¿Son tan positivas las donaciones a los países pobres?
En esta ocasión, el galardonado fue el catedrático de la Universidad de Princeton, Angus Deaton. Sin duda, un premio muy merecido por su “análisis sobre el consumo, la pobreza y el bienestar” que ha sido muy influyente sobre las políticas aplicadas en los países ricos, pero muy especialmente en las economías en desarrollo. Deaton, además de contribuir a una notable mejoría en el bienestar de los países del tercer mundo, nos ha ilustrado con paradojas sorprendentes. Para el premio Nobel, la capacidad gubernamental es fundamental para que se den las condiciones necesarias de que un país se desarrolle, es decir, un país debe tener unas instituciones inclusivas que generen seguridad jurídica para que las empresas puedan funcionar con tranquilidad, un sistema judicial que defienda a los individuos ante ataques externos injustificados y así promover la innovación y por ende el crecimiento, y unos servicios públicos mínimos donde se imponga la obligatoriedad escolar infantil o una sanidad con garantías mínimas que al menos evite las muertes por enfermedades básicas que los occidentales erradicamos hace siglos. ¡Cada 15 segundos muere un ser humano por malaria!, o lo que es lo mismo, mientras el lector lee este texto, 4 personas en el mundo fallecerán por esta enfermedad erradicada en España hace más de 50 años. Ahora bien, para paliar esta dramática situación, podemos pensar en transferir dinero desde nuestros países ricos hacia las zonas necesitadas y de paso aliviar nuestra atormentada conciencia. Sin embargo, como califica Deaton, este espejismo de la ayuda, es un obstáculo para que los países pobres puedan salir hacia delante por sus propio pies. Ilustremos la explicación con un ejemplo, imaginemos un país del África subsahariana comandado por un tirano y unas elites extractivas que ni de lejos han conformado unas instituciones deseables con el desarrollo económico expuestas anteriormente. Si los países desarrollados les transferimos rentas directas a esos gobernantes, lo que estamos haciendo es perpetuándoles en el poder y alejando cada vez más a los tiranos de los ciudadanos, en parte gracias a que los tiranos ya no necesitan ingresos fiscales de sus conciudadanos y por tanto, ya no es necesario rendir cuentas hacia su pueblo. Podríamos pensar, muy bien, démosle el dinero directamente a la población ya que ellos no tienen culpa de tener a esos gobernantes malhechores. Sin duda, esto sería una mejor y loable solución que en el corto plazo podría salvar muchas vidas, pero según el catedrático de Princeton, contraproducente. Los países pobres no pueden depender de esta ayuda para siempre, estas transferencias incondicionales debilitan la exigencia de la población para unas mejores instituciones en las que todos tengan cabida y conlleve a un crecimiento sostenido. La historia nos ha mostrado el camino, la Gran Bretaña de la I Revolución Industrial tras la Gloriosa, Corea del Sur después de la II Guerra Mundial, incluso España tras 40 años de dictadura son ejemplos de cómo las instituciones más representativas son claves para el desarrollo económico de un país. Sin embargo, esto no quiere decir que el mundo occidental se tenga que quedar de brazos cruzados. Como ciudadanos del mundo democrático, podemos demandar a nuestros gobernantes que dejen de entorpecer a los países en vías de desarrollo: mejorando las políticas comerciales, limitando el tráfico de armas, desarrollando medicamentos para sus enfermedades o permitiendo una mayor libertad de circulación de personas. No en vano, según las propias palabras del nuevo Nobel: “los que hemos tenido la suerte de nacer en los países adecuados, tenemos la obligación moral de reducir la pobreza y la mala salud en el mundo".