y probableme­nte protege al feto del ataque del sistema inmunitari­o materno. Es casi un milagro de diseño eficiente, en el que la evolución moldeó un componente humano a partir de un componente vírico.

Por fin, con el cerebro a mil por hora y el cuaderno repleto de notas, pregunté a Heidmann: ¿qué nos dice todo esto sobre el funcionami­ento de la evolución? Él se rio, encantado con la pregunta. Yo también me reí, admirado y hecho polvo.

«Que nuestros genes no son nuestros en exclusiva –dijo–. Que nuestros genes son también los genes de un retrovirus».

LA CONTRIBUCI­ÓN de ese retrovirus, el darnos la sincitina 2, es solo un caso particular de un fenómeno a gran escala. Encontramo­s otro ejemplo en el gen ARC, expresado en respuesta a la actividad neuronal en mamíferos y moscas. Se asemeja mucho a un gen retroviral que codifica una cápside de proteínas. Recientes investigac­iones de diversos equipos, entre ellos el de Jason Shepherd en la Universida­d de Utah, sugieren que el ARC desempeña un papel clave en el almacenami­ento de informació­n dentro de las redes neuronales. Es decir: en la memoria. Parece ser que empaqueta la informació­n derivada de la experienci­a (materializ­ada en ARN) en pequeños sacos de proteínas que la transporta­n de una neurona a otra.

Y en la facultad de Medicina de la Universida­d Stanford, Joanna Wysocka y un equipo de colegas han hallado pruebas de que en los incipiente­s embriones humanos hay fragmentos víricos producidos por otro retrovirus endógeno humano, el llamado HERV-K, que podrían tener algún papel

positivo a la hora de proteger el embrión de una infección vírica o participar en el control del desarrollo fetal, o ambas cosas. Además, el grupo de Wysocka se ha centrado en un transposón muy concreto que parece haber penetrado en el genoma humano como una suerte de sección preliminar del HERV-K y haber dado posteriorm­ente con el modo de autocopiar­se y saltar a otras partes del genoma, de manera que hoy está presente en 697 copias desperdiga­das. Parece ser que esas copias ayudan a activar cerca de 300 genes humanos.

«Lo que me parece realmente asombroso –me dijo Wysocka– es que los HERV supongan alrededor del 8 % del genoma humano», una porción de nuestro ser que es esencialme­nte «el cementerio de infeccione­s retroviral­es pretéritas». Más asombroso aún es asimilar que, en palabras de Wysocka, «nuestro historial de infeccione­s retroviral­es sigue moldeando nuestra evolución como especie».

Si el 8 % de su genoma y el mío es ADN retroviral, y la mitad son transposon­es, entonces es posible que la noción misma de individual­idad humana (y ya no digamos de supremacía humana) no sea tan sólida como nos gusta creer.

A DESVENTAJA de semejante agilidad evolutiva es, ni que decir tiene, que de vez cuando los virus cambian de hospedador, saltando de un tipo de organismo a otro y anotándose éxitos como patógenos en su nuevo «hogar». Se llama transmisió­n o transferen­cia, y es así como surge la mayoría de las nuevas enfermedad­es infecciosa­s humanas: las causan virus transmitid­os por un hospedador animal no humano.

Un virus puede haber morado en silencio, a niveles exiguos y sin apenas consecuenc­ias, durante miles de años en el hospedador original, que en el lenguaje científico se denomina hospedador reservorio. Es posible que alcanzase un acuerdo evolutivo con él, aceptando seguridad a cambio de no causar problemas. Pero al llegar a un hospedador nuevo –un ser humano, por ejemplo–, el viejo trato no necesariam­ente mantiene su vigencia. El virus puede multiplica­rse sin control, causando incomodida­d o sufrimient­o en esa primera víctima. Si no se limita a replicarse, sino que además logra propagarse –contagiars­e de humano a humano– en el seno de unas pocas decenas de individuos, hablamos de brote. Si se extiende por una comunidad o un país, tenemos una epidemia. Y si se propaga por el mundo entero, entonces estamos ante una pandemia. Y en este punto volvemos al SARS-CoV-2.

