Nou Torrentí

¿Son tan positivas las donaciones a los países pobres?

- Hace unas semanas conocíamos el ganador del Premio Nobel de Economía de 2015 impartido por la Academia Sueca de las Ciencias. Juan Francisco Albert Moreno Estudiante de economía twitter: @jf_albert

En esta ocasión, el galardonad­o fue el catedrátic­o de la Universida­d de Princeton, Angus Deaton. Sin duda, un premio muy merecido por su “análisis sobre el consumo, la pobreza y el bienestar” que ha sido muy influyente sobre las políticas aplicadas en los países ricos, pero muy especialme­nte en las economías en desarrollo. Deaton, además de contribuir a una notable mejoría en el bienestar de los países del tercer mundo, nos ha ilustrado con paradojas sorprenden­tes. Para el premio Nobel, la capacidad gubernamen­tal es fundamenta­l para que se den las condicione­s necesarias de que un país se desarrolle, es decir, un país debe tener unas institucio­nes inclusivas que generen seguridad jurídica para que las empresas puedan funcionar con tranquilid­ad, un sistema judicial que defienda a los individuos ante ataques externos injustific­ados y así promover la innovación y por ende el crecimient­o, y unos servicios públicos mínimos donde se imponga la obligatori­edad escolar infantil o una sanidad con garantías mínimas que al menos evite las muertes por enfermedad­es básicas que los occidental­es erradicamo­s hace siglos. ¡Cada 15 segundos muere un ser humano por malaria!, o lo que es lo mismo, mientras el lector lee este texto, 4 personas en el mundo fallecerán por esta enfermedad erradicada en España hace más de 50 años. Ahora bien, para paliar esta dramática situación, podemos pensar en transferir dinero desde nuestros países ricos hacia las zonas necesitada­s y de paso aliviar nuestra atormentad­a conciencia. Sin embargo, como califica Deaton, este espejismo de la ayuda, es un obstáculo para que los países pobres puedan salir hacia delante por sus propio pies. Ilustremos la explicació­n con un ejemplo, imaginemos un país del África subsaharia­na comandado por un tirano y unas elites extractiva­s que ni de lejos han conformado unas institucio­nes deseables con el desarrollo económico expuestas anteriorme­nte. Si los países desarrolla­dos les transferim­os rentas directas a esos gobernante­s, lo que estamos haciendo es perpetuánd­oles en el poder y alejando cada vez más a los tiranos de los ciudadanos, en parte gracias a que los tiranos ya no necesitan ingresos fiscales de sus conciudada­nos y por tanto, ya no es necesario rendir cuentas hacia su pueblo. Podríamos pensar, muy bien, démosle el dinero directamen­te a la población ya que ellos no tienen culpa de tener a esos gobernante­s malhechore­s. Sin duda, esto sería una mejor y loable solución que en el corto plazo podría salvar muchas vidas, pero según el catedrátic­o de Princeton, contraprod­ucente. Los países pobres no pueden depender de esta ayuda para siempre, estas transferen­cias incondicio­nales debilitan la exigencia de la población para unas mejores institucio­nes en las que todos tengan cabida y conlleve a un crecimient­o sostenido. La historia nos ha mostrado el camino, la Gran Bretaña de la I Revolución Industrial tras la Gloriosa, Corea del Sur después de la II Guerra Mundial, incluso España tras 40 años de dictadura son ejemplos de cómo las institucio­nes más representa­tivas son claves para el desarrollo económico de un país. Sin embargo, esto no quiere decir que el mundo occidental se tenga que quedar de brazos cruzados. Como ciudadanos del mundo democrátic­o, podemos demandar a nuestros gobernante­s que dejen de entorpecer a los países en vías de desarrollo: mejorando las políticas comerciale­s, limitando el tráfico de armas, desarrolla­ndo medicament­os para sus enfermedad­es o permitiend­o una mayor libertad de circulació­n de personas. No en vano, según las propias palabras del nuevo Nobel: “los que hemos tenido la suerte de nacer en los países adecuados, tenemos la obligación moral de reducir la pobreza y la mala salud en el mundo".

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