EL ROVER EUROPEO, EN BUSCA DE VIDA
SI TODO MARCHA SEGÚN LO PREVISTO, el rover, o vehículo explorador, de la Agencia Espacial Europea, perteneciente a la misión ExoMars, no tardará en buscar señales de vida en Marte. Se prevé que la misión, retrasada por dificultades técnicas, despegue desde Kazajistán en 2022, cuando el viaje entre la Tierra y el planeta rojo sea más corto. Ocho meses después el vehículo se posará cerca del ecuador marciano, donde la superficie es bastante plana.
El francés Francois Spoto, jefe de equipo del programa ExoMars, explica que el robot explorador contiene un laboratorio con una panoplia de sofisticados instrumentos que identificarán los puntos óptimos para tomar muestras de suelo y analizar biomarcadores tales como vapor de agua y metano.
Si la misión tiene éxito, Spoto está convencido de que cualquier indicio de vida será el vestigio de un pasado remoto: «Hemos puesto nuestras miras en una larga lista de exoplanetas, pero hasta la fecha no tenemos pruebas de que ninguno de ellos presentase unas condiciones parecidas a las nuestras para albergar vida», explica.
La misión quizá logre reportarnos la reconfortante certeza de que no estamos solos en el universo. Spoto cree que también podría servir de trampolín para expediciones más ambiciosas a Marte. «El hallazgo de pruebas de vida exobiológica multiplicaría el interés en nuevas misiones», asegura.
Una vez el rover comience a tomar muestras, tendremos que esperar al menos cinco meses para que la misión esté en condiciones de confirmar si hay o no indicios de vida en Marte. «Los humanos hemos vivido en la Tierra sin conocer esta información desde que existimos, así que bien podremos esperar unos cuantos meses más mientras se llevan a cabo las verificaciones pertinentes», concluye el experto.
ESTE COLÉMBOLO, diminuto habitante de las cuevas de Altamira, pertenece a una especie nueva para la ciencia y ha recibido el nombre de Pseudosinella altamirensis. Aunque seguramente lleve miles de años viviendo en las entrañas de este conjunto rupestre cántabro, no fue descubierto hasta el año 2000 por el bioespeleólogo Carlos González-Luque. Ahora ha sido descrito por un equipo de científicos españoles liderado por los investigadores de la Universidad de Navarra Enrique Baquero y Rafael Jordana, que, tras estudiar su comportamiento, ha alertado de que el artrópodo podría ser un factor de dispersión de microorganismos dañinos para estas frágiles pinturas catalogadas como Patrimonio de la Humanidad.
«Muchos colémbolos se alimentan de hongos y podrían hacer que llegasen esporas a las pinturas, ya sea porque se quedan adheridas a su cuerpo o porque, tras ser digeridas, las dispersan con sus excrementos –explica Baquero–. Eso entraña un elevado riesgo porque ciertos hongos se alimentan de la parte orgánica de las pinturas, algo que ya ha sucedido en la cueva de Lascaux, en Francia. Lo que proponemos es desarrollar un estudio para averiguar si Pseudosinella altamirensis puede representar o no un problema para el arte rupestre». Se trataría de observar si estos hongos dañinos están presentes en la cuevas, y si los colémbolos los transportan en su tracto digestivo. De ser así, deberían implementarse toda las medidas necesarias para que esta joya del arte paleolítico que nuestros ancestros realizaron hace más de 15.000 años siga estando en el mejor estado de conservación posible.