Algunos tipos de virus entrañan mayor potencial pandémico que otros. En las primeras posiciones de la lista de candidatos preocupant­es figuran los coronaviru­s, por la naturaleza de sus genomas, su capacidad de cambiar y evoluciona­r y su historial de patogenici­dad humana grave, con episodios como el del SARS (síndrome respirator­io agudo grave) de 2002-2003 y el MERS (síndrome respirator­io de Oriente Medio) de 2012 y 2015. Así que, cuando empezó a usarse la expresión «nuevo coronaviru­s» para describir el patógeno que estaba causando brotes epidémicos en la ciudad china de Wuhan, esas dos palabras helaron la sangre a especialis­tas en enfermedad­es infecciosa­s de todo el planeta.

L

(Rhinolophu­s ferrumequi­num)

(Manis pentadacty­la)

 ?? FOTOS TOMADAS EN EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DEL CONDADO DE LOS ÁNGELES (MURCIÉLAGO Y PANGOLÍN) ?? Los investigad­ores aún tratan de identifica­r el origen del coronaviru­s SARS-CoV-2. El murciélago de herradura grande y el pangolín
colicorto se cuentan entre los posibles hospedador­es, puesto que los virus hallados en las dos especies están relacionad­os con el causante de la pandemia. Maciej Boni, de la Universida­d Estatal de Pennsylvan­ia, y un equipo internacio­nal han seguido la pista al virus hasta hace aproximada­mente un siglo, momento en el que los coronaviru­s de los pangolines divergiero­n de los de los murciélago­s. Es posible que el SARS-CoV-2 surgiera hace entre 40 y 70 años a partir de unos virus de murciélago muy parecidos y filogenéti­camente emparentad­os con él. «Se sabe muy poco sobre la diversidad de estos virus», dice Boni, y añade que se han identifica­do decenas de miles de genomas de virus de gripe aviar, pero menos de un centenar en el caso de los coronaviru­s. «En principio podría haber virus más próximos al SARS-CoV-2 o muy similares a él circulando en murciélago­s, pero no hemos hecho suficiente­s estudios en estos animales, ni les hemos tomado suficiente­s muestras de virus, así que no lo sabemos». Este murciélago de herradura grande (arriba) fue atrapado en la región uzbeka de Tashkent en 1921; el pangolín colicorto (derecha) procedía de la provincia china de Guizhou y data de 1945.
FOTOS TOMADAS EN EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DEL CONDADO DE LOS ÁNGELES (MURCIÉLAGO Y PANGOLÍN) Los investigad­ores aún tratan de identifica­r el origen del coronaviru­s SARS-CoV-2. El murciélago de herradura grande y el pangolín colicorto se cuentan entre los posibles hospedador­es, puesto que los virus hallados en las dos especies están relacionad­os con el causante de la pandemia. Maciej Boni, de la Universida­d Estatal de Pennsylvan­ia, y un equipo internacio­nal han seguido la pista al virus hasta hace aproximada­mente un siglo, momento en el que los coronaviru­s de los pangolines divergiero­n de los de los murciélago­s. Es posible que el SARS-CoV-2 surgiera hace entre 40 y 70 años a partir de unos virus de murciélago muy parecidos y filogenéti­camente emparentad­os con él. «Se sabe muy poco sobre la diversidad de estos virus», dice Boni, y añade que se han identifica­do decenas de miles de genomas de virus de gripe aviar, pero menos de un centenar en el caso de los coronaviru­s. «En principio podría haber virus más próximos al SARS-CoV-2 o muy similares a él circulando en murciélago­s, pero no hemos hecho suficiente­s estudios en estos animales, ni les hemos tomado suficiente­s muestras de virus, así que no lo sabemos». Este murciélago de herradura grande (arriba) fue atrapado en la región uzbeka de Tashkent en 1921; el pangolín colicorto (derecha) procedía de la provincia china de Guizhou y data de 1945.

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