¡Bombardearé las fallas!
El pintor y cartelista valenciano Josep Renau, que en septiembre de 1936 había sido nombrado director general de Bellas Artes, se encontraba supervisando el depósito en las Torres de Serranos de las últimas obras de arte evacuadas del Museo del Prado, una vez descargadas de los camiones militares que habían procedido a su traslado desde Madrid. Y a medida que observaba los precarios embalajes que protegían algunos cuadros de la pinacoteca, un rictus de preocupación fue ensombreciendo su rostro. Un gesto que mutó en tristeza al comprobar el lamentable estado en que había llegado uno de los más célebres lienzos de Diego Velázquez. Más tarde, Renau se desplazó a pie al Café Ideal Room, situado en el nº 19 de la calle de la Paz. Allí se había citado con el periodista y escritor estadounidense Ernest Hemingway. Desde que Valencia se había convertido en la capital de la República, en plena guerra civil, un enjambre de escritores y corresponsales extranjeros pululaba por la ciudad. El Café Ideal Room era uno de los lugares de reunión predilectos de casi todos ellos. Y evidentemente un poderoso foco de atracción, como el panal de rica miel de la fábula de Samaniego, para los agentes de los distintos servicios de espionaje. La tertulia en la que participaban de manera destacada Ernest Hemingway y el también escritor estadounidense John Dos Passos, constituía sin duda uno de los mejores reclamos del establecimiento. Cuando el pintor valenciano llegó al local, con un cartapacio bajo el brazo, ya no cabía ni un alma. Una atmósfera neblinosa y londinense dominaba por entero el recinto a causa del humo denso de los cigarros. A ese turbio ambiente contribuía muy activamente el largo puro habano que Hemingway atrapaba en la comisura de sus labios, con el que dibujaba caprichosos arabescos gaseosos que se disipaban en su vuelo hacia el techo. Renau advirtió que esa noche se sentaban a la mesa habitual de los escritores estadounidenses dos reporteros gráficos a quienes él conocía personalmente: Gerda Taro y Robert Capa. Por supuesto que a Renau le hubiera gustado quedarse a conversar un rato con el grupo, pero tenía comprometida una cena de trabajo con varios artistas falleros, entre ellos Regino Mas. De modo que mantuvo una breve y discreta charla con Hemingway, y, antes de despedirse, le hizo entrega del cartapacio. “Aquí tienes el boceto del que te hablé. De momento es material reservado. No queremos que se desbarate nada. Así que ponlo a buen recaudo, y espera noticias mías antes de dar la exclusiva –y mientras regresaba sobre sus pasos se fue extinguiendo como el sonido de un eco el “goodbye” farfullado al alimón por los integrantes de la tertulia. El 11 de febrero de 1937 la Gaceta de la República publicó una orden del Ministerio de Instrucción Pública por la que se concedía 40.000 pesetas a la Alianza de Intelectuales para la defensa de la Cultura para la construcción de cuatro ‘fallas de carácter antifascista’. Se buscaba con esta iniciativa, además de apoyar la causa antifascista, recuperar el sentido crítico, popular y transgresor de las fallas de antaño. Josep Renau asumió el control artístico del proyecto. Su primera decisión fue encargar los bocetos al extraordinario dibujante valenciano Gori Muñoz, y pronto tomaron cuerpo sobre el papel los cuatro monumentos, que llevaban por nombre: La catedral, Coses d’ara, El Betlem d’enguany y La balança del món. La ejecución de la fallas corrió a a cargo del cenetista Sindicat d’Art Popular, cuyo presidente era Regino Mas. Un digno heredero de los artistas renacentistas valencianos, y poseedor de un ingenio con preciosas incrustaciones de socarronería, en palabras del poeta Pablo Neruda, un buen amigo suyo. El general fascista Queipo de Llano ocupaba un suntuoso despacho en el edificio de Capitanía, un antiguo palacio ubicado en la sevillana plaza de la Gavidia. En su antesala, aguardaba a ser recibido en audiencia un espía de las fuerzas franquistas. Su semblante traslucía