CAMINAR SOBRE EL MAR
Durante la marcha yo iba delante, abriendo huella con mi pulka, mientras Lonchas me seguía, arrastrando su propio trineo, unos metros por detrás. De vez en cuando paraba para echar una mirada a los alrededores, disfrutando del entorno. Luego miraba a Lonchas, que respondía con sus expresivos ojos. Las sensaciones eran únicas, maravillosas. Con respecto al clima, diré que nos respetó más de lo que yo imaginaba y, salvo un día de viento fuerte que aproveché para leer y dejar descansar a Lonchas, los días fueros fríos, soleados y solitarios. Por las noches la temperatura bajaba hasta -30ºC, pero al salir el sol de madrugada, pegaba en la tienda y caldeaba mucho el ambiente. Aún así me despertaba con varios grados negativos. Después la cocina MSR dentro de la tienda se encargaba de poner la tienda a más de +20ºC. Lo cierto es que cada noche dormía tranquilo, muchas horas, y, excepto en las pocas ocasiones en que nevó, con la puerta parcialmente abierta. En cuanto al terreno, bueno, no era tan fantástico. La banquisa no es una superficie uniforme como, por ejemplo, los lagos congelados en Laponia. Aquí el relieve era variable y complicado, sobre todo por las crestas de presión. Obviamente no había cuestas, pero la progresión no era sencilla. Durante los primeros días caminamos sobre piso en general firme, pero que a veces se alternaba con una capa de nieve blanda bajo la que había un conglomerado de trozos de hielo cristalino. Y, progresando con esquís, no notaba nada, pero Lonchas en cambio se hundía a cada paso y el hielo
marino oculto le producía cortes en las patas. El problema es que él no se quejaba. Solo me dí cuenta cuando descubrí gotas de sangre en la nieve. Debía ser yo quien evaluase el sufrimiento de mi compañero, porque él, sencillamente, me seguiría fiel hasta perder la vida. Sé que lo haría, y esa certeza en cierto modo asusta. Ya en la oficina del gobernador nos habían advertido de que este año encontraríamos condiciones difíciles en el Sur, y, de hecho, las otras tres expediciones que pasaron este año por la zona lo confirmaban. El equipo noruego “Spitzbergen Project” hablaba de avances de sólo 500 metros por hora algunos días. La sueca Elin Engerstrom comentó que sus perros habían sufrido cortes graves en las patas. Ambos se dieron la vuelta a mitad de camino. Yo iba bien e incluso creía que el terreno era aceptable, pero seguramente Lonchas tendría otra opinión, a la vista de los cortes en la caña de sus patas. Por eso, pensando en los dos, decidí seguir los pasos de los equipos anteriores, y dimos la vuelta al llegar a la bahía de Hamerbukta. En esa zona había huellas de osos por todas partes; no había kilómetro en el que no cruzáramos una solitaria línea de huellas, o a veces grupos de ellas, dejadas por hembras con oseznos.