OJOS en el CIELO
EN 1906, EL TENIENTE Philip Henry Sharpe izó un globo aerostático sobre Inglaterra y, por primera vez, pudo apreciar cómo Stonehenge encaja en el paisaje (arriba). A aquella primera imagen aérea de un yacimiento arqueológico británico siguieron décadas de fotografía aérea vertical para localizar estructuras y confirmar la existencia de murallas, calzadas o castros. Hoy el lidar ha vuelto a cambiar el panorama.
Desde la década de 1970 se utiliza esta tecnología láser, cuyo laboratorio por excelencia es la selva centroamericana, ya que permite desnudar el terreno de vegetación e identificar asentamientos devorados por ella en tiempos inmemoriales.
A principios del siglo xxi, inspirados por la Universidad de Gante, se desarrollaron en Europa proyectos pioneros para usar el lidar en el contexto de las ciudades romanas. El valle de Potenza, en Italia, fue uno de los primeros campos de estudio, donde se identificaron cuatro centros urbanos hasta entonces desconocidos. Después vinieron Carnuntum, en Austria; Mariana, en Córcega, y Ammaia, en Portugal. En todas estas ciudades olvidadas, el escaneado ha revelado lo que ocultaban dos milenios de sedimentos.
Ahora nos encontramos en la segunda fase de esta apasionante revolución. En Castilla y León, Galicia, Asturias y el Alto Miño portugués, la técnica se ha aplicado a campamentos militares y castros de ocupación rápida. Se trata de construcciones que apenas dejan rastro, pero el número de yacimientos potenciales ya detectados dará trabajo a varias generaciones.
La tecnología nunca sustituirá el trabajo de campo. Siempre habrá que volver al terreno, pala y brocha en mano, para confirmar lo que se ha identificado desde el cielo. Pero por primera vez tenemos una herramienta para comprender el paisaje y el modo en que nuestros antepasados se integraron en él.