La necesidad del olivar de anticiparse al futuro
El olivar ha vivido dos años de tregua. Los productores de aceite de oliva han terminado dos campañas (la de 20152016 y la de 2016-2017) con buenos precios y aceptables producciones. A la espera de que la recogida de aceituna afronte sus últimos coletazos, y ya se cumplan en mayor o menor porcentaje los aforos, y los precios mantengan su tendencia o no, lo cierto es que a los que tenemos memoria a corto y largo plazo, no se nos olvida que, no hace tanto, el kilo de aceite se cotizaba a 1,8 euros en origen y que los olivareros recogían el fruto del olivar más por tradición que por negocio. Tampoco podemos dejar aparcadas en la memoria esas irrisorias campañas en que, debido a la sequía u otras adversidades meteorológicas, la producción de aceite de oliva fue casi testimonial. Hay que recordar. Debemos de tener los pies muy en la tierra para saber que en las épocas de bonanza es cuando uno debe prepararse para el futuro. Es la clave de la supervivencia en la agricultura, en nuestro olivar. Es el único seguro 100% válido para un negocio sin techo, ni puertas ni ventanas.
La globalización del mercado de aceite
En un contexto global, en un olivar mundializado, considero que sólo sobrevivirán los que logren producir barato. Calidad y cantidad, pero de forma rentable, competitiva. No nos podemos olvidar de que, aunque España es la mayor productora de aceite del mundo (produce el 44% del aceite del planeta y el 62% dl aceite de toda Europa), el mercado del aceite es un mercado global. Aunque nuestro país sigue manteniendo el estatus como mayor productor de aceite de oliva del mundo, en el resto del mundo se va implantando el cultivo del olivar. Cada segundo se plantan diez olivos nuevos en algún lugar de la Tierra y la media de crecimiento anual del olivar es de 150.000 hectáreas anuales. Durante todo el año ya se está produciendo aceite de oliva y se estima que la campaña en la que se den las circunstancias de que todos los países productores tengan buena cosecha, la producción de aceite de oliva mundial podría llegar a los 5,4 millones de toneladas, algo totalmente factible en un futuro no muy lejano.
Actualmente existen olivares en China, Australia, Letonia o Finlandia. Hay otros muchos más que, lejos de la extravagancia, se han convertido en un cultivo de referencia. Son explotaciones que suelen nacer con métodos de plantación y sistemas de recolección capaces de reducir más de la mitad los costes estándares de producción/recolección de un olivar tradicional.
El olivar en España
En España contamos con un olivar que produce mucho y muy bien. Otra asunto es que sea competitivo. Hay informes, como el último del CES de Jaén (Consejo Económico y Social de la Provincia), que ofrecen datos descorazonadores: más del 95% de las explotaciones de provincias como Jaén (un porcentaje también bastante elevado en el total español) no serían rentables sin la subvención que reciben de Europa cada año en niveles de precios medios de los últimos diez años.
La subvención que nos ofrece Europa, la llamada PAC, no debe de ser la clave. De hecho, desde nuestra organización ya estamos analizando y empezamos a trabajar en su remodelación, que vendrá a partir de 2020. Pese a que se mantuviese el actual nivel de ayuda (algo que desde ASAJA pelearemos con uñas y dientes) las subvenciones sim-
plemente deben de ser un complemento, pero no la base del negocio. El olivar debe de ser rentable por sí mismo. Para ello, nuestra apuesta es la de usar las mejores tecnologías y los últimos modelos de plantaciones para mirar de cara al futuro. Olivares mecanizados, modernizados, intensivos y superintensivos. Es la única receta. Aquellos que no puedan hacerlo, por su especial orografía, deberán buscar la diferenciación como máxima. Ayudarse de subvenciones específicas. Iniciativas que los mantengan y que logren suplir los altos costes de producción.
