Una reflexión angustiosa
A veces nos preguntamos angustiados cuál será el futuro de la especie humana. Nos lo preguntamos con la mirada puesta en el agujero de ozono que existe por encima de nuestras cabezas; con la mirada puesta en los temibles residuos nucleares, en la explotación irresponsable y salvaje de nuestros recursos naturales, en la desaparición de las selvas primarias y de los glaciares. Se trata de una pregunta retórica, ya que todos sabemos nuestro grado de insensatez y de inconsciencia y los resultados los podemos prever perfectamente. Es sólo cuestión de sumar dos más dos, siempre da cuatro. Sabemos que el ser humano es capaz tanto de lo más sublime como de lo más abyecto y es precisamente esa dualidad la que nos diferencia de las demás especies animales. El resto de especies, ante un problema, dudan, valoran las opciones y actúan en consecuencia, ahí están las pruebas de laboratorio con los sufridos ratoncitos blancos. Pueden equivocarse, pero aprenden del error. Por otra parte está la selección natural que, como todos sabemos, al final pone las cosas en su sitio. El ser humano ha superado grandes problemas alzándose por encima de todos los cambios y ahora nos enfrentamos a la superpoblación y, paralelamente, a la destrucción de los recursos, una igualdad con resultado negativo. El último caso de selección natural al que tuvimos que hacer frente, fue la conocida como peste negra. Una pandemia que se extendió, en el siglo XIV, desde Asia hasta Europa y en la que desapareció el 60% de la población. Murieron unos cincuenta millones de personas sobre una población de ochenta millones. El causante, la bacteria Yersinia pestis. La ciencia, uno de los grandes avances del ser humano, junto con la medicina y la higiene, mantienen a raya a bacterias y virus, pero no consigue que tengamos un comportamiento más racional. A pesar de conocer y prever el alcance de nuestros actos, no somos capaces de poner solución al anunciado y negro futuro que nos espera. No obstante, la propia naturaleza ya incluye en su proceso de evolución, la extinción y desaparición tanto de géneros como de especies. Ahí está las cinco extinciones masivas que ha sufrido el planeta sin nuestra ayuda. ¿Estaremos a las puertas de una sexta extinción, esta vez provocada por nosotros mismos? Para convertir esto en un chiste malo no haría falta más que añadir: y además adrede. La angustia por ese final procede de nuestro proceso mental. Somos los únicos seres que se saben finitos, y esa certeza es lo que nos produce todos los traumas y la angustia por no conocer el cómo y el cuándo. El futuro de la especie humana, si no lo echamos a perder nosotros mismos, es una cuestión que dependerá de los procesos geológicos del planeta, de la aproximación de un gran asteroide o de la explosión de alguna supernova cercana a nosotros como pudo haber ocurrido ya en el pasado, y cualquiera de estas posibilidades nos anuncia que, de una u otra forma, estamos condenados a la extinción. Como dijo el gran poeta sufí Omar Khayyam: ¡Bebamos!