¿Qué hacemos con el glifosato?
En los últimos meses el glifosato volvió a ubicarse en el centro de la polémica. El principio activo de los herbicidas de Monsanto está en el ojo del huracán desde que en 2015 la OMS lo calificase de "probablemente cancerígeno" al situarlo en la categoría 2A de su clasificación de carcinógenos. A partir de ese día, se desató una auténtica batalla entre los activistas ecologistas, que cargaron duramente contra el glifosato, y el gigante de la agroquímica, que no escatimó en recursos para defenderlo, incurriendo incluso en sospechosas listas de espionaje a figuras públicas detractoras. Como suele ocurrir en este tipo de asuntos, se inició un auténtico baile de estudios, unos reafirmando los efectos cancerígenos y otros desmintiéndolos, con los activistas esgrimiendo el discurso de David contra Goliat y Monsanto jugando la carta del rigor científico que, paradójicamente, acaba por convertirse en dogma de fe cuando no existe consenso en la comunidad científica ni transparencia en muchas de las investigaciones que se publican. La última noticia que llegó a nuestros oídos fue la condena a Monsanto a pagar 2055 millones de dólares a una pareja de ancianos norteamericanos que supuestamente habría contraído cáncer por rociar su jardín durante 35 años con el herbicida Roundup, elaborado con glifosato. Un veredicto que causó un huracán tal que la ministra española de Transición Ecológica llegó a decir que habría que estudiar la situación y "tomar una decisión" al respecto, abriendo así la puerta a la prohibición. Y, mientras tanto, ¿cómo debería reaccionar el olivar frente a toda esta polémica? Lo cierto es que, en esa batalla por la legitimidad que toma el titular como arma arrojadiza, se dejan escapar muchos matices importantes. Aunque el pleito perdido es un golpe duro para la compañía, en realidad Monsanto acumula más de 13.000 demandas por el mismo motivo y alguna de ellas tenía que perderla. Así mismo, la clasificación de la OMS sitúa el glifosato en la misma categoría que, por ejemplo, la carne roja, que nadie se ha planteado prohibir. El que haya indicios para calificar la sustancia de "probablemente cancerígena" significa también que no hay evidencia suficiente para afirmar estos efectos en un sentido absoluto, y, mucho menos, para creer que de un consumo moderado va a surgir realmente un cáncer. De todos modos, la duda está ahí, y si analizamos las propiedades de el glifosato, también cabe pensar que es un producto que va completamente en contra de la tendencia actual del sector: mientras el olivar evoluciona cada vez más hacia lo orgánico, hacia la sostenibilidad como factor diferencial, el glifosato es pura química que acaba con toda la biodiversidad del terreno y afecta, también, la fertilidad del suelo.