UN SITIO A TU MESA
De su primera misión, proteger el mantel y la mesa, ha derivado a una función decorativa.
El bajoplato. El cómo y el por qué de este elemento, contado por Beatriz Satrústegui.
Mariano Téllez-Girón y Beaufort-Spontin, XII duque de Osuna, no era de Bilbao, pero como si lo fuera. Cuenta la leyenda que, en una cena que dio en San Petersburgo al zar Alejandro II, lanzó al río Neva una vajilla completa de oro macizo. Plato que se ensuciaba,plato que se tiraba por la ventana al río. ¿Lavar? No, lavar no, lavar platos es de feos.
Mariano no era nada feo, pero tampoco muy original.Tirar platos al río, que ya estaba visto, resulta que es una costumbre muy española. El conde de Tendilla ya lo había hecho, varios siglos antes,en Roma.En ese caso,la vajilla era de plata y el ingenio de Tendilla, mayor que el de Osuna,pues había colocado,en secreto, una red sobre el Tíber y así sus sirvientes pudieron recuperar,en la oscuridad de la noche, hasta el último plato de plata con cuyo lanzamiento fluvialTendilla había epatado al Papa.
Las vajillas de metales preciosos –lanzadas o conservadas– siempre fueron lo más. En España tenemos una de las mejores, más antiguas y completas muestras del género: el tesoro deVillena, una vajilla de oro que data, más o menos, de mil años antes de Cristo.Ahí es nada. Vajillas de plata también tenemos unas cuantas. No en vano, se destinaba a España la mayoría de la plata del Nuevo Mundo. Platos, cuencos, soperas, fuentes, tazas de consomé… de todo. Lo que nunca nos ha convencido mucho aquí han sido los bajoplatos. ¿Mande? Sí, esos platos grandes plateados que parecen fuentes redondas y que se colocan bajo el plato de comer.
Los franceses lo llaman plato de presentación y los ingleses, charger (sí, cargador, como el del iPhone).Antes eran principalmente de oro y plata.Ahora vuelven a estar de moda aunque en mimbre,madera,plástico o cristal:lo que se te ocurra.Inicialmente servían para proteger el mantel de manchas y la mesa, del calor del plato.Ahora, su función, principalmente decorativa, es evitar dejar el mantel desnudo entre plato y plato. De ahí precisamente el retorno del bajoplato. Hoy en día, en pocas casas cuentan con un "Fermín" que, serio, muy tieso y brazo a la espalda, retira el plato sucio por la derecha y coloca el limpio por la izquierda à la Downton Abbey.Ahora, lo que se lleva es el procedimiento y arte de "apilar" y retirar platos, muchas veces perpetrado por los propios invitados y a iniciativa de los mismos, que cogen carrerilla y son como una lavadora: iniciado el programa, ya no hay quien los pare.
Lo de apilar, ahora se tolera bastante, pero en otros tiempos era un crimen de lesa majestad. Por eso, una conocida y cursi señora, que lo fomentaba, tenía por costumbre pretender disimular el crimen instruyendo a los comensales en fingido francés: «¡Apilez! ¡apilez! S'il vous plait». Como si dar la orden con acento galo y verbo inventado "legalizara" el apilado.
Desengañaos; el apilado no tiene eximente. Es como ir a 140 km/hora por la autopista: todo el mundo lo hace, pero permitido no está. Como atenuante, algunos proponen a nuestro protagonista de hoy, el bajoplato, que tiene por virtud disimular un poco, entre apilamiento y reparto, el blanco desierto del mantel. La verdad: ¡fruslerías! Pon el bajoplato si te gusta, sin más.Yo lo uso a veces, pero sin motivo oculto, sólo cuando me parece que la mesa queda más bonita. Confieso que odio el apilado, pero también creo que no hay que agobiarse con las normas del buen hacer. Porque, sinceramente, puestos a ello, ni bajoplatos ni "na": a falta de un Fermín, lo elegante de verdad sigue siendo tirar la vajilla al río.
Beatriz Satrústegui es la impulsora de la tienda online
Société de la Table, especializada en menaje y decoración de mesas.
Es lo que los franceses llaman plato de presentación y los ingleses, charger (sí, cargador, como el del iPhone)