las huellas del cansancio y la falta de sueño. Con la entrada en el cuartel de los sublevados, el espía había culminado un tortuoso viaje por carretera desde Valencia. Sin embargo, Queipo de Llano se había marchado a Radio Sevilla para pronunciar una de sus despiadadas arengas. Este tipo infame, uno de los cabecillas principales del golpe militar, apodado el Virrey de Andalucía, empleaba el micrófono como otra arma de guerra, igual de mortífera que una ametralladora. Por la radio anticipaba el asesinato de miles de personas, señalaba a las víctimas, y azuzaba a los asesinos. Tras su nombramiento como jefe del Ejército Sur, inició una tremenda represión, y no tuvo empacho alguno en ponerse al frente de la ‘limpìeza política’ en Andalucía. Pasadas varias horas, el espía recibió autorización para acceder al despacho de Queipo de Llano. Golpeó la puerta con los nudillos, la franqueó, dijo “con el permiso de vuecencia”, dio unos pasos y, finalmente, se cuadró militarmente ante el general, a quien se podía ver todavía enardecido; las venas del cuello seguían en el punto idéntico de tensión y abultamiento que habían alcanzado durante la intervención radiofónica. El espía dejó un documento rollado sobre la mesa. Queipo de Llano lo desplegó, frunció el ceño y contempló con una mezcla de estupefacción y cólera el boceto de una falla, con su explicación escrita a mano al dorso.
Regino Mas y su equipo, ajenos del todo a los hechos que estaban sucediendo ese 12 de marzo de 1937, se afanaban en los últimos retoques de los ninots que formaban parte de la composición El Betlem d’enguany, dispersos por el taller de Benicalap. Esta falla era una sátira que ridiculizaba a los responsables del levantamiento militar y a la religión, convirtiéndolos en los personajes de un belén.
El niño Jesús era Francisco Franco, con su bigote y gorra militar. El papel de la Virgen lo representaba el general Queipo de Llano, ironizando así con su ternura: él que mató a numerosos republicanos. La figura de San José reproducía la caricatura del general Miguel Cabanellas. El buey, con sombrero de copa, simbolizaba el capital y la mula, ataviada con una mitra papal, a la Iglesia católica. Los Reyes Magos (Hitler, Mussolini y un moro), regalaban al ‘niño Franco’ un tanque, un avión de guerra y un soldado, respectivamente. El boceto original de esta falla, dibujado por Gori Muñoz, era el mismo que Renau le entregó a Hemingway en el Café Ideal Room. Cuando el escritor estadounidense acudió a la sede de Bellas Artes para comunicar al propio Renau que le habían robado el boceto que había ocultado en su habitación del Hotel Inglés, el pintor valenciano ya había recibido de manos de su secretaria la transcripción íntegra de la amenaza radiada por el general Queipo de Llano:
- Pierdan toda esperanza las hordas rojas valencianas. Si se atreven a erigir esos blasfemos e inmorales monumentos de cartón y madera en sus calles, tengan por seguro que los destruiré. ¡Bombardearé las fallas! A una orden mía, los bombarderos de la Aviación Legionaria italiana despegarán de inmediato del aeródromo mallorquín de Son San Juan. ¡Valencia conocerá lo que es un pandemónium!
A la misma hora del encuentro de Renau y Hemingway, un intenso debate se había originado en el seno del Consell Municipal de València, órgano al que le correspondía acordar el lugar donde se tenían que plantar las cuatro fallas antifascistas. El alcalde Domingo Torres, de la CNT, temeroso de las terribles consecuencias que podría ocasionar un bombardeo sobre una aglomeración de público en torno a los monumentos falleros, se había decantado por prohibir la plantà. Pero dentro del Consell existían posturas encontradas. Al final, apaciguados los ánimos, se optó por exhibir los ninots en el interior de la Lonja. Al día siguiente, el diario The New York Times publicó en su portada la crónica firmada por Ernest Hemingway, bajo el título: “Valencia no plantará sus fallas. El fascismo amenaza con bombardearlas”.
Enrique S. Cardesín Fenoll