El resto, la gran mayoría de nuestra provincia, debe anticiparse. El futuro del olivar hay que ganárselo, trabajarlo. Y esto sólo ocurre si cada día somos más profesionales. Hay que apostar por cultivos competitivos (probablemente intensivos o superintensivos) y apoyarse en la agricultura de precisión. Es una agricultura respetuosa con el medio ambiente, que invierte en tecnología, en maquinaria… Todo con el fin de producir bien y barato y a un máximo de eficiencia. Para este olivar, las ayudas son un complemento, no una base. Las oscilaciones de precios merman los beneficios, pero incluso en años de precios bajos, las explotaciones siguen siendo rentables.
Un olivar siempre dependiente de la coyuntura política, de las decisiones europeas, de un vaivén de circunstancias que afectan directamente al presupuesto de la UE para políticas agrarias (Brexit, crisis migratorias…) estará siempre al filo de la navaja. Partiendo de esta base e insistiendo en que desde ASAJA- Jaén seguiremos trabajando en Europa para mantener el sistema de ayudas PAC, tengo que volver a hacer hincapié en la necesidad de ser competitivos. De usar las nuevas tecnologías y todos los avances que la ciencia ha puesto a nuestro alcance (drones, agricultura de precisión, tractores y maquinaria autónoma y tecnología agraria 4.0) para seguir produciendo bien, como lo hemos hecho hasta ahora, pero, además, de un modo que sea rentable primero por el producto y luego por las ayudas.
Explosión demográfica
El olivar seguirá contando con mercado, como la gran mayoría de alimentos si tenemos en cuenta las previsiones de crecimiento demográfico de la ONU. Prevén para 2030 un planeta totalmente reconfigurado, en el que India sumará 1.500 millones de habitantes, superando a China, y África se elevará por encima de ambos países asiáticos con 2.000 millones. La población mundial pasará de los 7.300 millones actuales a 8.500 millones en 2030 y a 9.700 millones en 2050, y África aportará más de la mitad de ese crecimiento y sumará 4.000 millones de habitantes. Con esta explosión demográfica, el mundo deberá destinar más superficie a producir alimentos y se verá obligada a aplicar todas las tecnologías que la ciencia nos ofrece con el fin de multiplicar la producción de alimentos. Habrá por tanto aproximadamente un 30% más de población en el año 2050, por lo que la agricultura debería, como mínimo, producir este 30% más de alimentos manteniéndose la situación deficitaria para alimentar a la población actual.
El olivar no se va a ver aislado de esto, salvo que se quiera hacer un oasis o mancha de cultivo tradicional donde no solamente se cumplan las funciones de producción, sino también de recreo, medioambiente, de turismo… lo cual proporcionará al agricultor ingresos extra con los que poder compensar el hecho de no ser competitivo. Se trata de una opción aceptable que, a mi parecer, no debería ser la principal si quiere seguirse manteniendo el status del olivar como empresa agraria. Sin embargo, puede ser una alternativa, incluso un complemento, para todos aquellos con dificultad de mecanización por su particular orografía o para los que opten por este tipo de cultivo por convicciones personales.
Relevo generacional
Sea como fuere, los profesionales del olivar deberán tomar libremente un camino para trazar el futuro de sus explotaciones. Además, tanto ellos como las Administraciones, sobre todo estas últimas, tendrán que fomentar el tan deseado relevo generacional en el campo. No en vano, hay que tener en cuenta la alta edad media de la población que regenta actualmente el olivar. Más de la mitad es mayor de 65 años. Es la nueva generación, esa que ya ha comprendido que trabajar la tierra antes despreciada es capaz de ofrecer una vida calidad y futuro, será la que deba tomar las riendas. Los que los antecedemos deberemos dejarle el camino preparado. Drones, tractores robotizados, plantaciones intensivas, variedades resistentes a enfermedades como la verticilosis… serán cada vez más familiares en el argot agrario. Todos aquellos que se adelanten estarán garantizándose la supervivencia.