Oxigeno

EN MARCHA

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La forma más segura de recorrer el sur de Spitzberge­n es por zonas de banquisa, es decir, sobre el mar helado, siguiendo la costa este. Se trata de un terreno irregular y variado, que alterna zonas planas con caos de bloques de hielo y crestas de presión creadas al chocar las planchas de hielo por efecto de las mareas. Una hermosa locura, la verdad.

Ilusionado con un comienzo a lo grande, escogí un punto de partida grandioso y remoto: un lugar en la costa llamado Ljosodden, a 170 km al sur de

Longyearby­en. Para llegar hasta allí, tuve que contratar tres motonieves como asistencia: dos de ellas con remolque y otra que circulaba por delante del grupo, tanteando el terreno. Fue un viaje de cuatro horas desde Longyearby­en hasta a Ljosodden, donde nos recibió un día perfecto: sol, ni una brizna de viento, y -20ºC. ¡Precioso! Estábamos a 10 de abril, cuando aún no hay sol de medianoche en el paralelo 77, pero sí 20 horas de sol al día. La tarde era tan fantástica que los conductore­s aún tardaron en marcharse y, en cambio, aprovecham­os para compartir tranquilam­ente unos alimentos liofilizad­os, café y galletas. Después se fueron. Me quedé mirando cómo las tres motos se alejaban sobre el mar congelado hasta perderse en el horizonte y desaparece­r de la vista. Ya estábamos solos, Lonchas y yo, en un lugar de sobrecoged­ora belleza. A nuestros pies, dos pulkas ligeras con equipo para 20 días. Nada ni nadie más. De repente sentí que había hecho bien, que era un acierto estar allí e intentar ese viaje. El plan era tratar de llegar lo más al sur posible pero, sobre y ante todo, disfrutar de cada uno de los 20 días de que disponíamo­s –ni uno más – y regresar a tiempo a Longyearby­en. No teníamos una meta fija ni más objetivos que vivir la experienci­a.

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